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11 de abril de 2014

Él, Ella, la vida (2da parte)

(continuación)

Él no desconfiaba de ella. Pero esa tarde mientras se hacía mala sangre porque las cuentas no cerraban y su cuerpo respondía a medias a las drogas que le daban para calmar el dolor, se topó por accidente con una revelación que lo desconcertó.
Detrás de la mesa de luz de Lola, que se chocó sin querer, por no mirar por donde caminaba, había un sobre papel madera, de importante grosor.
Pensó en dejarlo ahí, pero lo asaltó la curiosidad. ¿Por qué su novia guardaría un sobre detrás de la mesa de luz? Y en todo caso, si se le había caído, nada mejor que levantarlo.
Claro que Ignacio no se conformó con ponerlo sobre la mesa de luz. Nervioso, como si presintiera algo extraño, abrió el sobre. Y lo que encontró en el interior lo noqueó.

Estaba llegando a la facultad. Repasaba mentalmente un texto para la clase, pero la imagen de los billetes que había recaudado en la jornada le daban vueltas por la mente. ¿Tres, cuatro, cinco mil? Podía ser, había sido un día espléndido, con muchos clientes.
Mentalmente sumaba todo lo que guardaba desde que había empezado a concurrir a la esquina de la peatonal. Los números se amontonaban con alegría y se confundían con las teorías del iluminismo que por alguna razón querían abrirse paso en la cabeza de Lola, que a esa altura era conciente que no le iría muy bien en el examen.
Aunque poco le importaba.

El celular, a tan solo dos pasos del aula. Estuvo a punto de ignorarlo, pero revisó quién llamaba. Era Ignacio. Se preocupó de inmediato y atendió, al tiempo que volvía sus pasos hacia el pasillo principal.
- ¿Qué pasa amor? ¿Estás bien?
- ¿Qué pasa? ¿Vos me preguntás a mí qué pasa?
Notó el timbre ronco y enojado de su novio. No entendía el motivo de ese tono en la voz
- Encontré el dinero que estás guardando... ¿me querés decir de dónde lo sacás?
Lola se quedó perpleja.
- ¿Importa eso? Es para vos, para que podamos disfrutar del futuro juntos.
- Es mucha plata Lola, mucha. Y nunca me quisiste decir dónde trabajás. ¿Qué estás haciendo? ¿Vendés droga? ¿Te prostituís?
- ¡Qué decís, Ignacio! Lo que hago lo hago por los dos.
- ¿Y qué carajo hacés? Porque esta plata...
- ¡Beso a la gente! Eso hago. Beso a la gente, Ignacio.

Cada mañana, con sol, con lluvia o con viento, era la misma rutina. Subte, caminata, su esquina en la peatonal. La mochila a un lado, la bolsa por el otro. Y dentro, el cartel que había hecho con tanto espero y del que estaba orgullosa.
"Un beso te alegra la vida, te doy un beso a cambio de $10"
Hermosa, joven, carismática, resuelta, sonriente. ¿Quién podía resistirse? Dame un beso, le había dicho Ignacio una noche. La misma que le había dicho que no llegarían a juntar el dinero.
Ella lo estaba haciendo. Un beso por dinero. Decenas de besos por día. Centenares por semana. Miles por mes. Besos a desconocidos, hombres, mujeres, niños, travestis, ancianos. ¿Eso era prostituirse para Ignacio? Si acaso lo era, se declaraba culpable. Lo hacía por amor. Cada beso, era una chance más para él. Cada extraño que dejaba su billete, era un paso más hacia el milagro.

- ¡No lo puedo creer, Lola! Y yo acá, enfermo, muriendo. Mientras vos, ahí, en la calle, besándote con todo el mundo, como si nada.
- Ignacio, cómo podés decir eso. ¿No ves lo que representa?
- Mirá, ni quiero pensar. Con el solo hecho de imaginarte...
- ¿Dándole un beso a alguien? A lo sumo he dado piquitos, besos en la frente, besos... no puedo creer que esté explicándote esto. ¿No ves el punto? Lo hago por vos, lo hago por nosotros.
- Dejame Lola. No puedo estar con alguien que a mis espaldas hace algo así.
- ¿Algo así? ¿Algo como querer salvarte la vida?
- ¡Salvarme...! ¡Besándote con otros!
- Juntando dinero, Ignacio. Lo creías imposible, fijate lo que hay, contalo. Lo que pensabas que íbamos a juntar en dos años quizá en dos meses más ya lo tengamos.
- ¿Tengamos? No, estás equivocada. ¡Tomá este dinero sucio! - le gritó, arrojándolo hacia donde estaba - ¡Y andate de acá! ¡No te quiero ver más!
- Ignacio...

Ella se fue, sin llevarse nada. Ni siquiera los recuerdos. El se quedó, masticando la bronca y muriendo cada día un poco más. Ya no hubo besos, ni abrazos, ni un futuro juntos.
Ignacio tenía razón. El mañana no existe.
Lola también la tenía. Él jamás quiso ver.
En la esquina de la peatonal extrañan a la joven hermosa que durante el día renovaba las esperanzas en medio del caos, de la vorágine de la vida.
Algunos dicen haberla vista, en otra esquina, de otro lugar, esperando muy seria, resignada, que alguien la bese.

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Efectivamente, fue una sorpresa.
Resultó ser más inocente de lo que esperaba.

Ignacio no se la merece. Ya va encontrar a alguien digno de ella.