(continuación)
Él
no desconfiaba de ella. Pero esa tarde mientras se hacía mala sangre
porque las cuentas no cerraban y su cuerpo respondía a medias a las
drogas que le daban para calmar el dolor, se topó por accidente con una
revelación que lo desconcertó.
Detrás de la mesa de luz de Lola,
que se chocó sin querer, por no mirar por donde caminaba, había un sobre
papel madera, de importante grosor.
Pensó en dejarlo ahí, pero lo
asaltó la curiosidad. ¿Por qué su novia guardaría un sobre detrás de la
mesa de luz? Y en todo caso, si se le había caído, nada mejor que
levantarlo.
Claro que Ignacio no se conformó con ponerlo sobre la
mesa de luz. Nervioso, como si presintiera algo extraño, abrió el sobre.
Y lo que encontró en el interior lo noqueó.
Estaba
llegando a la facultad. Repasaba mentalmente un texto para la clase,
pero la imagen de los billetes que había recaudado en la jornada le
daban vueltas por la mente. ¿Tres, cuatro, cinco mil? Podía ser, había
sido un día espléndido, con muchos clientes.
Mentalmente sumaba
todo lo que guardaba desde que había empezado a concurrir a la esquina
de la peatonal. Los números se amontonaban con alegría y se confundían
con las teorías del iluminismo que por alguna razón querían abrirse paso
en la cabeza de Lola, que a esa altura era conciente que no le iría muy
bien en el examen.
Aunque poco le importaba.
El
celular, a tan solo dos pasos del aula. Estuvo a punto de ignorarlo,
pero revisó quién llamaba. Era Ignacio. Se preocupó de inmediato y
atendió, al tiempo que volvía sus pasos hacia el pasillo principal.
- ¿Qué pasa amor? ¿Estás bien?
- ¿Qué pasa? ¿Vos me preguntás a mí qué pasa?
Notó el timbre ronco y enojado de su novio. No entendía el motivo de ese tono en la voz
- Encontré el dinero que estás guardando... ¿me querés decir de dónde lo sacás?
Lola se quedó perpleja.
- ¿Importa eso? Es para vos, para que podamos disfrutar del futuro juntos.
- Es mucha plata Lola, mucha. Y nunca me quisiste decir dónde trabajás. ¿Qué estás haciendo? ¿Vendés droga? ¿Te prostituís?
- ¡Qué decís, Ignacio! Lo que hago lo hago por los dos.
- ¿Y qué carajo hacés? Porque esta plata...
- ¡Beso a la gente! Eso hago. Beso a la gente, Ignacio.
Cada
mañana, con sol, con lluvia o con viento, era la misma rutina. Subte,
caminata, su esquina en la peatonal. La mochila a un lado, la bolsa por
el otro. Y dentro, el cartel que había hecho con tanto espero y del que
estaba orgullosa.
"Un beso te alegra la vida, te doy un beso a cambio de $10"
Hermosa,
joven, carismática, resuelta, sonriente. ¿Quién podía resistirse? Dame
un beso, le había dicho Ignacio una noche. La misma que le había dicho
que no llegarían a juntar el dinero.
Ella lo estaba haciendo. Un
beso por dinero. Decenas de besos por día. Centenares por semana. Miles
por mes. Besos a desconocidos, hombres, mujeres, niños, travestis,
ancianos. ¿Eso era prostituirse para Ignacio? Si acaso lo era, se
declaraba culpable. Lo hacía por amor. Cada beso, era una chance más
para él. Cada extraño que dejaba su billete, era un paso más hacia el
milagro.
- ¡No lo puedo creer, Lola! Y yo acá, enfermo,
muriendo. Mientras vos, ahí, en la calle, besándote con todo el mundo,
como si nada.
- Ignacio, cómo podés decir eso. ¿No ves lo que representa?
- Mirá, ni quiero pensar. Con el solo hecho de imaginarte...
-
¿Dándole un beso a alguien? A lo sumo he dado piquitos, besos en la
frente, besos... no puedo creer que esté explicándote esto. ¿No ves el
punto? Lo hago por vos, lo hago por nosotros.
- Dejame Lola. No puedo estar con alguien que a mis espaldas hace algo así.
- ¿Algo así? ¿Algo como querer salvarte la vida?
- ¡Salvarme...! ¡Besándote con otros!
-
Juntando dinero, Ignacio. Lo creías imposible, fijate lo que hay,
contalo. Lo que pensabas que íbamos a juntar en dos años quizá en dos
meses más ya lo tengamos.
- ¿Tengamos? No, estás equivocada. ¡Tomá
este dinero sucio! - le gritó, arrojándolo hacia donde estaba - ¡Y
andate de acá! ¡No te quiero ver más!
- Ignacio...
Ella
se fue, sin llevarse nada. Ni siquiera los recuerdos. El se quedó,
masticando la bronca y muriendo cada día un poco más. Ya no hubo besos,
ni abrazos, ni un futuro juntos.
Ignacio tenía razón. El mañana no existe.
Lola también la tenía. Él jamás quiso ver.
En
la esquina de la peatonal extrañan a la joven hermosa que durante el
día renovaba las esperanzas en medio del caos, de la vorágine de la
vida.
Algunos dicen haberla vista, en otra esquina, de otro lugar, esperando muy seria, resignada, que alguien la bese.
El cuarto cerrado.
-
Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 5 días.
1 comentario:
Efectivamente, fue una sorpresa.
Resultó ser más inocente de lo que esperaba.
Ignacio no se la merece. Ya va encontrar a alguien digno de ella.
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