En la agonía de la sociedad, los malos sobrevivientes eran aquellos que de la muerte hacían un negocio. Y en aquella última instancia, como a lo largo de los muchos siglos de existencia de la humanidad, la sangre derramada era una oportunidad.
La tierra desolada por el hambre pertenecía a un reducido número, bien resguardado en sus trincheras de oro, alejados de la inmundicia y la peste. Bajo el sol arrasador de aquel verano interminable, la muerte recogía en las calles el lamento final de una especie destinada a la perdición.
Los hombres en su mayoría habían perecido en la triste guerra que había asolado la última centuria. Quedaban muy pocos, maltrechos y confinados a la locura. Las mujeres vagaban por comida, despojadas de dignidad alguna, entregadas al maltrato y a la violencia, a veces de parte de los últimos varones, otras veces de las demás mujeres, cuando no de los niños, propios y ajenos.
La infamia misma, que en la historia ha vestido diversas pieles y ostentado cientos de miles de apellidos, podía pasar desapercibida en tal realidad.
Cada vez que la noche avanzaba cubriendo los cielos con su velo negro y mostrando esa esfera a veces blanca en su totalidad, el horror se hacía presente en cada ciudad en la que todavía existiese un latido de vida. Y cuando el alba traía la claridad, parte de esa sensación se encallaba en los seres sobrevivientes, formando así una capa de miedo sobre la piel, envolviendo a cada ser con un espectral deseo de acabar con todo.
Las escenas estremecerían si tan solo hubiese quién pudiese verlas. No quedaba comprensión ni deseo de tal en los sobrevivientes. Solo el anhelo de sobrevivir bajo el sol calcinante y soportar el frío helado de la noche. Y a veces, cuando el dolor era demasiado, ni siquiera eso.
El miedo no era supersticioso, sino tangible. Si bien algunos se vanagloriaban en las esquinas derruidas de ser portadores de la verdad, aludiendo a un castigo divino, otros lo atribuían a los efectos de la guerra, al aire enviciado por las devastadoras bombas arrojadas en lugares que ya no existían, de los cuáles hacía años dejaron de recordar los nombres.
Y cada amanecer era encontrar la piel más curtida que el día anterior, nuevas llagas carcomiendo con dolor, llevándose quizá las últimas esperanzas cobijadas en el corazón.
En esa agonía lenta pero certera, los buenos sobrevivientes eran los que se iban sin lastimar a nadie. Muchos de los que optaban por ese camino caían en la tentación que le proponían los malos sobrevivientes.
Existían razones, como el cansancio, el querer olvidar otra pérdida cercana, el deseo de terminar con el sufrimiento. Y otras veces el solo hecho de decir “si” a la propuesta. Porque el mundo había perdido sus aristas y los que transitaban por él, poco sabían de vivir, del mal y del bien. Los conceptos eran viejas palabras grabadas en libros que ya nadie leía, dispersos por las calles u olvidados para siempre en viviendas abandonadas, esperando lecturas que jamás llegarían.
Los malos sobrevivientes hacían su negocio, la sangre les daba la oportunidad, ofreciendo el camino más corto a cambio de un paraje de descanso que no sabían si era verdad y tampoco les importaba.
Los buenos sobrevivientes pagaban con comida, ropas limpias o monedas que en algún momento habrían tenido un mayor valor y de esa forma accedían a la “torre”. Cada vez eran más los que compraban su boleto.
Se los veía caminar hacia el lugar con una semi sonrisa en los labios, casi resignados y felices a la vez de poder decir adiós de una forma más digna que aquella que le deparaba el miedo heredado de la guerra.
Caminaban a veces en familia, los que tenían la suerte aún de tenerla consigo. Los que no tenían con qué pagar el boleto o no se animaban, eran testigos mudos de la procesión lenta y serena hacia el monte, allí donde desde lejos se dejaba ver esa enorme torre construida con las partes de un viejo puente colgante y coronada con las aspas de un molino.
Llegaban casi rendidos a los pies de la construcción, portando el papel-boleto con fuerza en sus manos, como si acaso temiesen que les fuese quitado. Y como llegaban, iban subiendo de a uno al viejo elevador sujetado con una gruesa cuerda que a la mínima señal era jalada desde lo alto. Ese ascenso lo era todo. Quiénes miraban desde abajo, esperaban su momento. Los que ya estaban arriba, aguardaban la llegada del próximo.
En lo más alto de la torre reinaba la paz. El silencio inconmensurable que antecede el final. Los pocos pasos hacia el descanso y el bienestar. El ritual que restaba desde que se apeaban del elevador era sencillo y gratificador.
Solo algunos minutos de espera en los que el aire se metía por cada poro e hinchaba los pulmones de tranquilidad; el alivio que se sentía alrededor y el momento cumbre, el de llegar al borde mismo de la plataforma.
¿Doscientos metros?¿Trescientos? Ya nadie podía calcular y a nadie le importaba. En la agonía de la sociedad los buenos sobrevivientes optaban por acortar el camino y entonces saltaban hacia la paz.
Ya no importaba mirar atrás, no en un planeta cuyas credenciales habían expirado hacía tiempo. El negocio lo hacían ellos, sin embargo los malos sobrevivientes lo ignoraban.
La Gardenia.
