A Randy McCall lo despertaron con un llamado telefónico en plena madrugada. La voz del otro lado de la línea sonaba desesperada y hablaba a los gritos.
Randy se cambió apresuradamente y pidió un taxi. Iba a ser más rápido que caminar las seis calles hasta la cochera donde guardaba su Audi. No lo sorprendió la escena que encontró delante del banco. Era lo que le había graficado el llamado telefónico. Todo el mundo estaba allí, incluidas las cámaras de televisión.
Todo comenzó un año antes, cuando llegó a sus manos el proyecto de remodelación del banco principal de la ciudad. Concretamente su área de trabajo era el de la seguridad. Se dedicaba a provisionar a las entidades financieras de las cajas de seguridad, sistemas de monitoreo y de alarma.
La obra fue monumental, con tecnología de última generación. Randy había estado en cada detalle. Y había asegurado en la presentación, con las autoridades locales en el improvisado escenario, que aquella era una fortaleza inexpugnable.
Cuando lo vieron bajar del taxi, se lanzaron sobre él, llevándolo casi a la rastra hasta el interior. Hablaban todos al mismo tiempo. Las cámaras, las cajas, las alarmas. Repetían las palabras, superpoblando el diálogo de imágenes imprecisas.
Morgan, el gerente del banco, pidió que se callaran todos. Era el único, que a pesar de la angustia, mostraba compostura.
- Randy, no ha quedado nada - lo miró a los ojos, como buscando una respuesta que le dijera que no se preocupara, que nada había pasado - ¿Me entiende? Nada.
Randy pidió detalles. Morrison, jefe de investigaciones de la policía, hasta entonces observando desde un costado, intervino en la charla.
- No hay señales de entradas forzadas, las alarmas no se activaron, las cámaras de seguridad y los sensores de movimientos no detectaron nada. Pero las cajas de seguridad están vacías.
- ¿Todas?
- Absolutamente, cómo si el contenido se hubiese esfumado.
El gerente volvió a acaparar a Randy.
- ¿Cómo es posible? ¿Acaso no era imposible que robaran?
- Si, lo era. Pero alguien encontró la manera. Necesito verificar para poder hacer una evaluación.
Un murmullo a espalda del grupo hizo que todos voltearan la vista. El mismísimo director del banco y un funcionario del gobierno, encabezaban una pequeña comitiva. Avanzaban por hall central con rostros largos y sombríos, y no solo por haber sido levantados de la cama a altas horas de la noche.
- Usted - dijo el funcionario, señalando a McCall - Usted será el que pague los platos rotos en este escándalo. Hizo una promesa y mire. Es un desastre. Vendrán los medios de comunicación de todas las ciudades aledañas. Esto será un festín.
- Ya dije que tengo que analizar lo sucedido para...
- Analizar un carajo McCall - el que habló fue el director, totalmente fuera de si - Debido a la confianza que depositamos en usted, firmamos una póliza de seguro muy baja, si esto no se resuelve, estamos arruinados.
- Bueno, esa no era una decisión en mi poder. Si me permiten...
- ¿Permitirle qué, McCall? Usted es la primera ficha que cae. Este, le aseguro, es su último trabajo en seguridad. Me aseguraré de eso.
El director se alejó, cruzando el hall, en dirección a la bóveda. El funcionario estaba por acotar algo, pero Morgan lo detuvo a tiempo.
- Váyase Randy, ya oyó al director. Poco tiene que hacer aquí. Estoy seguro que lo siente tanto como nosotros - Morgan, a pesar de todo, le estrechó la mano.
Randy se ajustó el sobretodo y salió a la noche. Veía los periodistas hablando a las cámaras, y a los curiosos que se levantaron en medio de la noche para acudir al lugar con el fin de averiguar que era tanto batifondo policial.
Pronto la noticia se dispararía y sería un caos. Randy sonrió. El director estaba en lo cierto. Ese sería su último trabajo en el rubro. Sacó el celular y subió a un taxi.
- Al aeropuerto por favor.
Digitó un número y esperó a ser atendido.
- ¿Benito? Benito, voy para allá. En el primer vuelo, si. ¿Lo nuestro va en camino? Me alegro, Benito. Me alegro.
La noche recortaba a la ciudad con sus luces y siluetas, que se desdibujaban a gran velocidad a un lado y otro del vehículo. Cuatrocientas ochenta y dos cajas de seguridad. Cuatrocientas ochenta y dos cajas trampa, conectadas en forma secreta a un sector de carga en el exterior. Todo muy fácil, muy práctico. Las ventajas de ser el arquitecto de seguridad, de no perderse un detalle de la obra, de hacerse cargo personalmente.
- Chofer, ¿puedo encender un habano?
- Si tiene para convidar.
- Claro, tome. Celebre conmigo.
- ¿Y qué celebramos?
- La libertad, por supuesto.
El cuarto cerrado.
-
Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 5 días.
1 comentario:
El protagonista se salió con la suya.
Lo intuí, antes de saber de que se trataba la historia.
Publicar un comentario