Que papel más indignante es la que ocupa el nuevo. Ya de por si arrancar en un trabajo es difícil, pero si además el resto de los que allí cumplen tareas se obstinan en hacerle sentir esa condición, esa persona, nueva en el oficio, en el grupo, en el lugar mismo, se irá traumatizando en silencio hasta tanto logre el respeto o bien, alguien ocupe su lugar.
Pero existe algo peor que eso, y es que sean dos los nuevos. En este caso, incluso entre ellos habrá una disputa por ser el primero en quitarse ese peso sobre las espaldas. Por lo que además de cuidarse del resto, deberán mirarse de reojo entre si, no sea cuestión de un golpe a traición.
Carlos y Antonio comenzaron en la oficina el mismo día. Se conocieron allí mismo y fueron afianzando la relación en la misma medida que los iban presentando en sociedad. Notaron de inmediato las miradas juzgadoras, los ojos interrogantes y no siempre amables, y casi por instinto decidieron en forma tácita reunir fuerzas.
El primer día de trabajo cruzaron la calle y se tomaron un café, a salvo de la voracidad de sus flamantes compañeros, que aprovechando el famoso derecho de piso les asignaban tareas que podían tildarse de denigrantes.
- ¿Me parece a mi o nos agarraron de punto? - comentó Carlos en un momento de la charla.
Antonio no lo había querido expresar, conciente que era nuevo y que debían amoldarse a la oficina, pero coincidió en que eso parecía. Pero fue optimista, augurando que no duraría más de unos días, que luego se olvidarían de dicha condición y los integrarían sin problemas.
Para Carlos, el pensamiento de Antonio era demasiado optimista, y no se equivocaba. La primera semana de trabajo sintieron el rigor del papel que ocupaban. Se plantearon entre ellos elevar alguna queja al respecto, pero a tiempo decidieron no hacerlo puesto que sospechaban que era lo que pretendían que hiciesen.
- Nos están probando Carlitos - dijo Antonio ese viernes -. Cuando vean que no nos afecta, se dejan de joder.
Algo sin embargo no convencía a Carlos. Las bromas pesadas ante cualquier detalle físico de alguno de los dos, los viajes al kiosco de la otra calle con pedidos de toda la oficina, las horas aguardando alguna explicación sobre algo puntual para finalmente no recibir respuestas o la manera en la que los apartaban a la hora del almuerzo le hacía pensar que la adaptación no sería tan rápida como imaginaba su compañero.
Hasta ese momento intentaban hacer todo juntos, con el fin de sentirse acompañados. Carlos decidió que si quería dejar de ser uno de los nuevos, debía mostrar otra actitud. Así fue que comenzó a llegar antes que Antonio y aprovechar esa ventaja para entablar diálogo con los demás compañeros.
Comprendió pronto que la mejor manera de aliarse era hablando mal del otro. De esa forma fue descubriendo la óptica del resto de la oficina para con ellos y eso lo impulsó a desprenderse de cualquier vínculo con Antonio.
Para Antonio la situación fue tornándose cada vez más grave. De un día para otro Carlos lo evitaba, ni siquiera accedía a tomar el café de rigor en el bar del otro lado de la calle. La excusa era que había empezado un curso y ya no contaba con tiempo.
Ese alejamiento de Carlos, que también notaba en el horario laboral, se fue sumando al hecho que lo molestaran con cuestiones que no creía haber comentado a nadie... salvo a Carlos. Le desaparecían objetos personales, para luego aparecer como por arte de magia en los sitios más disímiles. Solía llegar y encontrarse sin su silla, o como le sucedió un par de veces, sin el monitor de su computadora. El caso más extremo fue cuando descubrió que todo su escritorio había sido mudado al lado de la puerta del baño.
Pero Antonio seguía valiéndose de su optimismo. Pronto lo verían como un par más. Sin embargo aquello no ocurría. Hasta podría decirse que comenzó a sentir envidia por Carlos, al que invitaban a partidos de fútbol y cenas, incluso delante de sus narices.
Al cumplirse el segundo mes de trabajo, la dicha le sonrió. Por la puerta principal vio entrar al jefe de recursos humanos de la empresa acompañado por un joven. Las palabras mágicas llegaron a los pocos segundos.
- Les quiero presentar a un nuevo compañero de trabajo - anunció el empleado.
Antonio sintió que todas los pesares quedaban atrás, que de pronto dejaba de ser el "nuevo" y que al fin, todo el resquemor que generaba en su persona esa condición, podía quedar archivado entre los "malos recuerdos" de su mente bajo dos vueltas de llave.
