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10 de julio de 2010

La tierra sin sol

El pequeño pueblo de nombre Darwin había nacido producto de la necesidad de establecer un paraje para el descanso de los hombres que valiéndose de algunos animales y sus propias fuerzas, llevaban alimentos, ropas y medicamentos al otro lado de la montaña.
La travesía era larga y la falta de caminos obligaba a esas personas a transitar lugares naturalmente hostiles, repletos de bosques y barrancos, además de las montañas que en invierno recibían temperaturas muy bajas. Algunos de esos hombres optaron por edificar unos pequeños refugios a los que con el tiempo se le sumaron tiendas y viviendas. El correr de los años convirtió al paraje en pueblo y a muchas de las personas de paso, en pobladores del lugar.
Años más tarde la construcción de una ruta alejó al pueblo de Darwin de las demás ciudades y las visitas asiduas se hicieron esporádicas, hasta prácticamente desaparecer. El pueblo de todas maneras se las ingenió para prosperar.
De la naturaleza obtuvo todo lo necesario para sobrevivir y lujos que en otras partes eran moneda corriente, como ser la energía eléctrica, el gas, la televisión, allí quedaron en un plano secundario. Salvo un par de radios que captaban algunas emisoras de la región y algún que otro periódico, que llegaba con cierto atraso (de años, a veces) de la mano de alguien que hubiese tenido la necesidad de viajar a la ciudad más próxima, las únicas noticias que tenían importancia eran las propias.
A nadie le interesaba la economía mundial, porque era más importante saber como estaba Don Felipe después que se cayera del techo intentando limpiar el desagüe de la canaleta. Mucho menos lo que sucedía con el deporte en el país, porque las competencias de pesca de trucha en el lago o los juegos de familias de cada fin de semana tenían un relieve de tal magnitud que no quedaba tiempo para hablar de otra cosa.
Nadie necesitaba comprar libros de cocina o mirar un programa de televisión para cocinar. Las recetas iban de boca en boca y la creatividad iba de la mano de los productos que pudieran conseguirse en el bosque, las huertas, el lago e incluso en las montañas.
Tampoco había interés en leer a los célebres escritores del mundo, porque las mejores historias eran las que se contaban en el fogón, cada noche, donde el pueblo antes de ir a dormir se reunía plácidamente, a escuchar historias y compartir un cálido té de hierbas.
Eran autosuficientes, a tal punto que lo que sucediera en otras partes les era totalmente indiferente. De esa forma Darwin se convirtió sin saberlo en un lugar utópico, desconocido para la mayor parte del mundo. Y aquellos que sabían de su existencia, habitantes de las ciudades de alrededor, hablaban de aquel lugar como "la villa de los locos" pues nunca se los veía ni se tenían noticias, si bien sabían que eran muchas familias las que lo habitaban.
En las ciudades cercanas se hacían bromas en torno a Darwin, particularmente porque al estar tan dentro del bosque, la luz solar no lograba filtrarse, ganándose así el mote de "la tierra sin sol". Por lo tanto, solían referirse al pueblo como "el culo" del lugar, porque era el sitio donde no daba el sol.
Nadie en Darwin podía sentirse lastimado, en primer lugar, porque nunca supieron de esos dichos. Y en segundo, porque a pesar de lo que se decía, ellos si apreciaban el sol y si bien era cierto que el bosque lo ocultaba la mayor parte del tiempo, cuando algunos de sus rayos se filtraban era una bendición muy bien recibida.
En el pueblo, la gente era generosa y demostrativa. Lo bueno se valoraba de forma tal que contagiaba a actuar siempre por el bien de la comunidad. Y lo malo sencillamente no tenía lugar. Si los estudiosos hubiesen tenido conocimiento de Darwin antes de la catástrofe, seguramente se habrían arrojado de cabeza a analizar cada uno de los aspectos que hacían posible esa realidad, incrédulos quizá de que algo así fuese posible, pero sin dudas con la esperanza de haber encontrado el lugar más cercano al mítico Paraíso existente sobre la faz de la Tierra.
El hecho de contarles sobre Darwin en realidad es pretexto para hablar de su destrucción, porque una historia no es historia hasta tanto lo malo se imponga sobre lo bueno y surja entonces una argumentación que logre volver a estabilizar la balanza hacia el lado que nos motive. En esa lucha es donde un relato cobra fuerza y se hace tal.
El invierno al que nos referiremos,  frío y cruel como todos, se vio sorprendido una mañana por un accidente. No fue en Darwin, sino en las afueras de una de las ciudades más grandes al pie de la montaña. La gran represa erigida sobre el río más caudaloso de la región se partió en dos. Quizá por culpa de una ingeniería defectuosa o posiblemente algún movimiento subterráneo que debilitó los cimientos. Hasta no faltó quién adjudicara la inundación a un castigo divino.
