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21 de julio de 2015

Un pueblo de mala muerte

El viajero descendió de su coche en lo que parecía ser el punto central de aquel pequeño pueblo. Calles de tierra, casas bajas, ventanas cerradas y una pequeña plaza como referente principal.
Ninguna iglesia, ni comisaría, tampoco escuelas o galpones. Un paraje en medio de la nada, rodeada por kilómetros de campo de un lado y de otro. Pero en esa extensa llanura, ninguna chacra ni molino.
El hombre se apeó preocupado. Hacia horas que recorría la zona, buscando una salida. En aquella pequeña plaza todo parecía en su lugar. Los canteros, los árboles, una pequeña fuente en el cruce de dos callejuelas empedradas. Pero no había rastro de quién la cuidaba. Como tampoco de los habitantes de aquel lugar.
Metió medio cuerpo dentro del auto y accionó la bocina. Prolongó el sonido en varias ocasiones. Esperaba que las puertas de las casas cercanas se abrieran, que la gente saliera a la vereda con curiosidad tratando de averiguar quien hacía semejante ruido en plena tarde.
Pero nada de eso sucedió. Escuchó en las ramas de los árboles el trinar de un pájaro y lejos, distante, el aullido de un animal. En el cielo, a gran velocidad, observó perplejo el aletear de un cuervo que sin quitarle los ojos de encima, se posó sobre el poste de alumbrado público del lado opuesto de la calle.
Contrariado, fue hasta la casa más próxima. Golpeó la puerta esperando con paciencia una respuesta. No la hubo. Avanzó hasta la casa lindante y hasta la otra, y así, una tras otra, por esa vereda, en toda la manzana, en cada une de las viviendas de aquel pueblo.
La noche lo sorprendió nuevamente donde había comenzado, frente a la plaza. El cuervo aún permanecía sobre el poste del alumbrado público. Pero su auto ya no estaba. Sintió frío en el cuerpo y tragó saliva. Si, estaba asustado. Entonces la luz de una casa del otro lado de la calle se encendió en el interior y la puerta se abrió sola, sin que nadie se asomara.
El viajero estaba solo en aquel lugar, perdido, sin su coche y con la noche cayendo abruptamente. Le temía a lo que pudiera encontrar en aquella casa, en la que en algún momento del día había golpeado a la puerta sin lograr respuesta alguna. Pero más le temía al cuervo que parecía estudiarlo con la minuciosidad de un cirujano. El hombre cruzó la calle y entró a la casa. La puerta se cerró detrás de él y la luz se extinguió dejando todo a oscuras, como lo hace la muerte.
Y el pueblo se sumió en su sepulcral silencio, preparándose para el reposo y la digestión.

2 comentarios:

Camilo dijo...

¡Y ha pintado usted un cuadro de puro terror, porque deja que me imagine que le habrá pasado a aquel hombre!
Saludos,
Camilo
http://idasueltas.blogspot.com/

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Ocultar algo puede ser que el terror aumente.