No tenía ni pensaba tener. Y no le harían cambiar de idea. Lo sabía desde pequeña, desde aquellas primeras peleas con los varones en el patio del colegio. Discusiones estúpidas contra mentes toscas, que lo único que sabían hacer era burlarse de ella o de sus compañeras.
Y en la medida que crecía y maduraba su forma de pensar como también su cuerpo, fue comprendiendo otras cosas, entre ellas, que los chicos eran todos unos imbéciles. Le sobraban motivos para aseverarlo. Se creían tan vivos creyendo que nadie se daba cuenta que espiaban sus piernas, que asomaban la vista sobre sus escotes o intercamiaban revistas de mujeres desnudas, que en su afán de ser audaces, le parecían retrasados mentales.
Fue catalogándolos a lo largo de toda su vida, lo suficientemente bien como para estar segura de que nunca tendría. Podía diferenciarlos en babosos, pajeros, manoseadores, huecos, tontos, degenerados y desagradables. No había varón que no entrara en alguna de sus categorías, a pesar de que algunas amigas quisieran defender a los chicos que les gustaban.
Había dejado la secundaria con placer, odió esos últimos años. Las chicas regalándose en cualquier esquina, provocativas y descocadas, y ellos, con la mesa servida en bandeja, devorando sin pasión e indiferencia.
Los años de la facultad no habían sido mejores. Se alejaba de las fiestas, de las compañeras que no dejaban de hablar de hombres y de los hombres mismos, a quiénes los años no parecían asentarlos en la vida, siempre tan predecibles y con la idea fija del sexo entre ojo y ojo.
El "para cuando" de sus familiares le resultaba insoportable, pero detestaba más aún que se lo dijeran sus amigas. Incluso, su compañera de departamento, con la que lidiaba a diario porque insistía en querer llevar a su novio allí, se volvía una tortura. Si quería tener novio, que lo tuviera, pero lejos de su lugar, de su espacio personal.
La determinación ante todo. No le importaba si se quedaba sola en el departamento, eran estúpidos y ella no compartiría ni un segundo con gente así. Además, para qué quería uno. Eran egoístas y solo pensaban en ellos. Terminaría siendo una sirvienta más, como su madre o su abuela.
Si su compañera de departamento quería que su novio la pudiera visitar, que se consiguiera otro lugar. Fin de la charla. Había visto en el rostro de ella la desilusión e interiormente lo disfrutó. El que quiere celeste, que le cueste, pensó para sus adentros.
Se iría, estaba seguro de eso. Se iría en una semana o dos. Lo había visto dibujado en sus ojos ni bien recibió su negativa. Y le parecía bien. Si quería involucrarse con ellos, que se mantuviera lo más lejos posibles. No dejaría que pisaran su territorio. No, de ninguna manera.
Nunca tuvo ni nunca tendría.Y así era feliz.
O al menos, se decía serlo.
El cuarto cerrado.
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Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 5 días.
5 comentarios:
Pobre chica.
Un mundo sin hombres es como un manzano sin manzanas...
Abrazo grande.
SIL
Pobre niña. Qué miedos, rencores suposiciones, pasaban por su cabeza que la hacía tan dura y egoísta?
Una narración diferente Neto. Me gustó.
mariarosa
la vida se resume al dia a dia con uno mismo; lo de más solo tiene la connotacion e importancia que nosotros (habiles, brutos, o enamorados) le demos.
A mi en lo particular me ha encanto esta entrada... :)
Lillie.
Chas gracias por los comentarios!!!!
Saludos!
Que amiga tan fatalista. Con juicios tan condenatorios sobre el conglomerado.
Cada quien se labra su destino.
No dejó de asomar su extraña traumática y rencores.
Hay que ir asumiendo que nos vamos reciclando, y si das mucho amor no tendrás problema en recibirlo.
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