Buscó con la mirada a Carlos, como para decirle con un simple gesto que se había terminado, que dejaba de ser el nuevo y que por favor, retomaran el diálogo. Es que Carlos le había caído bien. Comprendía que se hubiera alejado, fue su forma de escapar del abuso por ser "nuevo".
Pero el esfuerzo fue en vano, no lo encontró con la vista y de todas formas, aún seguía la presentación de la futura víctima de la oficina. Quería estar atento al nombre, a la edad, al título que tuviera. Luego de dos meses de ser la estrella del circo, se moría por "recibir" al novato.
Lo estudiaba con recelo, tomando nota mental de cada detalle, para luego aprovecharlos al máximo en la ardúa tarea de hacerle sentir el rigor. Saboreaba en el paladar el gusto a victoria y claro que si, también a venganza.
El hombre de recursos humanos seguía presentando al joven. Finalmente pidió aplausos y cuando se estaba yendo, le clavó el puñal en forma de oración.
- Y para los que estén pensando ¡que coincidencia, el mismo apellido que el nombre de la empresa! pueden quedarse tranquilos, efectivamente Juniors es el hijo de nuestro querido director ejecutivo.
Antonio se hubiese caído de culo si la silla no detenía su descenso vertiginoso producto de la noticia, que fue lo mismo que un mazazo en la cabeza. Las lágrimas parecían querer desbordarse de sus ojos. Aquello era demasiado. Y por si acaso todo aquello parecía poco, Carlos se acercó a su escritorio, como saliendo de la nada y con sorna, le dijo al pasar:
- Casi, casi, eh, casi casi.
Fue suficiente. Era eso o la locura. La liberación o la burla eterna. El bien o el mal. Así de golpe echó las cartas sobre la mesa. Se puso de pie, hizo ocho trancos exactos hasta donde estaba aún parado el nuevo oficinista y olvidándose de parentescos y pormenores, le bajó los pantalones de un tirón, haciéndole saltar un par de botones.
La oficina enmudeció al instante, sorprendida. Antonio empezó a reír, señalando acusadoramente con el dedo el estado del pobre Juniors, ruborizado hasta las mejillas. Pero fue la única risa y retumbó en el recinto como si viniese de una ultratumba.
Miró alrededor, riéndose y vio rostros serios, ojos desencajados, boca abiertos y hasta a Carlitos tomándose la cabeza con las dos manos. ¿Qué pasa? ¿Qué está pasando? Los pensamientos se volvieron turbios, extraños. Algo funcionaba mal, tendría que haber más risotadas, algún que otro aplauso, una palmada en el hombro, una acotación graciosa, un par de silbidos... algo. Pero solo reinaba el silencio. Un silencio sepulcral. Cómo si en ese mismo acto de correr hasta la víctima y bajarle los pantalones lo hubiesen enterrado allí mismo, en una condena pública y sin posibilidad de redención.
- ¡Es el nuevo! - se defendió - ¿Por qué nadie se ríe?
La gente fue volviendo a sus puestos. Juniors se levantó penosamente el pantalón, hasta ocultar el calzoncillo color azul. Antonio se percató que el hombre de recursos humanos estaba a su lado, con un semblante poco amistoso.
- Acompáñeme - le dijo, invitándolo a salir por la puerta principal.
Antonio volvió sus ojos para ubicar a Carlos, pero éste ya no miraba, absorto en una carpeta que sostenía en sus manos. Había cometido un crimen. Se había autoproclamado, sin serlo, libre de la pena de ser "nuevo". Había transgredido el límite tolerable para alguien de su condición. El escarnio al que había sido condenado en un principio resultaba poco ante la aberración realizada.
Su condena sería ahora mayor. La expulsión. Y eso conllevaba a otra cosa. A buscar un nuevo trabajo. Y de lograrlo, someterse nuevamente a ese proceso cruel y ladino, de tener que ser una vez más y por tiempo indeterminado, el nuevo.
El cuarto cerrado.
-
Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 5 días.
4 comentarios:
Buenísimo, Neto.
Tu relato me recuerda también a la escuela y la inclusión de un nuevo alumno...
Se desubicó el hombre, NO TODOS SOMOS IGUALES ante la vista del Señor... Patrón. :D
Un abrazo.
SIL
En todas partes hay empresas que protegen a ese gente "tóxica", que se siente superior por menoscabar a la gente nueva, en lugar de integrarla lo más rápido posible. Ojo con hacer el juego a esos manipuladores que tan bien has descrito. Me ha gustado mucho Neto!
Es totalmente kafkiano el relato, me ha gustado, por lo real e irreal de la situación.
Carlos un verdadero hijodepú, je.
Antonio no supo elegir la manera correcta de conservar el laburo, y dejar de ser "el nuevo" (siempre hay caminos para lograrlo).
Excelente, Netomancia.
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