Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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3 de mayo de 2011

El cuento interminable

Armand Pistolezzi era un escritor apasionado. Sentía fluir la historia en cada milímetro de su cuerpo antes de plasmarla sobre papel. Hijo de un productor teatral y una pianista, la cultura se filtró por los poros de su infancia como si se tratara del aire que respiraba.
De pequeño sus padres alentaban sus historias escritas en pequeñas hojas de papel, con su trazo tembloroso y algo desprolijo. Y fue ese apoyo constante que lo motivó a transformarse en escritor. Primero, escribiendo obras teatrales para su padre. Luego, lanzándose al maravilloso mundo de las historias policiales, la intriga y el suspenso.
Armand fue considerado desde siempre una nueva luz dentro de la literatura local. Pero aún así sentía que ningún escrito hasta la fecha, iba a poder igualar el que tenía en mente. La idea le rondaba la cabeza desde hacía tiempo, pero no estaba seguro de poder trasladarla a un par de cuartillas A4.
Una noche en la que no podía dormir, tomó coraje y buscó su pluma Parker, la que su madre le había regalado al cumplir los treinta años y se dijo que esa misma madrugada lo haría, escribiría ese cuento por el cual ganaría la inmortalidad en la literatura universal.
A la luz de una vela, pues así le gustaba trabajar, acercó a su diestra una docena de hojas en blanco y garabateó en la parte superior de la primera de ellas, el título: Mandarkarina. Allí se situaba su argumento, en una ciudad gitana imaginaria que llevaba ese nombre. Incluso el título le parecía único, emblemático.
Sin perder un solo segundo, comenzó a escribir. Tenía los pormenores en su cabeza, había imaginado las secuencias una y otra vez. Pero a medida que llegaba a una escena que ya conocía con antelación, algún otro suceso se interponía y debía extenderse unas líneas, para poder reencontrar el camino original. Comprendió, a la quinta hoja escrita, que el cuento no podría resumirse en un par de páginas como pensó en primera instancia.
Igual, se dijo, sería un cuento. Por lo tanto, prosiguió. Las hojas se iban acumulando a su derecha, en una pila cada vez más alta. Varias veces había tenido que ir por más al cajón del escritorio de la habitación contigua. Cuando la luz del amanecer lo sorprendió por la ventana, llevaba más de cincuenta hojas escritas. Reparó en la hora y se dijo que debía descansar algo.
Pero apenas si pudo estar diez minutos en la cama. La historia lo llamaba. Volvió presuroso al escritorio. Ya no hacía falta la llama en la vela, que apenas era un grumo blanco derretido sobre un platito de porcelana. Siguió moviendo su mano y con ella la lapicera, a merced de su imaginación. Era esclavo de aquel argumento maravilloso que veía con emoción crecer oración a oración.
Al mediodía logró hacer un alto y dormir unas cuentas horas. Para la noche, tras cenar velozmente, contó más de ciento ochenta hojas escritas. Pensó en que quizás había transformado el cuento en novela, pero se opuso a esa idea. Era un cuento, extenso, pero cuento.
Siguió escribiendo durante la noche, ahora si, con la ayuda de una nueva vela. Descansó por la mañana, para proseguir por la tarde. Al atardecer lo llamaron por teléfono, pero fue escueto en el diálogo, pues no quería perder la trama de lo que estaba escribiendo. Por la noche sus padres lo llamaron para recordarles de la cena que habían programado. Se excusó aludiendo un compromiso de última hora. No durmió. A la mañana, cuando los ojos se sentían vencidos por el cansancio, supo al dar un vistazo a la pila de hojas, que allí había más de quinientas.
Por la tarde, más descansado, volvió al ruedo. Y aún sigue escribiendo.
Hay días que sus padres lo visitan y le llevan víveres. Otras veces van sus amigos. Siempre alguien debe recordarle que se asee o al menos, que no pierda el horario de las comidas, que puede enfermar. Muchos han intentado en vano convencerlo de salir a dar un paseo, de abandonar el encierro. Pero de buenos modos, el se niega. A regañadientes, todos aceptan las excusas de Armand. Es que nadie puede decir que está mal. Se lo ve contento, siempre escribiendo, acumulando hojas y hojas en cada rincón de la casa, escribiendo lo que dice, será el cuento que lo hará inmortal.
Lo último que supe de este talentoso escritor es que ha alquilado el departamento contiguo, pues en el suyo, ya no hay lugar para tantas hojas escritas.

7 comentarios:

mariarosa dijo...

Pobre Armand, llegó casi a la locura. Me podría dar un poco de imaginación, que por lo visto tenía y mucha.

Muy buena historia, como todas las tuyas.
¿Sabes que Editiral mis escritos ha puesto un nuevo concurso de cuentos?

poesiaycuento@misescritos.com.ar

Con tinta violeta dijo...

Magnifico cuento. En el fondo Armand es una hipérbole de algunos que yo conozco...tanto es su amor por las letras y la facilidad para hilvanar historias, ja!
Me encanta...Besos!!!

Netomancia dijo...

Doña Mariarosa, ud tiene y mucha! Si, me llegó el mail de invitación. Ojalá tener suerte como en la pasada edición, que fui finalista. Saludos y gracias!

Doña Tinta, Armand tiene un poquito de todo, más un plus de locura jaja. Gracias! Saludos!

SIL dijo...

Genial, Netito. Supondrás que me encantó.

Armand tiene un poquito de todos nosotros.
Sin ese plus de locura no habría escritores inmortales.
El insomnio suele ser un rasgo común entre ellos.
Es el precio a pagar por esa luz.

EL TEXTO IMPOSIBLE, ese que nunca logramos terminar de escribir.

Un abrazo grande

SIL

Panchuss dijo...

que H de P!. BUENISIMO. me idendifique con todo. lo leia y me iva dando cuenta lo que hace la escritura en nosotros, sus esclavos. te cuento Neto que hace dos dias estoy clavado a un cuento, y cuando manejo el auto, estoy dando clase, miró la tele, no dejó de pensar en ese final.
BUENISIMO, por la trama.
TAN REAL, por la forma de escribir, tan fluida y sin trabas(para el lector).
panchuss

Netomancia dijo...

Doña Sil, muchas gracias. Si, es parte de todos los que añoramos escribir ese cuento. Armand nos pertenece. Gracias! Saludos!

Don Panchuss, cuánto me alegra! Gracias por las palabras. Estuve leyendo sus últimos cuentos y son de un nivel envidiable (sanamente!). Saludos!!!!

Netomancia dijo...

Don Panchuss, ese final... de un cuento a publicar?