Gonzalo llegaba con una caja de cartón. Le pesaba bastante, por eso caminaba despacio, apoyándola contra el abdomen. Las baldosas de las veredas no ayudaban demasiado, provocando que tropezara varias veces, aunque nunca al punto de perder la estabilidad. La casa de Diego estaba cerca, a tan solo unos metros y eso era un triunfo, luego de haber hecho casi dos cuadras con esa carga.
Diego y Pablo no lo vieron hasta que dejó caer la caja al lado de ellos. Los chicos se sobresaltaron un instante, hasta que vieron que se trataba de su amigo. Estaban absortos revisando unos trastos viejos que habían sacado del garaje del padre de Juan Ignacio.
- ¿Y el Juani? – preguntó Gonzalo, al no ver al mayor de los cuatro amigos.
- Se fue hace un rato al kiosco a buscar unos jaimitos – contestó Pablo, casi mecánicamente, ajeno a todo, con la vista enfocada en los tesoros que sus manos revolvían.
- ¿Con el frío que hace?
- ¿Frío? – Diego levantó la cabeza y miró a su amigo – Vos porque estás sin campera, que vivo sos. Hace media hora que estamos acá, revisando.
- Pero me hice dos cuadras con esa caja y ni transpiré.
- Porque sos de madera – intervino riendo Juan Ignacio, que en ese momento llegaba con una bolsa en la mano y haciendo un globo con chicle de tuti frutti.
Cualquier cosa que dijera Juan Ignacio carecía de réplica. Un reto, un insulto, una broma. Lo que él decía, era palabra santa. Les llevaba dos años y eso era suficiente. Nueve años a cuestas era toda una vida y un sinfín de experiencias que ningún otro había vivido aún.
- ¿Cuándo terminen con eso, empezamos con las cosas que traje? – preguntó solemne Gonzalo, que no quería impacientar a los demás para vieran sus cachivaches y mucho menos, ganarse algún reproche.
- Si, no te preocupes, tenemos toda la tarde – respondió Juani.
- Hace un rato pasó Miranda, dijo que después vendría con la amiga de ella, la del flequillo – anunció Pablo, siempre hurgando con sus manos aquellos objetos de todo tipo.
Diego puso cara fea, la misma que Juani. A Gonzalo el hecho que Miranda estuviera con ellos, no le molestaba. Era una niña linda, incluso había soñado con ella, pero no se lo había dicho a nadie. Le daba vergüenza.
- Tenemos que apurarnos. Esto no es cosa de nenas. Van a molestar. Mi papá dice que es para lo único que sirven – advirtió Diego.
Juani hizo una aprobación con la cabeza, pero no afirmó ni contradijo nada. Pablo no se dio por enterado, la cabeza casi enterrada entre unas mochilas viejas del Hombre Araña y un par de autos de plásticos gigantes.
- ¿Vieron algo valioso, además del muñeco ese que hace luces? – Juani comenzó a repartir los jaimitos, incluso a Gonzalo, que tomó el suyo sin protestar por el frío.
- Pablo encontró un yo-yo luminoso de Batman y una caja de metal con figuritas viejas, de unos autos. Pero no deben valer nada, porque no son stickers. No entiendo cómo podrían pegarse en un álbum.
- Antes usaban plasticola, Diego. El stickers se descubrió hace poco.
- Pero yo vi stickers viejos en el almacén de doña Clota. Están amarillos de tanto tiempo que llevan pegados.
- Es otra clase de stickers, Gonzalo. Los de las figuritas son más modernos.
Diego y Gonzalo sacudieron la cabeza lentamente, de arriba hacia abajo, demostrando que entendían a la perfección la lección del día, a cargo del más grande de todos. Pablo, sumido en un silencio bastante extraño en el, hizo que los demás llevaran la vista hasta donde estaba.
- ¡Miren!
En sus manos levantaba una muñeca Barbie, vestida con pantalones jeans, camisa blanca y un peinado repleto de bucles.
- ¿Una Barbie? – preguntó desairado Diego.
- ¡Mi hermana tiene una y mis padres no quieren comprarle otra porque son muy caras! – defendió su descubrimiento Pablo.
- Tiene razón, debe valer algo – terció Juan Ignacio, dando por zanjada la cuestión.
- ¿Y vos, que trajiste? – preguntó de repente Diego, dirigiéndose a la caja de Gonzalo, que había quedado olvidada a un costado.