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Nunca había tenido en mis manos una flor de Gardenia, ni imagine que esa
simple flor me llevaría por caminos filosóficos en los que nunca había
tr...
Hace 4 horas.
8 comentarios:
los malos poniéndole valor a la sangre, cotizando en una macabra bolsa de "valores" con el dolor de los dignos sobrevivientes... un futuro no muy lejano no?
La moralidad es algo genético dictado por la selección natural de nuestra evolución como bien lo explica Darwin, sin necesidad de religiones ni estampitas, sabemos cuál es el buen camino, el negocio sin daños colaterales hacia los otros como bien lo decís en tu relato Neto, lástima que pese a todo esto más de uno aún sigue haciendo negocio desde el lado oscuro de esta vida.
Un relato de maravilla Netito!
Saludos!
Siempre habrá quien ponga el lado oscuro de la vida por encima de cualquier otro interes paosolo n aquello que para él es lo realnte importante.
Bueno es una desgracia paro así es la vida; cara y cruz.
Se me ha figurado una espantosa Babel.
Un recuerdo del futuro.
Un apocalipsis cumplido.
Todos tememos ese futuro, aunque sea pura ficción que enriquece la literatura actual.
Lo más terrible de estos relatos, no es sólo lo que expresan, sino el viso de realidad que pudieran tener alguna vez.
MAGNÍFICO, Netuzz, como siempre.
ABRAZO INMENSO
SIL
Una vez mas nos sorprendes con un relato escalofriante. En el fondo porque el miedo es humano y porque los hombres y mujeres de este mundo ya nos hemos tomado la medida y sabemos de lo que somos capaces.
Suspiro aliviada porque es ficción, pero por otro lado se me encoge el corazón pensando cuanta gente no estará ahora mismo viviendo un "infierno" que le empujara a ver como buena una solución de este tipo...
Ayyyy, Neto, vaya texto!!!!
Abrazos!!!
Uh, este es uno de esos relatos tuyos (pocos)donde a medida que avanzo en la lectura me voy distanciando del "mensaje".
me da bronca, y no lo tomes a mal, porque está muy bien escrito.
Es maravilloso -sin ironía-como dividis el mundo maniqueamente en buenos resignados y malos comerciando con ese minuto de paz.
No es malo, al contrario: puedo entrever hasta una metáfora sobre las maldades y errores del capitalismo salvaje.Y como recurso literario,formidable.
Pero el final...
¿entendí bien y los buenos prefieren "sacrificarse" a enfrentar a "los malos"?
Dejarles hacer su "negocio", su "maldad", es parte del mal del mundo.
Aunque terminaran derrotados, miles de seres humanos a lo largo de los siglos y de las distintas culturas han dicho "NO",
aunque murieran algunos, u otras veces resultaran triunfantes.
Este cuento engancha con cierta Ciencia ficción nihilista de los ochenta, que podría resumirse en estas frases que se me ocurren ahora (no son ninguna cita textual):"esto es malo" "uh" "me escapo entonces" (suicidio,drogas,alcohol,etc,).
Igual Neto, quiero resaltar que hay párrafos enteros extraordinarios como este que copio,que me encantó:
"Porque el mundo había perdido sus aristas y los que transitaban por él, poco sabían de vivir, del mal y del bien. Los conceptos eran viejas palabras grabadas en libros que ya nadie leía, dispersos por las calles u olvidados para siempre en viviendas abandonadas, esperando lecturas que jamás llegarían".
Genial.
La polémica está abierta,jeje.
Espartaco.
Don Dieguito, en este mundo todo tiene valor, en este cuento futurista incluso la muerte. Esperemos que se quede en cuento y como vos decís, la moral evolucione para bien. Un abrazo!
Don Luis, cara y cruz, usted lo ha dicho. Gracias por el comentario! Saludos!
Doña Sil, cuando se piensa en futuro muchas veces caemos en esas imágenes comunes. Es que no nos tenemos demasiada fe como especie creo ja. Saludos y gracias!
Doña Tinta, bien dicho, el miedo es humano y demasiadas pruebas tenemos de lo que podemos llegar a hacer. Pero esto solo es ficción, tenemos posibilidades de mejorar. ¿O no? Saludos y gracias!!!
Don Felipe, ja. No porque no coincidas con la ficción debe haber un debate. Es eso, ficción, no es una postura de como pienso ni nada, relato solamente una sociedad resignada que incluso es incapaz de suicidarse por sus propios miedos y debe ser alentada por un "negocio" para hacerlo e incluso, consideran que los que salen ganando son ellos mismos. Es también una critica a la sociedad pasiva. Esa es mi lectura, pero por supuesto, cada relato está a libre interpretación y eso es lo lindo. Gracias!!! Un abrazo!
Una historia dificil. un mundo que en cierto lugares ya sucede. Si conocieras ciertos bajo mundo de las villas, no las que salen en TV, las otras, las que sólo algunos medicos corajudos se animan a cruzar,te darias cuenta que con este relato te has convertido en un visionario.
Sigo aplaudiendo.
mariarosa
Doña Mariarosa, gracias por sus palabras. Ojalá este "visionario" sea un fraude, por el bien de todos. Saludos!
Don Oso, me han comentado de esa película y sigo sin verla. Ahora que veo tu comentario me llama más la atención. Veré si Paul (Grill, no el pulpo) la tiene. Saludos y gracias!! Un abrazo!
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