La nívea mirada de la niña confirmó su primera hipótesis. El inmaculado vestido que envolvía su delgado cuerpo la convertía en un ángel sin alas, que ya jamás volaría ni podría soñar con hacerlo.
Entre tantos pasos que iban y venían, sus ojos se desplazaron por toda la habitación acumulando detalles, buscando dar con algún indicio que se les hubiera escapado a todos los demás.
Estaba de rodillas, como implorando un milagro. Pero no lo hacía, los años habían recubierto sus sentimientos con una capa tan resistente como el acero. Indagaba de cerca, aproximándose como quizá lo había hecho el asesino. Esos ojos abiertos, sin embargo, lograban recordarle que no estaba hecho de piedra.
Se puso de pie y salió de la casa. Afuera el ambiente no era mejor. Corría aire, el sol brillaba, pero el arremolinamiento de vecinos y medios de comunicación lo sentaban de culo en la realidad, en el hecho de verse en otra escena del crimen. Se pasó un pañuelo por la frente, secándose el sudor.
Sabía que sería el blanco de las preguntas de los reporteros; confrontarlos era una tarea secundaria de su trabajo. Odiaba esa parte, pero la gente necesitaba respuestas. Las cuales, siempre resultaban escasas.
Regresó a su oficina, sintiéndose viejo. Y era porque lo estaba: las canas que peinaba no formaban parte de un decorado, sino que eran producto del paso del tiempo (y de las muertes).
Una niña, un futuro truncado. Otro más. A veces a la capa de acero le salían grietas, pero se ocupaba de ocultarlas. Era mentira aquello de que los años cicatrizaban las heridas, por más que las mismas las sufrieran otros. El estar cerca las contagiaba. Y el tiempo se encargaba de hacerlas eternas.
Por la noche, intentó en vano cenar. El estofado se le hizo espeso. Miró en cambio, los portaretratos cubiertos de polvo en los estantes. Su mujer, sus hijos. ¿Pensarían en él? A veces se lo preguntaba, pero no tenía respuestas. Jamás les había dedicado tanto tiempo como en los últimos años, en sus pensamientos. Sus casos habían estado por delante de todo. Siempre.
La soledad lo embargaba, haciendo permeable el regreso de esas imágenes grabadas a fuego en sus recuerdos. Niñas y niños. Ángeles de Dios. Víctimas de miserables seres, de gente horrenda, sin corazón. No había sepulcro que los mantuviera a salvo. En su mente, siempre lloraban, reclamando justicia.
Ese era su propósito, su razón de ser. Y lo hacía bien. Vaya que si. Su reputación lo decía todo. Y sin embargo... no alcanzaba. Nunca era suficiente ante tanta maldad.
Últimamente la acidez lo tenía a maltraer. Chequeos con el cardiólogo, el pedido de menos horas de trabajo, la sensación de estar en los últimos kilómetros del camino. Las canas en el espejo, las arrugas, el pesar de los años. Y cada muerte, un nuevo puñal en el corazón.
La niña de esa mañana, otro ángel caído. Otra esperanza por el retrete. Y alguien suelto. Y allí renacía el dolor, la angustia. El deber, la necesidad de apresar al maldito. Una persecusión interminable, porque el mal cambiaba de rostro, de cuerpo, pero seguía existiendo. Las rejas parecían no alcanzar para todos. El infierno era la Tierra, no tenía la menor duda.
Soñó con esos ojos mirando la nada, con esa hipótesis tantas veces vertida en los informes que señalaba que el asesino era un conocido. Despertó sobresaltado. La pesadilla, la misma de otras veces, lo había tomado por sorpresa. En ella, no podía dar con el asesino y la víctima, lloraba muy cerca, bañada en sangre.
Sintió el frío penetrando por la ventana de la habitación. Se levantó y se asomó para ver la noche. Aquellas estrellas, la luna, testigos de tantas muertes. Las veía tristes, como siempre. Tan impotentes de no poder hacer nada, de impedir la violencia.
