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14 de mayo de 2014

Oscuros nubarrones

El médico le devolvió la carpeta azul con cierre elástico. Se la tendió mirándolo a los ojos, con cierta severidad que no había tenido en citas anteriores.
- No hay mejorías en estos estudios, dudo que me esté haciendo caso a mis indicaciones.
La mujer bajó la mirada, asumiendo la culpa. El doctor estaba en lo correcto.
- No he podido, le juro que lo he intentado, pero no he podido - dijo con un hilo de voz, al borde del llanto.
El profesional giró su silla hacia la ventana y suspiró profusamente. Desde allí podía verse el cielo abarrotado de oscuros nubarrones, presagiando una tormenta que no tardaría en desatar su infierno personal sobre la ciudad.
- A ver si nos entendemos. Usted viene aquí para que la ayude. Pero no me hace caso. ¿Entonces, para qué viene?
La pregunta quedó en el aire, incómoda, punzante. No requería una respuesta. Su función era la del puñal, la de amedrentar con palabras. Ella lo sabía. Esperaba esa ofensiva. Su respuesta era tácita, con piel de silencio.
- Hagamos lo siguiente - sugirió el médico, poniéndose de pie - Usted se retira, durante dos semanas cumple con lo que le he pedido y vuelve a una nueva consulta, como si el día de hoy no hubiese existido, como si las indicaciones anteriores en realidad las acabara de recibir.
Era una buena propuesta, una oportunidad de remediar la situación, o al menos, para poder volver a ganarse la confianza del doctor. Pero al mismo tiempo, ella se resistía a cumplir con lo que le pedían. Un sacrificio enorme que sin embargo no le aseguraba una gran mejoría. Era tratar de frenar el avance de la enfermedad. Sostener la esperanza. Nadie hablaba de cura, de una sanación absoluta.
- ¿Y si no puedo? ¿Si otra vez...?
No pudo completar la oración, se sentía agotada. La mente es como una gran maquinaria, pero que se alimenta con hechos positivos. Cuando lo que abunda es lo negativo, se arruina, entra en una fase terminal, tan peligrosa como cualquier afección en otra parte del cuerpo.
- No hay demasiados caminos para optar, señora. Usted lo sabe. La vida a veces nos ofrece de todo y a veces, muy poco. Pero siempre algo hay. Esto es ese algo. Tiene esas indicaciones, intente, asuma la realidad, combata los miedos.
Cómo si fuera tan fácil, pensó ella, apretando con furia la carpeta de los estudios. Asumir, combatir, no eran verbos fáciles. Resignarse lo era. No requería esfuerzos ni otras complejidades. Resignarse era lo ideal.
- Le puedo recomendar un profesional muy bueno, un psicólogo, que sin dudas le será de ayuda - el médico garabateó un nombre y un teléfono sobre un papel en blanco, de los que utilizaba para dar los tratamientos.
La mujer aceptó el papel, a sabiendas que jamás llamaría ni conocería al conocido del doctor. Se puso de pie, estrechó la mano y salió por la puerta, aferrando contra sus pechos la carpeta azul.
Llamó al ascensor casi al borde del llanto. Pero no le daría el gusto al dramatismo. Era su decisión, debía aceptarla. Si resignarse era el camino, no había lugar para las lágrimas. La cobardía no requería mayores esfuerzos. Lo duro, lo difícil, lo jodidamente complicado, era vivir. Y afrontar lo que ese querer vivir implicara.
Ella ya no tenía ganas. Había puesto el punto final sin siquiera terminar la oración.
Afuera llovía. La tormenta era un hecho. Como muchas otras cosas que se presagian con oscuros nubarrones.

1 comentario:

SIL dijo...

El recurso bíblico, de las gestas, etc etc de acompañar los estados de ánimo con el clima, no se ha agotado.

Es también herramientas de poetas.

Y en tu protagonista, la tormenta venció la partida. De cualquier modo, ante el hecho irreversible de una enfermedad tremenda, es muy difícil pedirle que tenga esperanza o combata los miedos.



Abrazo.