La noche es una compañera peligrosa, le había inculcado siempre su madre. Por esa razón se cuidaba cuando debía deambular bajo la luna y discernir entre las sombras para tantear la realidad de los miedos dibujados por las palabras de años y años.
De todas formas, la noche crucial en su vida no lo sorprendió caminando desprevenido bajo las estrellas. Y podría decirse que si hubiese ocurrido en una vereda cualquiera, quizá su destino sería otro. Pero las desgracias no vienen solas, llegan por alguna razón. Llámese vaticinio o fatalidad, el destino tiene varias caras pero se obstina en mostrarnos solo una.
Cómo le ocurrió a Fidel, aquel que de niño le habían enseñado a desconfiar de la oscuridad, la noche en la que se le hizo muy tarde tras la sobremesa en la casa de unos amigos. Lo más prudente, pensó entonces y debió haber razonado durante largo tiempo después, habría sido quedarse en aquella casa, durmiendo en un sofá prestado o sobre un colchón en el piso.
Pero en cambio, decidido a regresar a su departamento, se encontró caminando hacia la parada del colectivo, con el croar de alguna que otra rana y el canto de los grillos como únicas compañías. No se trataba de la línea local, sino de media distancia. Su hogar distaba sesenta kilómetros de aquel paraje en el que se había críado.
Era entrada la madrugada y una brisa le recordaba que estaba desabrigado. Añoraba ya la posibilidad descartada minutos antes del sofá en lo de su amigo. Su vista iba del reloj en su muñeca izquierda a la ruta, más precisamente al fondo, donde las luces de un semáforo lejano cambiaban cada tanto. Esperaba ver emerger de la oscuridad la figura amarilla del omnibus. Lo esperaba con ansias. La soledad en aquel lugar lo angustiaba, además de la necesidad de apoyar su cabeza contra el respaldo y poder dormitar aunque sea media hora.
Ya su mente se interrogaba de manera lapidaria, preguntándose si acaso en ese horario tendría transporte. Se respondía negativamente, casi resignado a una espera eterna, o al menos, hasta el amanecer, cuando la línea de media distancia retomara su recorrido.
Sin embargo se produjo lo que en ese preciso instante creyó, era un milagro. La sencilla forma del colectivo irrumpió en el horizonte, dejando ver sus bordes rectos y el cartel luminoso que a medida que se acercaba, invitaba a leer el nombre de la ciudad destino, aquella que albergaba su cama y sus sábanas.
Subió Fidel sintiéndose más seguro, recobrando el calor en el cuerpo y retomando una respiración normal. La noche lo angustiaba terriblemente y a pesar que ya era un joven crecidito, el miedo todavía lo perseguía.
Se ubicó casi al fondo de la doble hilera de asientos. Apenas si viajaban seis o siete personas al momento de subir. Podría descansar tranquilo. Solo subieron dos pasajeros más antes de abandonar la ciudad que otrora cobijara su niñez. Y sería este último detalle, el que desencadenara todo.
Soñó en los minutos que se abandonó al sueño que estaba en su departamento mirando televisión, mientras comía una pizza con la muzzarella bien caliente. No supo si era por sentirse en su hogar o por lo sabrosa de la pizza, pero se despertó con una inmensa sensación de bienestar.
En realidad una conversacion lo arrancó de la ensoñación. Era un diálogo que se producía en el asiento atrás suyo. Recordaba que allí se habían sentado los dos últimos jóvenes en subir. No iba a negarlo, el aspecto de ambos no le había gustado. Gorritas con visera que le tapaban los ojos, camperas holgadas y varias cadenitas en las manos y cuello.
Los escuchaba hablar, con un tono elevado, incluso amenazante. Las palabras no eran nítidas, pero no porque no escuchara, sino porque pronunciaban muy mal. Y cada dos o tres palabras, había una que no entendía. Era joven, pero aquella jerga se le escapaba.
De a poco la charla comenzó a cobrar sentido. Los dos jóvenes de gorrita estaban planeando asaltar a los pasajeros.