Suspiró. Esa mirada, esos ojos sin vida. Otra vez la misma niña. Porque para el, era siempre la misma niña. Aquella, la de su primer caso. Aquella cuyo asesino era el único que jamás había apresado. La niña Bontemps. En el pequeño pueblo de Las Piedras. Cada muerte lo llamaba, incitándolo a retroceder los años. Cuarenta años ya. Era joven cuando sucedió. Aún le faltaba pericia y la capa de acero ni siquiera se había formado.
Ya no pudo volver a dormirse. Le quedaba un año para jubilarse, pero no estaba feliz. Porque el mal siempre se imponía. No importaba cuántos atrapaba, siempre había uno suelto. Entonces, mientras el sol salía por la ventana, supo lo que debía hacer. Quizá lo supo siempre, pero el miedo a volver a fallar lo acobardaba.
Atraparía al asesino de la pequeña del día anterior y volvería al pasado, haría ese viaje que tanto temía. Todos los años conducía hasta Las Piedras, recordándose la espina en el alma, pero jamás descendía del coche. Porque allí había algo, un dolor muy grande, un secreto oscuro, un misterio que le carcomía las entrañas. Pero aún peor, había una niña llorando, cubierta de sangre, que se hacía carne en sus pesadillas.
Pero era hora de enfrentar los miedos, de darle esperanza a los muertos, de luchar contra la maldad. Porque ninguna lucha es suficiente. Ninguna. Siempre hay que ir más lejos. Incluso, si eso implica, volver al infierno mismo.
Aquella muerte era el suyo. Ignoraba cuáles eran los de las personas que lo rodeaban. Y nunca se había puesto a pensar en si realmente le importaba saberlo. Ni siquiera cuando los portarretratos repletos de polvo y tierra le recordaban lo solo que estaba.
La Gardenia.
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Nunca había tenido en mis manos una flor de Gardenia, ni imagine que esa
simple flor me llevaría por caminos filosóficos en los que nunca había
tr...
Hace 17 horas.
6 comentarios:
Capítulo inicial para la historieta que pronto verán en Olvidados en el espacio sobre una historia que tengo en la cabeza desde hace muchos años. El caso Bontemps, que de ahora en más, será "La niña Bontemps". Siempre quise escribir sobre un asesinato en un pueblo chico y todos los secretos que lo rodean. Siempre deseé poder dar a luz a la pequeña Bontemps y el angustiado policía. Pero por sobre todas las cosas, anhelé sacar a a superficie esa capa fangosa de mentiras, engaños y conspiraciones que a veces pueden tejerse alrededor de una muerte. Las preguntas detrás del asesinato, el misterio detrás de una niña que no pudo crecer.
Esto es solo el comienzo. Con el tiempo podrán apreciar más. Y quién les dice, que en algún futuro, también el argumento completo recorra este blog.
Saludos!
El relato me resulta interesante y muy, muy sugerente. Nos has dejado a todos mosqueados...en espera del próximo capítulo. Seguro que en Olvidados además, la maestría de Felipe nos ayudará a ver desde la ventana como se desarrolla la trama.
Me encanta. No faltaré.
Besos!!!
Excelente, Netito.
Estamos atentos con la historia en Olvidados.
Hace rato que está anunciada, el título está bueno :)))
Tengo idea de que todos vamos a recorrer el infierno en la tierra de este misterioso caso.
Un abrazo grande
SIL
Cuando empezaba a entrar en la historia, queriendo saber como seguía, llego a un final abrupto. Definitivamente la historia debe tener un final, no la dejes morir así.
http://idasueltas.blogspot.com/
Doña Sil, doña Tinta, don Camilo, por supuesto que esto seguirá. En Olvidados, con tiempo y paciencia podrán disfrutarlo o sufrirlo, ja.
Y quizá, más adelante, en forma de argumento completo y con más detalles.
Saludos!!!!
¡Bien sabés que los de la barra los seguimos como "perro al sulky"
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