Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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5 de mayo de 2008

Tentación

Quién no ha tenido alguna vez una cascarita en el brazo que se ha visto tentado de arrancar. Eso me sucedió anoche y no pude resistirme. Era pequeña, de forma casi triangular. Apenas un golpe de uña y la saqué de dónde estaba. Debajo, la piel era rosada y en el centro de la marca que había quedado asomó una gotita de sangre.
Me froté con la mano y me arremangué la camisa, satisfecho, olvidándome del asunto. Ahora que lo recuerdo sentí una comezón en ese sitio un rato después, pero recién ahora ese vago recuerdo acude a mi mente, en medio de tantas otras conjeturas.
Sin embargo, no fue hasta que me fui a acostar que vi como una mancha oscura de sangre había impregnado la manga de la camisa. No había sentido ningún tipo de humedad y ya estaba seca, según pude comprobar. Maldiciendo mi suerte, revisé el lugar donde me había arrancado la cascarita.
Por supuesto, allí la encontré de nuevo. Esta vez, me dije, aguardo a que cicatrice y dejo de estropear la poca ropa que tengo. Me acosté pensando en la oscura mancha y que por la mañana tendría que llevarla al lavadero de la otra cuadra.
Eran las tres de la mañana, lo recuerdo bien porque el despertador queda justo a la altura de mis ojos, cuando una sensación de picazón en el brazo me sobresaltó. Era el mismo brazo, claro.
Encendí la luz (allí supongo que vi la hora) y grande fue mi sorpresa al no ver la sangre que esperaba encontrar emanando del lugar donde estaba la cascarita. Revisé minuciosamente y nada, estaba tal cual como a la hora de acostarme. No sabía si sonreír o regañarme por estar despierto en medio de la noche, sabiendo que debía madrugar para ir al trabajo. Y cuando fui a apoyar la cabeza nuevamente sobre la almohada, alcancé a observar la sangre debajo de mi cuerpo.
De un salto me deshice de las sábanas pero enredado en ellas, tropecé y caí de cara a la alfombra del cuarto. Giré hacia la cama, como temiendo que me atacara y me apoyé de espalda al placard. Estoy seguro que no estoy loco. Lo digo porque cuando volví a mirar, la sangre ya no estaba. La sábana estaba limpia, reconozco que no impecable, porque no soy una persona pulcra, pero no había pizca de sangre allí.
Me incorporé sudando, con la piel erizada y una sensación amarga en la boca. Fui a la cocina y tomé un vaso de agua. Sobre la mesa, pero sin una sola mancha oscura, estaba la camisa que había dejado a mano para llevar a lavar.
Volví a la cama pero debo confesar que no pude cerrar un ojo. Hoy ha sido un día agitado y sinceramente, no tengo intenciones de ir a dormir, a pesar que me vence el sueño. Es que aún no logro discernir sobre si la locura se ha apoderado de mi o sencillamente he comido algo que me hacer ver cosas que no están. En realidad, una sola. Sangre. Juro que en el taxi en el que fui a trabajar dejé una marca carmesí sobre el asiento trasero, sin embargo el taxista no me recriminó. En el ascensor del edificio manché al portero, prácticamente la mitad de su overol, y tampoco se enojó conmigo. Luego en la oficina, en la cafetería... en todas partes a las que voy!
Por increíble que parezca, la cascarita de mi brazo sigue allí, con la misma apariencia e inmaculada de limpia. Lo peor del caso no es el temor a seguir viendo las manchas, sino el hecho de haber notado hace instantes, frente al espejo del baño, que mi color es de un blanco mortecino tan horripilante, que cualquiera que me viera sospecharía, casi con certeza, que en mi cuerpo no queda ni una gota de roja sangre y que sin dudas, estoy al borde de la muerte.
Si es que no estoy muerto ya.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen escrito, me gustó la historia, atrapa.
SAludos!

el oso dijo...

Muy bueno, Neto, ya mismo tomo la decisión de nunca más arrancarme una cascarita por inofensiva que parezca.