Se sentía mal desde antes. Quizá el sol a lo largo de todo el día, mientras disfrutaba de la playa con sus amigos o las cervezas que con el pasar de las horas había ido ingiriendo. El punto era que ahora la cabeza le daba vueltas. Una sensación muy extraña, rara. No era el típico mareo a causa del alcohol, que tan bien conocía. Era aún peor, una especie de terremoto interior que pugnaba por salir.
Sentado en la punta de la mesa de aquel bar en la playa, donde recibían a diario el atardecer, observaba como sus amigos parecían borronearse delante de sus ojos al mismo tiempo que sus voces flotaban a la deriva, como si estuviera escuchándolos a través de una radio con mala sintonía.
El mozo iba y venía, llevando botellas vacías y dejando en su reemplazo otras repletas y bien frías. Pero su vaso seguía lleno, con el contenido ya sin la temperatura ideal. El estado en el que se encontraba no le permitía concentrarse, ni siquiera para dirigir su brazo hacia el vaso, tomarlo con la mano y llevarlo a la boca. Algo en su interior le decía que tenía algo grave, que debía dar aviso a sus amigos.
Se preguntaba cómo podía ser posible que ninguno notara que estaba mal. ¿Nadie extrañaba sus comentarios? ¿Acaso no estaría pálido? El solo hecho de permanecer como una estatua, rígido, en aquella silla con publicidad de Budweiser, que minuto a minuto parecía hundirse más en la arena, debería ser indicio de su estado. Sin embargo, sus amigos seguían parloteando a los gritos, riéndose a carcajadas, ignorando totalmente su enfermizo momento.
Su cuerpo estaba cayendo. No era una sensación, más bien, le estaba pasando. Notó que el nivel de la mesa subía. Pensó, en realidad, que era eso lo que sucedía. Pero no. No era la mesa la que subía, sino su cuerpo que iba hacia abajo. Un alerta se encendió en su cabeza, pero no pudo dar aviso a sus amigos. Intentó abrir la boca, pero no supo como hacerlo. En ese instante, la mesa ya había alcanzado la altura de sus ojos.
La silla se estaba hundiendo en la arena, no había otra explicación. Lo comprobó al sentir el contacto de sus tobillos con la fina arenilla. ¿Arenas movedizas? ¡Tonterías! Estaba en la playa, en un bar del lugar, dónde transitaban cientos de personas por día. Si allí hubiese arenas movedizas, todo el mundo lo sabría. Imaginó que ahora sus amigos notarían lo anormal de la situación, pero volvió a equivocarse. Seguían charlando entre ellos y cuando volteaban la mirada hacia donde él estaba, ahora con arena hasta las rodillas y parte del asiento enterrado, parecían no darse cuenta, como si aquello no estuviese pasando.
Empezaba a desesperarse, a preocuparse. Elevó los brazos cuando sintió que estaba tocando la arena. El abdomen desapareció tras un cosquilleo. No veía ni sus miembros inferiores ni el short azul que había comprado para esas vacaciones. Ahora podía ver la parte inferior de la mesa plástica, incluso un chicle pegado por algún maleducado.
Alguien pronunció su sobrenombre. Por un instante creyó en el milagro, que al fin se habían percatado de que se estaba hundiendo, que la playa se lo estaba tragando. Pero no, era la voz de Alfonso, ya algo pastosa por tanta cerveza, que transmitía la decisión del grupo:
- Bueno Pepe, esta noche pagás vos. Así que muchachos, un aplauso para el Pepe que hoy costea los vicios de todos.
Escuchó el tronar de palmas y algún que otro insulto dicho en forma cariñosa. Hubiese querido retribuir el afecto o al menos, pedir ayuda, pero no pudo. Tenía la arena en el cuello. De todas formas, bajó uno de los brazos que apuntaba al cielo y lo enterró en la arena que cubría su cuerpo, tanteando casi por instinto hasta llegar al bolsillo del pantalón corto, donde tomó los dos billetes de cien que recordaba haber guardado esa misma mañana.
Con esfuerzo sacó el brazo otra vez a la superficie. Las pequeñas partículas de arena adornaban su piel con gracia. Pero aquel espectáculo ya estaba privado para su vista, dado la cabeza quedó enterrada tan pronto como sus amigos comenzaron a pararse para emprender la partida. Los billetes de cien resistían entre sus dedos, ondeándose con elegancia, producto de la brisa fresca que llegaba desde el río.
Sintió como alguien de un tirón le arrebataba el dinero y decía "gracias, espero verlos mañana" y reconoció en esa voz a Carlitos, el mozo del bar del que ya eran habitué. Sus dedos no tardaron en hundirse también, hasta desaparecer por completo en aquel pedazo de playa. Quería advertir que estaba ahí, pero si antes no pudo abrir la boca, ahora menos podría, aprisionado por esas minúsculas partículas de cuarzo que todo lo abarcaban.
Volvió a escuchar la voz de Carlitos, que volvía con el vuelto y anunciaba que lo dejaba sobre la mesa. Le hubiese encantado decirle que se lo quedara, pero le era imposible. Que raro todo esto, pensó Pepe resignado, sintiendo arenisca en cada milímetro de su cuerpo, covencido de que mal se sentía desde antes y que no había razón alguna para echarle la culpa al sol o a las cervezas. Ni dar un bufido con bronca, pudo. Se limitó a cerrar los ojos antes que se le llenaran de arena y a pensar esperanzado que quizá, alguna niña munida de una palita plástica lo desenterrara al día siguiente.
El cuarto cerrado.
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Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 5 días.
10 comentarios:
Muy grande, Neto.
El texto te hunde en la arena, al mismo ritmo de Pepe, sin importar por qué.
Abrazo gigante.
SIL
Me encantó. Este es el retrato de un hombre que no pierde la esperanza. Menuda cara se le puede quedar a la chiquilla!
A mí se me evaporan las mujeres vestidas de rojo y a tí se te hunden los héroes anónimos en un paisaje de sol y playa...Definitivamente ¡algo está sucediendo en este mundo desquiciado!
Besos!
Cuántas veces las arenas nos ahogan sin niñitas con palitas cerca...
Muy bueno, Neto!
Abrazos
Doña Sil, muchas gracias! Se hunde a causa de un desafío de un amigo que querí verme escribir una situación así ja. Saludos!
Doña Tinta, a este mundo desquiciado se le está corriendo el eje y entonces todo está desenfocado. Gracias! Saludos!
Don Oso, muy profundo... espero que al pobre Pepe no lo entierren tan profundo, otra que palita. Un abrazo!
Muy bueno, he sufrido con este pobre hombre hundiéndose y sin que nadie se percate de su drama. Felicito tu imaginación, narras de maravilla.
mariarosa
A fuerza de repetirme: ¡excelente!
Excelente. ¡Qué final!.
Me encantó.
Un lujo tus letras, Netomancia.
Saludos.
he sido un "pepe" muchas veces...
:)
Eso sí que es beber como un cosaco.
Dios mio por que bebió tanto! XD genial Neto! Tenés un talento único
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