La represa cedió y el cauce del río se vio enloquecido, desbordando de su lecho y penetrando con furia en las ciudades. Los habitantes de las ciudades próximas despertaron en pánico, con el sonido del agua atacando sus puertas, violando sus pertenencias, poniéndolos en peligro.
No hubo tiempo de responder con medidas. Apenas si algunos pudieron escapar. Algunas casas de pobre construcción se derrumbaron y otras acabaron bajo el agua. Los que poseían botes se subieron a ellos y los que no se asieron a todo lo que flotara.
En Darwin, en tanto, reinaba la paz de todos los días. Las primeras horas de la tarde invitaban a la siesta, ritual sagrado del pueblo, una bendición que les daba la vida para descansar de la rutina y recomenzar luego con las tareas del día a día, esas que permitían a todos el bienestar y la tranquilidad.
Al atardecer llegaron los primeros refugiados. Los pueblerinos se vieron sorprendidos al ver llegar gente entre los árboles, pues ya casi nadie los visitaba. Los visitantes llegaban mal vestidos, con los cabellos desprolijos y las miradas inyectadas. Había en sus ojos algo raro y algunos de ellos temblaban o hablaban nerviosamente.
Los menos tímidos exigían un lugar donde quedarse, otros también comida. Para la noche ya eran alrededor de cinco mil personas las que habían llegado desde las tierras bajas.
Ya no había lugar en Darwin, muchos incluso se habían quedado fuera de sus viviendas, porque los visitantes se metieron a la fuerza. La preocupación se notaba en los rostros de cada uno de los pobladores. Por lo que entendían, las ciudades estaban bajo agua porque la represa había colapsado. Aunque no comprendían demasiado bien que significaba para ellos la noticia.
En las primeras horas de la madrugada supieron que toda hospitalidad era en vano. Esa gente no había arribado a Darwin en busca de ayuda, sino de un lugar donde asentarse. Al menos hasta que el agua se retirara. Los que quisieron entrar a sus casas, fueron expulsados. Los visitantes los trataban mal, hablándoles como si fueran una raza inferior o animales mismos. Incluso más de uno arrojó las sobras de comida (de la comida que ellos preparaban) a la calle, riéndose de la ocurrencia.
Los pobladores de Darwin se refugiaron en el bosque, que tan bien conocían. Allí veían sus rostros tristes, como casi nunca habían visto. Por primera vez tenían sentimientos alejados del bien, totalmente extraños a sus espíritus.
Por la mañana regresaron al pueblo, pero no se los dejó entrar. "Quédense en el bosque" les decían y las familias volvieron entonces al cobijo de los árboles, donde la oscuridad era una insignia, debido a que el amplio follaje apenas si dejaba ver el sol.
Esa segunda noche en el bosque, helados y tiritando por el frío, decidieron que hacer. Prepararon el fuego y compartieron un enorme fogón, pero esta vez sin cuentos ni historias, tampoco hubo té con hierbas ni miradas cálidas. Solo antorchas hechas con ramas de los árboles que se embebieron en la llama crepitante y en una columna de luces, todos marcharon silenciosamente en la que recordarían como la última procesión hacia Darwin.
Los refugiados dormían y así fue más fácil. Las antorchas chocaron contra los techos y penetraron por las ventanas y al cabo de pocos segundos, el pueblo era un solo resplandor rojo, amarillo y naranja, una llama gigante que consumía la tierra misma.
Hubo gritos, alaridos, llantos. Pero nadie para escucharlos. El pueblo sigilosamente se perdió en el bosque. Esa noche el sol disfrazado de fuego  iluminó la tierra, ese paraje olvidado que había echado raíces propias. Los rescatistas de la inundación encontraron el pueblo en cenizas un día después. Nadie había sobrevivido. Primero se creyó que eran los habitantes originales del lugar, los llamados locos por los lugareños. Pero al poco tiempo se supo que no, que eran refugiados de las ciudades afectadas por el accidente de la represa. Jamás se supo que fue de los pobladores de Darwin.
Algunos dicen que huyeron al otro lado de las montañas, otros que formaron otro pueblo en un nuevo lugar alejado y escondido. Representan sin embargo el último bastión de humanidad pura, de comunidad, de hermandad. Pero la irrespetuosidad del hombre la barrió del mapa, como hace con todo. Es raro que aún no haya barrido consigo mismo, pero no hay dudas que hace los esfuerzos suficientes como para lograrlo.
Hoy Darwin es mito, un cuento de fantasmas. Si me preguntan a mi, creo que el pueblo debe estar afincado en otra parte, oculto, temeroso de hacer ruido, rezando a diario que la humanidad no lo encuentre.
Les deseo suerte. Y también los envidio.