- ¡Son muchas cosas! Mi mamá las sacó del armario de papá. Dijo que eran porquerías juntando telarañas.
- Las madres siempre dicen lo mismo de las cosas que no le pertenecen – comentó Juan Ignacio - Hasta mis autitos que me regalaron para el último cumpleaños ya son porquerías que acumulan telarañas. Y todo porque no los guardo en algún lugar fuera de la vista.
Todos asintieron, incluso Pablo, que viendo la posibilidad de revisar en una caja nueva, dejó el montón en el que estaba curioseando hasta entonces.
- Manos a la obra, déjenme a mí, que ya soy un experto – dijo Pablo, empezando a sacar las cosas al piso.
- ¡Pero estas son cosas de otro siglo! – rió con ganas Diego.
- Las antigüedades valen más, eso me lo dijo una vez mi abuelo – informó muy serio Juani, por lo que a Diego no le quedó más remedio que quitarse la sonrisa de la boca.
- ¿Cuánto más plata nos den por estas cosas, más fácil va a ser, no? – preguntó Gonzalito, muy esperanzado en lo que había traído.
- Claro que sí. Es la idea – dijo Juani, sin quitar los ojos de las manos de Pablito, que iban moviéndose rápidamente, metiéndose en la caja y saliendo con diversos objetos en la mano.
A los pocos minutos, la caja estaba rodeada de juguetes viejos, una lámpara y hasta un álbum de figuritas.
- ¿Y cómo vamos a saber lo que vale cada cosa? ¿Y si nos cagan? – Pablo estaba preocupado en ese punto desde el día anterior.
- Ya te dije – Diego frunció el ceño – El viejo Sosa es amigo de mi papá, no nos va a cagar.
- Buscamos antes en Google, como hace todo el mundo – Juani miraba con entusiasmo el álbum de figuritas que había rescatado de la caja Pablo - ¡Miren chicos, el álbum del Mundial de Italia 90!
- ¡Uhh, eso fue hace un montón! – comentó Gonzalito – Ni sé si mi papá había nacido aún.
- Y si era de él, por supuesto – comentó Diego, peleando con Pablo por ponerse detrás de Juan Ignacio para ver mejor - ¿O te crees que tu papá es joven? Debe tener más de treinta años.
- ¿Nunca le preguntaste a tu papá si fue a ver un mundial, Gonza?
- No, nunca se me ocurrió. Pero supongo que sí. ¿No?
- Y si… si nosotros vamos a ir ahora vendiendo estas cosas viejas, imaginate ellos, que ya tienen un montón de años – reflexionó Pablo.
- Si fueron, mejor. Así no nos prohíben ir. Mirá si después de juntar la plata, no quieren dejarnos ir – dijo Diego al tiempo que comenzaba a enojarse con la idea.
- Si a mí no me dejan, me escapo – manifestó muy decidido Gonzalito.
- En caso que a alguno no lo dejen, los demás vamos de noche y lo ayudamos a escapar por la ventana, porque este viaje lo tenemos que hacer entre todos – confió Juan Ignacio, dejando tranquilo al grupo.
- Yo quiero ver a Messi – sentenció Pablito.
- ¡Y yo! – gritó Diego, levantando al aire los dos brazos.
- ¡Yo también! – se unió Gonzalo.
- Seguro que se cae de culo Messi cuando nos vea llegar, cuatro chicos solos, allá en Brasil – la sola idea despertó en Juani una enorme alegría y brilló en su rostro a través de una sonrisa.
- Sigamos revisando entonces, que tenemos que hacer plata – sugirió Pablo, metiéndose de cabeza una vez más entre las cosas viejas.
Juani y Diego se tiraron al piso, a revisar las que ya estaban desparramadas. A Gonzalito, para entonces, ya se le había terminado su jaimito. Con resignación arrojó el envase vacío y siguió a los demás, con el entusiasmo propio de la niñez.
El cuarto cerrado.
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Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 6 días.
5 comentarios:
Buenísimo!!!!!!!!!!!!!!!!!
Pero¿qué corno es un ?¿De qué país son los que vive en Santa fé?
Pero¿qué corno es un "Jaimito"?
¿De qué país son los que viven
en Santa Fé?
Genial el "engaño" del título...
Cuanta ilusión y que bien lo desarrollaste. toda una historia a base de sueños.
saludos.
Un Jaimito! Era un sache de jugo que se cortaba un extremo y se tomaba/chupaba de ahí ...el mas rico y feo a la vez era el de sabor coca cola.
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