Que obstinación la del Pepe Barrientos por construir la pileta en el fondo de la quinta. Si uno retrocede un año, aquello era una utopía: Que era carísimo, que no podía permitirse sacar un crédito, que además el terreno lo podía aprovechar para sembrar, que sería algo para disfrutar poco y cuidar mucho, entre otros tantos peros que interpuso entre el deseo de sus hijos y su mujer y sus ganas de encarar la obra.
Sin embargo, desde octubre pasado que se puso en movimiento para sacar el crédito, preparar el terreno y contratar la constructora. Pero las cosas no se fueron dando como las quería el Pepe. Pobre Pepe, la vida no le resultó fácil desde entonces.
Primero fue su esposa. Cuando le llevaba un vaso de jugo con hielo al hombre que manejaba la pala mecánica sufrió la embestida de la misma, producto de su negligencia por haberse acercado desde atrás y sin avisar que estaba llegando. No se mató de casualidad, pero le amputaron ambas piernas para salvarle la vida.
La desgracia aún no había cicatrizado en el seno familiar cuando Dorita, la hija más grande del Pepe, tuvo problemas con los frenos del coche, un herrumbrado Falcon, y sin poder detener la marcha se incrustó en los cimientos de la construcción. Amputación de la mano derecha y pérdida de la visión del mismo lado.
Lo de Carlos fue un mes después. Carlos era el segundo de los hijos del Pepe. La pileta, que se había detenido por el accidente del auto, había vuelto a progresar esa misma mañana. El muchacho había querido dar una mano y sin quererlo, dio la vida. Nadie pudo explicar como pudo ser que trastabillara con las bolsas de cemento y cayera de la forma en la que cayó al interior de la obra. Golpeó con la nunca y ya no volvió a abrir los ojos.
El Pepe estaba atónito, hecho un ente. Las desgracias se sucedían y coincidían con aquella maldita piscina. El capricho de su familia se había convertido en un monstruo, al que él finalmente había cedido en abrirle las puertas.
La sensatez le hubiese señalado la imperiosa necesidad de frenar la construcción y olvidarse del asunto. Al menos, la sensatez relacionada a la superchería. Y dado lo que estaba ocurriendo, hubiese sido lo más lógico. Pero el Pepe estaba mortalmente herido y como un valiente soldado de la edad media, las estocadas en lugar de derribarlo, le dieron mayor ímpetu.
Se juró no permitir que el destino detuviera esa obra. Había comenzado y ahora debía terminar.
Le pidió a la constructora que apurara la marcha. Si era necesario más personal, lo pagaría. Ya el dinero era cuestión secundaria. Había visto volar de las manos miles y miles en billetes con los accidentes. No le importaban los créditos ni las deudas posteriores. Solo le bastaba asomarse por la ventana e identificar al enemigo para apretar los dientes y estar seguro de lo que quería. La pileta sería una realidad.
Las paredes quedaron terminadas para la tarde en la que Andrés, el más chico de los Barrientos, se electrocutó al encender la bordeadora. Iba a despejar de yuyos el sitio donde iría la bomba de agua para la piscina.
Su esposa, postrada en una silla de ruedas, lloraba desconsoladamente. Su hija era un manojo de nervios, aún sin poder acostumbrarse a la pérdida de su mano y un ojo. El las miraba sin poder acusarlas de ser culpables por haber querido a toda costa esa porquería en su quinta. Y tampoco aquello sería justo.
Pepe no soportaba más desgracias. Mandó a casa de familiares a su mujer e hija. Canceló el contrato con la empresa y se colocó el mameluco de trabajo.
Desde hace tres semanas Pepe está terminando de levantar la pileta con sus propias manos. No tiene la menor idea de como se construye una piscina, pero tampoco le importa. Sabe que jamás la usará. Tan solo siente la necesidad de darle forma y vencerla, demostrarle que la construirá y no morirá en el intento.
Es consciente que eso puede pasar, que eso quiere aquella obra. Pero en tanto trabaja, obstinado, como si eso fuese lo último por hacer en el mundo.
El cuarto cerrado.
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Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 5 días.
6 comentarios:
No digas más. Debajo había un antiguo cementerio mapuche...
Justo!! Estaba pensando igual que Mannelig, que construía sobre un cementerio indio.
Pobre tipo, todo él es la mala suerte caminando.
Original historia Neto.
mariarosa
Que mala suerte la de Pepe. No sé si es comprometido o estúpido. Pero ya que ha perdido todo, es humano, es egocentrista. Y no se dejará vencer por un ente material. Gran historia.
No sé lo del cementerio indio, pero me ha impactado doble, despúes de leer la historia.
Le da un touch más de terrible misterio y horror :D
Abrazo inmenso
SIL
Hay obras que nos doblegan y nos imponen costumbres, hábitos, modos de hacer. Pero la falta de espectacularidad de algunas cotidianeidades hace que pasen más disimuladas.
Buenísimo, Neto.
Abrazo
¡Infernal!
Me encantó el párrafo "El capricho de su familia se había convertido en un monstruo, al que él finalmente habia cedido en abrirle las puertas", nos muestra lo que pasó y lo qu evendrá, el quiebre justo.
Y un final fantástico.
¡Felicitaciones! Muy bueno.
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