El sobre pasó por debajo de la puerta, casi como una exhalación. Con solo ver el color del membrete supo que era la factura de electricidad. La idea de abrirlo lo aterrorizaba.
Con temor lo llevó hasta la mesa, donde reposó varios minutos sobre la madera, mientras lo observaba a la distancia. Abrirlo significaría afrontar una cifra sideral. Lo presentía.
Le dio la espalda, situándose delante de la computadora. Demoró un rato en encontrar el archivo de texto donde guardaba las claves. Cuando finalmente lo consiguió, pudo entrar al home banking. El saldo era exiguo. Poco más de cincuenta pesos. Cerró el navegador y también los ojos.
Se dejó llevar por la oscuridad y el silencio, arrebatándose aunque sea durante unos segundos de la realidad. Sin embargo, la presencia del sobre a medio metro lo retenía en su departamento, atado a las deudas. Otra vez sus ojos le devolvían la triste verdad de su vida.
Se puso de pie y pasó de largo la mesa en cuatro zancadas. Fue hasta la heladera, la abrió para comprobar que apenas había una botella de agua y un durazno que tendría al menos cinco días allí dentro. Tampoco tenía hambre. Aquello era otra excusa. Otra forma de demorarse, cómo rezaba la canción.
Cerró la puerta con violencia. Temblaron incluso los pocos imanes pegados al metal. Tenía que abrir el sobre. Reunir el coraje. ¿Qué esperaba encontrar que no imaginara? Agallas, eso le faltaban.
Respiró hondo y fue en busca del sobre. Lo tomó entre sus manos y lo puso contra la única lámpara colgante de la habitación. A trasluz distinguió parte del contenido, pero no alcanzó a leer ni cifras ni palabras.
Sus manos temblaron al cortar el extremo de la delgada cárcel de papel. La factura estaba pronta a ser libre, con todo lo que eso significaba. Segundos más tarde, el sobre y el contenido habían quedado uno en cada mano.
Dejó el primero otra vez sobre la mesa y exhaló con resignación antes de desplegar el segundo. Entonces, ocurrió lo inesperado. Otro sobre pasó por debajo de la puerta, como por arte de magia. Por el color del membrete reconoció que era la factura de internet.
Se dejó caer sentado al suelo. ¿Qué más le daba mirar la cifra que se escondía en su mano derecha si por debajo de su puerta seguirían llegando esos malditos sobres? ¿No sucedía eso cada mes? ¿Acaso no seguiría acumulando cada factura en una pila gigantesca, que en cualquier momento se derrumbaría?
No era eso lo que tanto temía, sino la sensación de marginalidad que cada día tenía menos vuelta atrás. Enganchado de la energía, de internet, con deudas inmobiliarias que iban camino a la ejecución judicial, con apenas unos pesos para comer durante el resto del mes.
¿Y todo por qué? Por seguir adelante con su sueño. Apenas un dinero por mes, casi nada, pero algo. ¿Debía arrepentirse? ¿No era acaso ese sueño lo único que lo mantenía vivo? La vida y sus vicisitudes. Las mismas de ayer, las de hoy, las de siempre.
Respiró hondo una vez más. Se olvidó de los sobres y volvió a la computadora. Pero ahora para escribir. Un par de cuentos que le habían encargado. Quizá el pan de una semana para el próximo mes. La paga por soñar. Por morir de pie.
Y casi en una forma de escapismo, prolongó su sueño con las letras del teclado.
El cuarto cerrado.
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Hace 5 días.
4 comentarios:
Es terriblemente hermoso, la literatura no lo salvará de este mundo, pero lo ayudará a respirar un poco más.
Que no se pare
que no se mate...
¨sólo es una forma de demorarse.¨
Abrazo Netito.
De nuevo estoy de vuelta
después de larga ausencia. =)
Podría ser peor.
Al menos vive y sobrevive con lo que sabe y desea hacer.
Uf... que duro resulta a veces poder vivir de los sueños. Este mundo no está hecho para eso...¡ y es una verdadera lastima que el artista no pueda vivir de su arte!
Abrazos!
Una historia diferente y muy cercana a la realidad.
mariarosa
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