Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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3 de mayo de 2012

El crucero

El viaje había sido una maravilla. Debía reconocer que su novia tenía razón. Su novia en aquel momento, cuando le propuso esta luna de miel en el mar. Con tristeza veía ahora acercarse la costa, desde uno de los puentes del crucero. Se había despertado con los primeros rayos del sol que penetraban por el balcón de su habitación e invadido por la certeza de estar viviendo las horas finales de tan plancetera aventura, salió al exterior, donde otros también se paseaban sin demasiadas ganas que el viaje terminara.
La había dejado durmiendo, con la quietud de un ángel, apenas arropada por las sábanas, desprolijas tras la apasionada última noche del primer viaje que hacían como matrimonio.
Se apoyó sobre una de las barandillas del puente, contemplando las nubes en el horizonte. El aire de mar penetraba en sus pulmones, que se inflaban felices y repletos de júbilo. Cómo iba a extrañar todo aquello. El azul inmenso, las nubes interminables, los horizontes distantes y al mismo tiempo cercanos. El descanso, el relax, el tiempo en privado con su mujer, los paisajes, las costas, la paz.
Sobre todo la paz. Eso era exactamente lo que respiraba, lo que entraba a su cuerpo en cada inhalación. Paz. Cuando llegaran al puerto todo aquello se desvanecería. Volverían a sus rutinas, los horarios, las responsabilidades. No más momentos de fiaca en la cama, de mirar el infinito oceáno tomados de la mano, de permanecer en silencio ante la magnitud de la naturaleza. Otra vez el vértigo del día a día, de llegar a casa rendido, con apenas ganas de unos breves arrumacos.
Aquella costa, ya no tan lejana, se le antojaba como el mismísimo infierno. Pensó entonces en ir a buscarla, despertarla, llenarla de besos, para pedirle que saliera con él a contemplar esas últimas horas de viaje, para compartir el final de la inolvidable luna de miel juntos, como la habían iniciado.
Pero no alcanzó a dar dos pasos que una voz lo sobresaltó. No se había percatado que a su lado había un hombre de edad madura, observando también hacia el destino de la embarcación.
- Uno se hace la idea que llega, pero eso nunca sucede - dijo el desconocido.
Tras el sobresalto, buscó con la mirada un posible interlocutor, a sabiendas que en realidad se dirigía a su persona.
- Disculpe - atinó a decir - No lo había visto, me decía...
Pero el hombre no le contestó, al menos de inmediato. En cambio, llevó la vista hasta el cielo y luego la paseó por todo el horizonte. Y cuando parecía que se quedaba en silencio, volvió a hablar.
- Se pierde la noción del tiempo al estar en lugares tan amplios y desolados. Uno cree que el tiempo siempre avanza hacia delante, pero no es así. Míreme a mí. Si eso fuese posible, vería a un viejo decrépito y no a una persona como la que tiene aquí, a su lado.
Otra vez reinó el silencio. No sabía si quedaba como un maleducado si proseguía su camino en busca del camarote donde dormía su esposa, pero era lo que realmente quería hacer. Sin embargo, esa perorata sin sentido lo tenía amarrado al sitio donde se encontraba.
- Me tengo que ir sabe, tengo que...
En vano intentó dar una explicación. El desconocido lo miraba de frente. Se había girado para ello, dejando a sus espaldas el grandilocuente espectáculo del mar y la costa haciéndose a cada minuto un poco más grande.
- Yo también quise irme, pero fue hace muchos años. Ya ni lo intento. En mi luna de miel, mire usted como son las cosas. Habíamos planeado el viaje con tanto entusiasmo. Y esa noche, la última, ella me envenenó. Qué cruel es el destino, que cruel.
Palideció. De repente pudo notar como, si prestaba atención, podía ver a través del cuerpo de ese hombre. Sintió pánico, aquel no era un hombre, era una especie de fantasma, un espectro. Quiso gritar pero estaba paralizado. Solo quería volver a su camarote, escapar de allí.
- Es increíble cómo cambian las perspectivas cuando uno observa bien - dijo el hombre - Eso es lo que hago desde que mi alma quedó sentenciada en este crucero: observo. Y me doy cuenta en los que viajan cuando las cosas no son las que parecen. Fíjese su caso, se lo ve tan exultante, tan feliz y a la vez tan triste porque esto se acaba y sin embargo, aún no ha comprendido que no es lo que usted piensa.
No entendió a qué se refería. Ni siquiera cuando miró hacia el balcón de su camarote y la vio a ella desnuda, asomada de cara al sol.
- Mírela, vaya que es bonita. Y su piel, ahora tostada. Una delicia ¿cierto? Pero no es suya, nunca lo fue. No es de nadie, como tampoco lo es usted. No me importa saber cómo murieron, ni cuando, ni nada. Entiendo que soñaban esto y que por eso aquí están, pero han pagado un precio muy caro amigo, muy caro. Sus almas viajarán una y mil veces, se hastiarán al segundo o tercer viaje y luego ni siquiera querrán estar juntos. Lo mejor hubiese sido dejarse llevar y vivir la eternidad en otra parte, en el más allá quizá. ¿Pero aquí? Vaya condena la que se han sentenciado solos. Pero como le digo, no me importa saber el por qué. Solo observo, solo eso hago.

3 comentarios:

Con tinta violeta dijo...

Wow, y yo que pensé que eran las reflexiones de un oficinista gris, que tras darse un tiempo de lujo, junto a su amada iba a volver a la rutina...en serio. Bonita forma de darle vuelta a la historia...casi, casi, como el que quita la envoltura al caramelo y le sale un gusano dentro!
Me gusta!

SIL dijo...

Una especie de infierno paradisíaco.
Condenados al paraíso.


Otro abrazo, Netito.


SIL

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

¡Uhhh!
Esto sí que es terror (entendido como miedo muy intenso) del bueno: cuando menos lo esperás, una bofetada de pánico fantasmal eacapa del cuento para dar con furia en la mejilla del lector. Así me pasó.
Genial, muy, muy bueno.
¡Felicitaciones, Netomancia!