¿Qué
son esas guirnaldas, ese papel picado? ¿Pancartas pisoteadas y olvidadas, tras
un uso tendencioso? ¿Y aquellos barbijos abandonados a merced del polvo y el
viento? ¿A quién responden esos panfletos arrojados por todas partes? Esas
pintadas en aerosol clamando libertades robadas, insultando apellidos,
denunciando barbaridades. Ecos que aún resuenan, de voces incoherentes.
Anoche
hubo fiesta en la calle y los vestigios quedan. Atestiguan sin hablar sobre
pequeños grupos que descreen del bienestar colectivo y marchan en contra de la
lógica.
Romualdo
usa barbijo, guantes de latex, overol de trabajo y con su escobillón ancho va
llevando la mugre hacia diversos montoncitos que luego irá recolectando.
Ya se
imaginaba con lo que se iba a encontrar antes de salir de su casa. Había mirado
algo de televisión previo a acostarse y después en el bondi, camino al
depósito, viajó acompañado de la radio, que a través de los auriculares le iba
presagiando los restos que tendría que limpiar.
Silba
un tema de los Redondos, mientras empuja con fuerza el escobillón contra el
borde de un cantero en la 9 de Julio. Tiene a su espalda el inmenso símbolo de
la capital del país, pero no lo conmueve. Se ha cansado de pasar amaneceres
barriendo a su lado. Que por el festejo de un partido de fútbol, que la marcha
contra aquello, que la marcha a favor de esto. Y salen, marchan, cantan,
gritan, insultan, lloran, y dejan el tendal. Y allá va Romualdo, bien temprano,
junto a otros laburantes. Pero no se queja, porque es su trabajo. Y respeta
cada manifestación. ¿Estamos en un país libre, no?
Pero el
contexto es otro, la enfermedad de mierda del COVID ya se llevó un par de
familiares en el Chaco, de los que no pudo despedirse. Y no concibe que gente
sana salga a exponerse de tal manera porque descree de la enfermedad. Es como
que él saliera a manifestar en contra del bono de fin de año porque no lo ve
nunca. Existir, existe, en su caso tiene la mala suerte de no recibirlo. Esta
gente, al contrario, tiene la buena suerte de contraerlo.
Pero
cómo quejarse de un grupo de personas de a pie, como uno, cuando imbéciles de
mayor peso, como los presidentes de Estados Unidos y Brasil, instan a la gente
a no cuidarse, a que crean que el virus es la nada misma. Y después se enferma
el brasileño, para ser el perejil mais grande do mundo. Aunque ojo, como le
dijo a su mujer apenas se enteró, no vaya a ser que sea todo una actuación para
salir indemne y decirle a todo el mundo que es una gripecita. ¿O no usó una
treta parecida para ganar simpatizantes antes de las elecciones? Cuando lo
apuñalaron no iba ni cuarto en las encuestas.
Le dan
bronca muchas cosas pero más que nada, la falta de empatía por los demás. La
gente vive mirándose el ombligo y las causas ajenas le son indiferentes. Las
causas nobles. Porque después, las que imponen los medios de comunicación, esas
son sagradas. Y no hay mucha capacidad de discernir. Ni pensar por uno mismo.
El raciocinio no es una virtud de nuestros días.
No es
que Romualdo se sintiera un intelectual, pero le bastaba aprender a mirar para
comprender muchas cosas. Como esa avenida atestada de restos de una fiesta
repleta de odio, que de a poco iba quedando limpia. A veces es cuestión de
paciencia, de hacer algo por el otro, de cumplir un rol en la sociedad. Más
cuando está la salud en juego, no solo la propia, sino de todos los que nos
rodean. Aunque cueste, aunque no pensemos igual. Por una vez, sueña Romualdo,
por una vez tiremos todos para el mismo lado.
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