6 comentarios:

SIL dijo...

La evolución es el proceso por el que una especie cambia con el de las generaciones. Dado que se lleva a cabo de manera muy lenta han de sucederse muchas generaciones antes de que empiece a hacerse evidente alguna variación ...dijo Darwin.

Y después de leer tu texto se puede deducir que una sola generación destructiva puede alcanzar para barrer con cualquier logro conseguido.

Ojalá estén refugiados por ahí. Ojalá nunca sean encontrados.
Ojalá la debacle que azota el mundo actual retroceda hasta volver a los orígenes de la especie... ojalá...

Otro texto magnífico.
Otro más :)

ABRAZO, NETUZZ

SIL

Con tinta violeta dijo...

Una idea bien planteada, Neto. Y bien expresada también.
Prefiero leer el relato con otra pauta: todos tenemos un lugar espiritual e intimo llamado Darwin. A veces sufrimos invasiones, incluso algo desde fuera trata de cambiar nuestros valores o se aprovecha de ellos. Lo bueno es que siempre podemos mantener ese lugar adonde poder retirarnos para recomponer nuestras fuerzas y "beber tragos de agua fresca" cuando se tercie.
Bravo Neto
Abrazos!!!!

mariarosa dijo...

Seguramente estan en algún lado tratando sobrevivir con su formas de vida, buenas o malas, las suyas,al menos eran autenticos.

Muy buena historia.

mariarosa

Anónimo dijo...

Increible Netito! Traer a Darwin de esta manera a un relato tan contudente y maravilloso es realmente increible!
Toda resistencia da sus frutos y quiero creer que nuestros amigos sabrán ocultarse bien y desaparecer entre la niebla... (parafraseando al genial Cerati).
Abrazos!

el oso dijo...

Un compendio acerca de la naturaleza humana, Darwin vivió en carne propia el darwinismo social...
Al principio me hizo recordar una vieja película italiana: "Cristo se detuvo en Éboli", con Gian María Volonté e Irene Papas.
En palabras de Sartre, Cristo se detuvo en Éboli destila un "inmenso respeto por la vida. El secreto de la obra reside en una posición fundamental a la que, a falta de otras palabras, llamaré bondad".
Es la historia (real novelizada) de un pueblito pobre del sur de Italia donde nunca se enteraron del cristianismo (y la civilización "cristiana"), ya que los evangelizadores habían llegado hasta Éboli, que era el último pueblo al que accedieron.
Casi, casi, podría decirse que tu "La tierra sin sol" es una re-creación de ese fenómeno que entristece así como esperanza a quien lo lee.
Abrazo (uy, cuánto me extendí)

Netomancia dijo...

Doña Sil, la evolución y la involución van proporcionalmente de la mano. En este relato juego con eso, en parte pensando en el argumento de "La Aldea", que tan bien lo expresa. Muchas gracias!! Saludos!

Doña Tinta, es una buena lectura, un sitio casi puro, inmaculado. Sería lindo contar con algo así. En el cuento ese lugar perfecto es ignorado, quizá porque la perfección, se sabe, no existe. Saludos!

Doña Mariarosa, que no le quede la duda que es así, claro que ahora no se dejarán ver otra vez. Saludos!

Don Diego, una manera de meter a Darwin sin mencionar sus teorías, apenas lo aludimos, pero mucho tiene que ver, sin dudas. Nombraste a Cerati, es una pena, pero no evoluciona, sigue en este estado distante de la vida, pero aún con el rótulo de "vivo". Un abrazo amigo!

Don Oso, extiéndase tranquilo que es un placer leer sus comentarios. Sigue con las recomendaciones, esta tampoco la vi. Tampoco sabía del argumento y vaya que es particular y hasta podría decirse, todo un caso de estudio. ¿Existirá en estos momentos alguna "tierra sin sol"? Un abrazo Oso!