Los muertos no vuelven, pero muchos tampoco se van. Esa idea siempre estuvo presente en mi cabeza. Quizá fue una de las principales que me impulsaron salir país adentro para conocer las historias que nadie escribe en los libros. Me llamo Herminio Montes y soy escritor, o al menos, lo intento. En vano me quedaba en casa aguardando la llegada las musas. Comprendí que para mi literatura, debía salir al encuentro de estas.
He descubierto que a cada paso encontramos una historia, algunas totalmente fantásticas y otras tan reales como la vida misma. Y que cada persona, en cualquier lugar, no importa donde, tiene algo para contar. Es probable que todos seamos narradores, pero en ocasiones no sepamos reconocer la voz que llevamos dentro.
Muy al sur de Santa Fe, en una localidad que descansa sobre el Paraná, descubrí que los muertos permanecen rondando cerca nuestro, no para asustarnos, sino para recordarnos hechos que no debemos olvidar. Puede que incluso, como me han sugerido algunos profesionales amigos, se trate de un mecanismo de nuestro inconsciente, lo que hace a estos hechos una experiencia más humana que sobrenatural.
No es fácil indagar sobre historias locales cuando uno ni siquiera sabe el nombre del lugar dónde ha detenido su coche, o más aún, cuando desconoce lo que está buscando. Pero como los caminos en el viaje, las respuestas o las señales, aparecen en forma mágica.
Ciudad maltratada en la dictadura y los años previos, como tantas otras, como todo un país, este paraje de más de ciento cincuenta años, llamado Villa Constitución, fue objeto de la represión, del castigo extremo, del miedo impuesto por delincuentes movilizados en nombre de un gobierno. De allí que se recuerden fechas claves, protestas obreras y el terror generalizado, los estruendos nocturnos, los vecinos llevados a la fuerza y nunca regresados. Y por supuesto, la tortura.
Emplazada a lo largo de varios kilómetros, se encuentra Acindar, una de las acerías más importantes de Argentina. Señalada de complicidad empresarial, de financiar el gobierno militar, fue además epicentro de revueltas y conflictos obreros, pero también, del destino final de muchos apresados.
No son pocos los empleados que hoy día afirman todavía escuchar los sonidos de palizas propinadas en aquel entonces, eternizadas en el tiempo, como si hubiesen quedado atrapadas en las paredes, o gemidos inquietantes, desgarradores, muchas veces suplicando por la vida, provenientes de subsuelos oscuros y poco transitados.
Los que han estado años después en esas zonas del terror, aseveran que ya no quedan cicatrices edilicias, que todos los agujeros de bala han sido oportunamente reparados. Pero es probable que durante el tiempo que estuvieron abiertos, hayan impregnado de dolor hasta las entrañas mismas de la planta industrial.
En ningún libro o informe figura renglón alguno sobre ese operario de mameluco y casco de trabajo que suele acercarse a uno cuando aguarda en alguna parada el colectivo interno de fábrica. Salvo el casco, que difiere del color que se utiliza ahora, su aspecto es normal e incluso parece sentir el rigor del clima, sobre todo cuando afirma “qué noche fría, compañero”. Y ese que espera, coincidiendo, quiere decirle que si, pero entonces descubre que el obrero ha desaparecido.
O en la pista de aterrizaje cercana, en la que a veces son vistas dos siluetas escapando, buscando la libertad detrás de un tejido metálico que parecen nunca alcanzar. Si uno camina y busca entre los matorrales con la linterna verá lo yuyos y maleza. Pero escuchará pasos alrededor, sin poder jamás ver a los responsables de los mismos.
Y sobre una de las calles, es probable que manejando un coche de repente aparezcan dos faros en sentido contrario, como de un Falcon, avanzando a toda velocidad y sin miras de detenerse. Uno apretará el freno, cerrará los ojos y esperará el impacto. Pero solo sentirá como es traspasado por algo que no tiene nombre, que no puede explicarse.
Y luego de narrar esto, la ciudad callará otra vez. Dejará que la vida retome su marcha. Depende de ese lugar, aquella fábrica es el corazón de aquel punto en el planeta. No la pueden condenar, porque se estarían condenando ellos mismos. Hay otra complicidad, tácita, necesaria. Porque sin esa fábrica, los fantasmas serían muchos más, incluido el pueblo mismo.
Los muertes persisten, para que al menos, el pasado no quede en el olvido.
Este relato fue realizado para la revista "Tintas y otros mundos" de Seguí (Entre Ríos) y pertenece a la serie "Geografía fantástica", que es mi nueva sección mensual en la publicación.
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Hace 5 días.
3 comentarios:
Impactante relato. Mi querido amigo, un tema que a los argentinos nos duele y lo has sabido presentar con claridad, sin golpes bajos y con las palabras justas para que no se olvide esa etapa oscura de nuestra historia.
¡¡Aplausos!!
mariarosa
Inmenso, Neto.
Gráfico y elocuente y magnífico.
Abrazo grande.
SIL
Crónica dura, y mu real en su fantasía.
Las descripciones nos llevan mágicamente al lugar de los hechos y a la nefasta época.
¡Genial, Netomancia!
Un abrazo.
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