El miedo lo puso rígido, pero solo fue un instante. Debía actuar. Por lo que escuchaba, los dos andaban calzados. Es decir, tenían armas de fuego. No podía caminar por el pasillo y avisarle al chofer, porque estos se avivarían y serían capaces de cualquier cosa por escapar. Decidió lo más arriesgado, que fue lo primero que se le ocurrió tras descartar avisarle al conductor. Hablarles.
- Chicos - les dijo girándose hacia ellos, casi con un hilo de voz; carraspeó para tomar fuerzas y seguir adelante - Chicos, no pude evitar escucharlos y quería pedirles que no lo hagan. Somos pocos, no vale la pena.
Los dos muchachos se miraron entre sí, no se imaginaban que iban a escuchar el plan. Además, las tres cervezas que se habían tomado en una estación de servicio antes de subir los había entonado y no era cuestión que un boludo les dijera que tenían que hacer.
- Flaco, chito. Te quedás calladito. Si no decís nada, la sacás barata. ¿Estamos?
- En serio, mirá bien, no vale la pena. Mirá si se te escapa un tiro y...
- Flaco, hacele caso a mi amigo. Quedate piola en su lugar que nosotros hacemos lo nuestro, bajamos y todos a salvo.
- Y si por esas cosas se les escapa un tiro...
- Si hacés algo raro, el tiro va para vos. Si el chofer decide hacerse el héroe y frenar, el que la liga es él. Y cualquier pelotudo que se haga el valiente, lo quemamos. Así que mirá para delante y esperá tu turno.
- Dale loco, media pila, mirá si vas a asaltar este cole, es tarde, tengo que llegar a casa...
- ¿Lo escuchás al gil este? ¿Vos sabés flaco con quién estás hablando? Nosotros cocinamos a varios, somos pesados, no te pasés de vivo con nosotros, no te pasés.
- No muchachos, no quiero que se malentienda, lo único que quiero es que no nos pase nada.
- Si te quedás callado no te pasa nada.
- Y... ustedes tienen armas, cómo puedo confiar que no va a pasar nada.
- ¿Querés que te de el arma? ¿Qué la tiremos por la ventana? - los dos de gorrita se pusieron a reír - Vos si que sos gracioso gil eh - acotó uno de ellos.
- Bueno - dijo el otro - Vamos a hacer esto rápido, porque la conversación me está aburriendo.
Y dicho esto, se puso de pie blandiendo el arma en la mano y gritando a toda jeta.
- ¡Hijos de mil putas, los estamos robando! ¡Chofer, ni se te ocurra frenar que te lleno de agujeros pedazo de forro!
- ¡Dale, la plata, vayan sacando la plata que tengan encima! - decía el otro mientras corría por el pasillo - Dame el celular mierda - le dijo de mala gana a un hombre que intentaba esconderlo debajo de la cola.
- ¡Vamos! ¡Vamos! Colaboren carajo. Vos imbécil, vos, dale, eso, la guita - exclamaba uno de lo ladrones, mientras se alejaban de los últimos asientos, avanzando hacia el chofer.
Fidel había quedado casi acurrucado en su asiento, temblando, porque cuando habían sacado las armas, pensó que lo primero que harían era dispararle un tiro en la cabeza. Cerró los ojos y recordó la voz de su madre, advirtiéndole sobre los peligros de la noche. Quiso replicarle a la voz, objetando que no estaba en la calle, sino dentro de un colectivo. Al mismo tiempo rezaba, pidiendo que los de gorrita se hubiesen olvidado de él.
Pero no, sintió el caño del arma contra la frente.
- Dale chabón, abrí los ojos. Faltás vos, dame la plata y el celular.
- Esperá - dijo levantando los párpados - te doy guita, pero el celular tiene datos del laburo y...
- Dame el celular o te quemo, así nomás te lo digo.
Dudó, pero con la mano temblorosa terminó alcanzádoselo.
