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8 de abril de 2014

Él, Ella, la vida (1ra parte)

Mientras se miraban, mesa cuadrada y de madera de por medio, ella creyó reconocer un gesto de preocupación en él. El sonido de los pocillos, las charlas ajenas, los mozos haciendo sus pedidos en la barra se hicieron a un lado para dejar silencio para su pregunta.
- ¿Qué tan grave es?
Él no había querido que lo acompañara. Habían discutido la noche anterior por esa cuestión. Y ahora, llevando los ojos hacia el servilletero rojo de Coca Cola, Ignacio volvió a mostrarse evasivo, molesto. Lola sabía que esa molestia no era para ella, pero de todas maneras mantuvo callada la boca y se propuso no hablar ni preguntar nada hasta que su novio diera alguna señal de querer dialogar.
Llegó el mozo y preguntó si querían algo más. Ella pidió la cuenta. El mozo se fue con las tazas. La suya llevaba café con leche hasta la mitad. Ignacio se distraía ahora con la ventana. Ni siquiera observaba a través del vidrio que daba a la vereda y que en ese horario brindaba un gran espectáculo con todas las chicas que salían de la facultad e iban al McDonald´s más cercano meneando sus cuidadas figuras. En cambio, había posado su vista en una mosca en una esquina de la abertura, donde lidiaba resignada contra una tela de araña.
El mozo volvió con el ticket. Lo dejó y siguió caminando, atento a las dos mujeres mayores que acababan de entrar, con seguridad para tomar un té con torta de chocolate.
Lola buscó la billetera. El movimiento fue suficiente para la reacción de Ignacio.
- No, pará. Pago yo.
Ella no le contestó. Sacó un billete, lo puso en la mesa, apartó la silla y se fue sin saludar. Él no podía verla, pero había empezado a llorar. Su hermoso rostro se contraía en una mueca de tristeza. La bronca no era con él, a pesar que lo parecía, sino con todo lo que decía ese silencio.
Se detuvo en la esquina a esperar que cambiara el semáforo para peatones. Aprovechó para secarse las lágrimas. En ese momento él aferró su brazo con firmeza, pero sin violencia. Otra vez se miraron y en esta ocasión, ambos lloraban.
Se abrazaron, con todo el desconsuelo del mundo.

Abrazados bajo las sábanas volvían a ser una misma persona, o al menos, dos personas con el mismo porvenir. Habían hecho el amor, pero las imágenes de la tarde se habían impregnado en sus cabezas. No el silencio, el mal humor, sino lo posterior.
La confesión. El veredicto. El saberse mortal. La impotencia de no tener el poder, la ignorancia de no conocer el destino.
- El mañana no existe - vaticinó él, casi en un susurro.
Ella se revolvió sobre su cuerpo, inquieta. No podía aferrarse a esa afirmación, no era justo. Por la ventana el sonido de la lluvia era un bálsamo para sus pensamientos.
- Dame un beso - le pidió él.
Mecánicamente, ella acercó su boca hacia la de su novio. Entonces, al sentir sus labios tibios y sugerentes, supo que nada estaba perdido.
- Vamos a conseguir el dinero - dijo Lola.
Ignacio sonrió, con falsa esperanza.

En la mochila sobre sus espaldas viajaban los apuntes y libros de la facultad. En la bolsa que llevaba en las manos, los elementos para su nuevo trabajo. Le había prometido a Ignacio que conseguirían el dinero para la intervención y haría realidad esa promesa.
Cursaba de noche, por lo que la mañana y la tarde eran suyas para sacar adelante la difícil situación financiera. Jamás se había propuesto algo así y mucho menos, imaginado. Tampoco se creía capaz, sin embargo, allí estaba decidida a todo por salvar a su amor.
Resuelta, llegó a la peatonal. No importaba el horario, allí siempre era un mar de gente. Las primeras horas de sol del día daban fe de aquello. Personas yendo a trabajar, jóvenes camino al colegio, vendedores ambulantes preparándose para un largo día, turistas que aún no se habían ido a acostar y otros que madrugaron. La ciudad era siempre la ciudad. Poco le importaba quién vivía y quién moría. A Lola si, y mucho.Y por la vida de Ignacio, poco le importaba lo que tuviera que entregar a cambio.

Él no sabía que trabajo había conseguido. Ella le había pedido que no le preguntara, al menos hasta saber si le gustaba lo que estaba haciendo. Era muy bonita, por lo que sospechaba que podía estar modelando, algo que Lola odiaba a pesar de haber recibido por años innumerables ofertas.
Debido a los estudios, que eran constantes, Ignacio había reducido su carga horario en el trabajo. Se las ingeniaba sin embargo para trabajar desde su casa y poder juntar algún dinero más. Si su cuerpo resistía, al igual que sus órganos, en dos años, según sus cálculos, podría estar cerca de la cifra que necesitaba para operarse.
El mañana no existía, según sus palabras, pero un mínimo de esperanza combatía gallardamente en su interior. Lola lo presentía y guardaba silencio. La lucha era desigual, pero la victoria era posible. Siempre lo es, cuando se da pelea.
Ella volvía cada noche, tras la facultad, repleta de felicidad.
- Lo vamos a lograr - le decía mientras se metía como una felina en la cama, sonriendo con toda la boca.
- Si, pero falta aún, no te apresures - contestaba él, aplacando los ánimos.
Lola sonreía, desbordando confianza.

Cada mañana era la misma rutina. Con sol, con lluvia, con viento. Bajaba del subte, caminaba unas pocas cuadras, llegaba a la esquina que había elegido de la peatonal, dejaba la mochila con los materiales de estudio a un lado, sacaba el cartel de la bolsa blanca y comenzaba a hacer lo suyo.
El dinero no tardaba en llegar. Un billete, dos, tres, diez, cien. Al término de la jornada podía llegar a contabilizar un promedio de tres mil pesos. Un viernes había juntado casi siete mil. Cuando los contó, escondida en el baño, casi le da un infarto de la emoción.
Los clientes aparecían desde temprano. Algunos se repetían día a día. Eran más los hombres, como podría suponerse, pero las mujeres no se quedaban atrás. Había mucho más que belleza en ella que subyugaba. Era el misterio detrás de la idea, el motivo de aquella locura.
Ignacio lo ignoraba y ella prefería que el conocimiento jamás llegara. Aquella idea, aquel emprendimiento, era al mismo tiempo, su más oscuro secreto con su novio. Pero al mismo tiempo, le gustase o no a él, era la puerta para la única chance de vida que le quedaba. Y cuánto antes se reuniera el dinero, que era mucho y en efectivo, mejores posibilidades habría.

(continuará)

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Despertaste mi intriga, cual es el problema de él. Y que es lo que hace Lola, que no le gusta, para ganar dinero. Podría sospecharse, pero vos manejas frecuentamente lo inesperado.

sharoll dijo...

Es mi primera ves que comento, te encontré porque soy fan de Mauro Croche y vi tu Enlace, pero en realidad me ha dejado con la duda, pero no quiero hacerme imaginación ,he leído tus demás cuentos y he visto que das un giro inesperado al final..