De Estelita guardo un gran recuerdo. Su encanto, la sonrisa siempre radiante, esa voz suave que te derretía por completo, sobre todo cuando el contar un secreto acercaba su cuerpo al mío.
¿Cuánto de noviazgo? Siete largos años. Tan extensos como hermosos. Desde la secundaria, más precisamente desde aquel día en la feria de ciencia, cuando ella destruyó sin querer mis probetas de vidrio. En lugar de bronca, al ver sus ojos, se desplegó ante mí una sensación de vulnerabilidad que jamás antes había sentido.
No tuve que perseguirla, ella también se enamoró. Fue instantáneo. ¡Qué linda parejita! Nos decían donde fuéramos. Y así salimos de esa etapa y entramos cegados a la universidad, ella con su afán por el Derecho, yo con mi obsesión por la Química. Cada uno por su lado, pero juntos en todo momento.
La pasaba a buscar para ir a comer, al cine, a tomar mates a orillas del Paraná. A veces, salíamos en bicicleta y nos perdíamos por caminos distantes, y al mismo tiempo, ajenos a nuestro amor. Paseamos nuestras sonrisas tomados de la mano, visitando familiares, compartiendo cenas y almuerzos construyendo el futuro inevitable como familia.
Ella se recibió primero, al poco tiempo lo hice yo. Volvimos a nuestra ciudad, nos empleamos y al tiempo decidimos mudarnos juntos. Fueron meses felices, de compañerismo y convivencia. Pero un día le pregunté, ansioso y expectante, si se casaría conmigo. Sonrió y me besó la boca. Al otro día, abandonó la casa.
La fui a buscar, confundido. Ella explicó sus miedos y sucedió lo inevitable. Peleamos, discutimos, prometimos entre gritos, no volvernos a ver. Pero aquello era violento, imposible, me ardía en el alma. Y entonces la perseguí en el silencio de la noche, escrutando sus pasos, sus amistades... su nueva relación.
En fin. Me alejé a tiempo, sin levantar sospechas. Ella desapareció un otoño. Llevaba bufanda azul y chaleco marrón. La bufanda había sido regalo de aniversario. Creo que el quinto. Nunca la encontraron. Y no lo harán. Pero me queda el mejor recuerdo, porque en el ático escondo su larga cabellera, aún empapada por la humedad de mayo, que de manera diabólica no se digna en secar. De vez en cuando la saco del herrumbroso baúl, la huelo y me hundo en esos años felices, que por supuesto, no volverán.
El cuarto cerrado.
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Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 6 días.
2 comentarios:
No era muy recomendable el quimico.
La pareja abogada-químico da para otros posibles conflictos. Algun problema por la patente de una formula de laboratorio, por ejemplo.
Jejeje, el Demiurgo me birló la idea.
Un letrado y un químico, no tenían futuro, más que la tragedia misma.
Otro abrazo.
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