El ladrón tomó el aparato y apartó la pistola de la cabeza.
- Flaco, no te preocupes, que vos vas a terminar mejor que nosotros en la vida. ¡Chofer! Frená para que bajemos y volvé a arrancar hijo de puta, que si veo que hacés algo raro te quemo, escuchaste te quemó - vociferó mientras corría hacia la puerta.
El colectivo frenó bruscamente sobre la banquina de la ruta y los dos muchachos bajaron corriendo para perderse en la oscuridad, que los encubrió como tragándose un bocado rico y sabroso.
Los pocos pasajeros quedaron en silencio, llenos de impotencia. Fidel aún sentía el frío del cañón en su frente y se imaginaba que allí todavía debía estar el círculo que éste había dejado sobre su piel.
El miedo a la noche, a los peligros que pueden esconderse tras su velo de estrellas mentirosas, que engañan con su brillo con el fin de hacerle creer a todos que son preciosas, dignas de ser observadas, en tanto la maldad se expande a espaldas de uno y lo toma por sorpresa.
La noche es eso, un despliegue de escenarios propicios para el crimen. Su madre tenía razón. La noche era ante todo una compañera peligrosa.
Había oportunidades, cuando la luna era único testigo de su deambular nocturno, que volvía a sentir el cañón sobre su frente. Por momentos pensaba que aquella marca jamás se había ido.
Ese viaje fue traumático, marcó su vida. Fue el desencadenante de lo que aconteció después. El temor lo desbordó al punto tal de hacerlo temblar ante la mínima sombra. Un pasado de advertencias gobernó su mente y durante largo tiempo sucumbió ante el recuerdo de su madre, los miedos inculcados y la experiencia de aquel asalto.
Pero como todas las cosas, no duró demasiado. Lo suficiente como para que comprendiera lo que debía hacer. La manera de enfrentar su miedo.
La noche ahora es su aliada. La que lo protege, envolviéndolo en su espesura cuando corre campo adentro tras saltar del colectivo que acaba de robar. Lo hace cada noche, esperando toparse con esos rostros conocidos y poder así cerrar el círculo.
No le molesta el miedo que causa, ni la sensación de estar a punto de ser apresado. El fue víctima de ese miedo y vivió preso del mismo. Ahora se siente vivo, porque lo enfrenta, lo hace suyo, lo gobierna. Pistola en mano grita desaforado y se imagina el escarnio que recorre interiormente a cada víctima y por una vez en la vida sabe que el enemigo no es la noche, sino el hecho de confundirla con la oscuridad que vive dentro de uno.
El cuarto cerrado.
-
Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 5 días.
5 comentarios:
IMPRESIONANTE, Netito.
Tiene mil aristas para comentar...
pero me remitiré a la genialidad del relato y la sorpresa del final.
Los lectores sufren lo mismo que el protagonista, desde el minuto cero.
Un abrazo grande.
SIL
El final. Sin palabras...
Muy bueno Neto.
Creo que el miedo de Fidel terminó siendo su fuente de energía. Y, como se sabe, la energía nunca se pierde, sino que se transforma...
¡Abrazo!
Fantástico...
Pude vivir todas las sensaciones del protagonista, a pleno. Y el final me mató, estupendo...
Felicitaciones, muy bueno...
Si es que ya se me han acabado las palabras. Voy a terminar abriendo la ventana para gritar a los vecinos: ¡es un genioooooooo!
Doña Sil, me faltó poner "basado en hechos reales" de un conocido, pero en realidad solo la primera parte, sino van a pensar que hay un lo suelto asaltando colectivos por ahí. Eso no pasa en este país, que es pionera en seguridad (no se me enoje por la ironía, don Felipe!). Gracias! Saludos!
Don Sebastián, es jodida la transformación de la energía, sobre todo si es energía negativa! Un abrazo!
Don Juanito, me alegro que le haya resultado tan vívido. Siempre se busca eso. Gracias. Saludos!
Don Mannelig, como siempre, muchas gracias. Un abrazo.
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