La niña se llamaba Miranda y era dueña de los ojos más lindos del mundo. Ella lo sabía porque su papá se lo recordaba a diario, mientras caminaban juntos hacia el colegio. Papá también le decía que solo las niñas buenas y obedientes llegaban a ser lindas de grande. Las que se comportaban mal, terminaban convirtiéndose en brujas horrendas, que terminaban sus vidas al lado de un caldero enorme, haciendo conjuros y lamiendo sapos.
Miranda ponía cara de asco y le prometía a su padre jamás portarse mal. El hombre la abrazaba y luego se marchaba, dejándola en aquel patio de baldosas blancas, donde niños y niñas ya correteaban de aquí para allá. La pequeña lo observaba alejarse hasta desaparecer por la puerta principal. En ese instante sonreía, mientras en su mente imaginaba el caldero de sus sueños.
El cuarto cerrado.
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Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 6 días.
4 comentarios:
No siempre los hijos eligen el camino que a los padres nos parece mejor, pero esta niña comenzó pronto a pensar diferente...
mariarosa
Jaja! Muy bueno, así es como los hijos crean futuro a partir de lo que viven.
Abrazo
El padre tendría que revisar sus estereotipos. Creo que su hija aspira a ser bella y siniestra.
Pobres padres, que echamos mano de cualquier estupidez para que los nenes se porten bien, y después ellos terminan haciendo lo que quieren.
Coincido con el demiurgo, la nena va a ser un peligro, y encima linda.
Abrazo, Netito.
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