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15 de julio de 2014

Teatros temporales

La discusión fue porque ya había comprado ropa la semana anterior. Por ese motivo, cuando me propuso entrar a la tienda, le dije que no. Me planté en la puerta y le advertí que no la acompañaría. No le prohibí que entrara, solo le manifesté mi posición de no hacerlo. Ella se ofendió, por supuesto, y cruzó la puerta sola.
Decidí sentarme en el cordón de la vereda, haciendo tiempo hasta que ella saliera. Lo haría con varios bolsos y prendas innecesarias, me lo imaginaba. Tenía una compulsión por adquirir nuevos moradores para su gigantesco guardarropa. La excusa de "no tengo que ponerme" era tan inverosímil como la cantidad de veces que la decía por semana.
Sencillamente, no pude con mi genio. Masticando bronca, busqué la calma mirando los coches pasar. No es un ejercicio muy relajante, menos cuando pasan velozmente y haciendo mucho ruido, pero era mejor que nada. O que imaginar en mi cabeza una pelea posterior, que era probable, si no controlaba mi temperamento, sucedería a la brevedad.
Supuse que estaría esperando media hora. Sin embargo, habían pasado cuarenta y cinco minutos y no había señales de ella. Me acerqué lentamente hasta la puerta. No iba a entrar. Hacerlo implicaba romper mi palabra. Si era lo que ella pretendía demorándose más de la cuenta, no lo iba a lograr. No había nacido ayer, no señor.
Traté de divisarla entre las clientas que iban de un lado a otro, la mayoría con una percha en la mano, y alguna que otra vestimenta colgando. Pero no la identifiqué. Observé atentamente los cambiadores, creyendo que podría estar allí. Pero tampoco tuve fortuna en la misión.
Me decidí a llamarla. Busqué el teléfono en el pantalón, sintiendo que estaba volviendo a enojar. Si estaba demorando adrede, estaba logrando su propósito. Busqué su nombre entre los contactos y marqué. Sonó una vez, dos veces, tres veces...
- ¿Dónde estás?
No fui yo el que pregunté. Fue ella, con una voz chillona, como cuando se volvía histérica porque algo no le salía bien.
- ¿Dónde estás vos? - retruqué, cada vez más enojado.
- ¡Mirá, si te cansaste de esperar y te fuiste, para después hacerme una escena, no lo voy a tolerar Roberto, porque ya somos grandes y si a mí se me canta comprar ropa, compro ropa, así que es hora que lo vayas entendiendo Roberto...!
- Pará loca, que me gritás, hace casi una hora que estoy como un boludo esperando acá afuera.
- No me mientas, hace treinta minutos al menos que salí. Te busqué por toda la cuadra. Hasta me crucé al bar ese de mala muerte que está del otro lado de la avenida.
Miré para el otro lado de la calle. El bar estaba atestado de gente en las mesas de la vereda, pero no la veía a ella. ¿Podía ser que pasara a mí lado y no la viera?
- ¿Todavía estás ahí? Porque estoy delante de la puerta de la tienda, mirando hacia el bar y no te veo.
- ¿Te pensás que te iba a seguir el jueguito? Claro que no estoy ahí. Estoy en un taxi, volviendo a casa.
- Te juro Malena que estuve acá afuera todo el tiempo, sentado en el cordón de la vereda. ¿No me viste cuando cruzaste la calle?
- No me vengas con boludeces Roberto, no soy una ingenua.
- Ya mismo voy para casa y hablamos ahí. Me estoy quedando sin créd...
El crédito se agotó. Era sabido. En cada pelea con ella, o se me acababa la batería o me quedaba sin crédito. Lancé una puteada de todos colores y dos mujeres que salían de la tienda cargadas de bolsas, me miraron con desaprobación. Mentalmente las mandé a la mierda.
Fui a casa caminando. Llegué veinte minutos después. No había nadie. Incluso estaba todo como cuando salimos. Busqué el teléfono fijo y marqué su número.
- ¿Querés que me enoje en serio? ¿Eso querés? - le dije levantando la voz.
- La que se voy a enojar soy yo. Cuando vas a...
- Cuando voy a qué, estoy en casa y vos no estás. Me hiciste venir para nada. Dónde estás, porque...
- Roberto...
- No, pará, dejame hablar a mí. Porque ya bastante tuviste por hoy. Decidiste comprar ropa, te fuiste del lugar dejándome ahí...
- Roberto...
- Paaaaará, paaaará Malena. No me vas a callar tan fácilmente, yo sabía cuando empezamos a discutir que esto terminaba mal, pero vos no, vos dale que va, que viva la pepa, que hago lo que se me antoje, que...
- ¡Roberto! ¡Escuchame carajo!
Me llamé al silencio, impresionado por su exhorto.
- Estoy mirando la pantalla del celular, Roberto. Me estás llamando desde el fijo de casa.
- Y si, de dónde querés que te llame. Me quedé sin crédito, llegué a casa, no estabas y te estoy llamando desde el fijo. Mañana compro una tarjeta y recargo, pero no tenía sentido comprar una en el camino, si en teoría vos ibas a estar acá. ¿Dónde carajo estás, Malena?
- En casa Roberto. Estoy parada en el living, al lado del teléfono fijo.
Me quedé tieso. Observé a mi alrededor de reojo, temiendo moverme.
- Malena, no me jodas.
- Roberto - su voz temblaba - te juro que estoy al lado del teléfono.
- Pero, entonces....
No pude articular ninguna palabra más. Colgué, resignado. Uno de los dos ya no estaba en este mundo. Uno de los dos, había cruzado la línea. Eso sucedía a menudo, cuando había un conflicto, desde no hacía muchas décadas. Al fin las fuerzas divinas que nos metieron en esta representación gigante, tomaron las riendas del asunto. Y cansados de nuestras peleas, comenzaron a evitar que las personas en confrontamientos se siguieran viendo. Entonces, como le ha sucedido a millones, nos colocaron en escenarios diferentes.
Universos paralelos le decían antes. Teatros temporales, le dicen ahora. Siempre lo habíamos temido, pero nunca creímos que nos fuera a tocar nosotros. La humanidad ha cambiado. Algunos dicen que para bien. La verdad que no lo sé. Miro alrededor y me cuesta imaginar una vida sin ella. A pesar de las discusiones, de los conflictos, de su histeria. Supongo que ella, en su nueva realidad, está derramando alguna lágrima. En el caos, el amor es el único lazo, más allá que por momentos, pareciese que no.

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Creo que son demiurgos, menos tratables que yo, los que intervienen para terminar con esas discusiones, separandolos en mundos paralelos distintos.