Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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18 de noviembre de 2013

Visigodo

Cuesta despertarse cualquier día, pero aún más el día que uno cumple años. Es una rara certeza que siempre tuve. Es una jornada que uno desearía extensa, pero con una mañana larga, interminable, en la que la cama fuera la principal compañera y la tranquilidad una sabia consejera, que pide en breves susurros al oído que disfrutemos del sol que entra por la ventana, la tibieza de las sábanas, la sensación de ser dueños del día.
Pero es algo que se desvanece pronto, casi tan rápido como suena el despertador recordándonos que tenemos que ir al trabajo o a hacer tal mandado. Ocurre siempre, o casi siempre. Son apenas contados los cumpleaños que caen un fin de semana. Y con seguridad, en caso de darse la mano el destino con la vida, ese fin de semana tendremos alguna ocupación que nos obligue a despegarnos del colchón, desayunar meditando sobre las contrariedades de la existencia humana y la gran fortuna que tiene nuestro gato o perro de ser un gato o un perro.
Supe a conciencia que estaba despertando justamente en ese día único del año donde todos nos sonríen, nos hacen llegar mensajes de textos o correos electrónicos pintorescos, recordando por si uno lo ha olvidado, que está más viejo, más cerca de amigarse con el alemán que esconde las cosas, y una serie de chistes de ocasión que se reciben con gracia y solemnidad. Porque si para algo está el día del cumpleaños, es para abrirse al saludo efusivo de las amistades y conocidos, y con suerte, en una de esas, ligar algún que otro regalo. Caso aparte es la familia, cuyos saludos pueden llegar con un llamado telefónico mucho antes de sonar el despertador, con lo que el día arrancará con una indefinida mezcla de bronca y felicidad.
En mi caso, nada le ganó al despertador, salvo una inesperada necesidad de ir a orinar en medio de la madrugada, que se resolvió yendo de una disparada. Podría describirse la sensación al abrir - no del todo - los ojos, como de paz, de breve letargo, recibiendo el sol en el rostro a través de las cortinas blancas, demorando cada movimiento como si no fuese necesario el siguiente, haciendo perdurar incluso el bostezo mañanero que comienza con el desentumecimiento del cuerpo, tarea nada fácil de la que de manera instintiva intentamos, sin éxito, escapar.
Incluso las formas más habituales, del armario, del ventilador de techo, de la cómoda - nombre estúpido si lo hay para un mueble - se tornan indecisas, como si realmente no estuviéramos convencidos de querer verlas, postergando ese instante del que no hay vuelta atrás, que es el de afrontar la realidad y sabernos despiertos del todo.
Quizá fue eso, quizá la incomodidad de no creer lo que veía o bien, la certeza de no haber despierto, que para ese entonces, no podía ser posible.
Lo cierto es que parpadeé media docena de veces para luego estar seguro y entonces, horrorizado, pegar un salto desde debajo de las sábanas hasta el respaldar, golpeando con fuerza las costillas y rebotando con violencia, quedando de costado sobre la almohada. Todo, acompañado con un grito agudo, tirando a chillido, que ni en el intento más logrado de mi vida por aputazar la voz, había logrado jamás.
Al pie de la cama, sentado muy campante, mordiéndose unas uñas largas y sucias, había un ser asqueroso de feo, con la piel ajada, de un color rosa lastimero, el cabello revuelto y erizado, ojos pequeños y casi ciegos, harapos por ropa y una boca repleta de dientes amarillos a punto de caer.
La nariz, párrafo aparte, era una especie de garra de la cuál se desprendía, por unos orificios largos y oscuros, una especie de agua amarronada, que se deslizaba hacia la boca, donde terminaba su derrotero.
 De nada servía pellizcarse. Eso estaba ahí. Y como si recién se diera cuenta de mi presencia, ajeno a la escena que había hecho con gritos incluidos, el horripilante ser me miró.
- Que temprano te levantás, campeón - dijo para mi asombro - Es tu cumpleaños, quedate una horita más, yo te aviso.
Quise hablar pero me castañearon los dientes. No era frío, por supuesto. Estaba cagado hasta las patas. Me debe haber visto pálido o que los ojos se me disparaban para todas partes, porque rió (o eso entendí que hacía, moviendo los dientes con la boca abierta de tal manera que parecían estalactitas a punto de derrumbarse) y como si fuera un gato, se movió con agilidad sobre las sábanas hasta situarse muy cerca mío.
- No me digas que te asusté - se tomó el estómago o lo que tuviera en el lugar donde nosotros lo tenemos y se dobló en dos literalmente para seguir riendo - ¡Mirá que serás paparulo che! ¿No sabés quién soy?
Pensé en el diablo, en la broma de algún amigo muy hijo de puta, y no en mucho más. Lo veía y seguía sin creer que una cosa así se me apareciera en la habitación. De cerca era más espeluznante aún. Meneé la cabeza, en una negación rotunda.
- ¡Soy Visigodo, el duende de los cumpleaños! ¿En serio no me conocés? ¿Vivís en un termo?
Las palabras habían migrado de mi lenguaje, que no solo adolecía de sonidos, sino también de coordinación y coherencia. Solo moví los hombros. Visigodo se revolvió en el lugar, más que enojado, preocupado.
- Boludo, no me podés hablar en serio. ¿No me conocés? Pero la puta madre, para que tantos años de esfuerzo, de estar en el gremio, de hacer horas extras. Pero ojo, la culpa no es tuya. No. Es de los pelotudos que tenemos en Marketing. Promocionan muy poco. Siempre la terminamos remando nosotros. En fin... la cuestión es esta: soy un duende que cumple deseos en los días de cumpleaños. Por esas putas cosas de la vida, hoy te tocó a vos. Así que soy todo oídos. Decime, qué querés.
Me quedé tieso. Es decir, más de lo que estaba. Aquello parecía ser la broma de algún amigo, del Claudio quizá, que siempre estaba innovando, o del Rómulo. Aunque el Rómulo era más jeropa, por ahí la broma de él hubiese sido un stripper varón, como para que le tomara toda la bronca del mundo. Sin embargo, el bicho feo que estaba a centímetros de mis piernas, parecía real. Demasiado real.
Volví a tratar de decir algo, pero la lengua se empecinó en hacer parecer una frase, en un balbuceo sin sentido.
- No te oido piscuí, que me querés decir - dijo adelantándose aún más el tal Visigodo.
Finalmente, rompiendo las barreras del miedo y con el único deseo de espantarlo, alcancé a decir unas pocas palabras.
- No pensé en nada.
- Hubieses empezado por ahí, nene. Pensá tranquilo, que tengo todo el día.
¡Ah no! ¡Esto solo podía estar pasándome a mi! Un duende en mi habitación, el día del cumpleaños, cuando apenas empezaba a despertarme. Y por si fuera poco, un duende que no se iría hasta que le pidiera un deseo. Parecía fácil, hasta absurdo, pero en esos momentos, temblaba de miedo. ¿Y si eso estaba ocurriendo realmente? Porque una parte de mí, aún guardaba esperanzas que fuera un sueño. ¿Y si al pedir el deseo, traía aparejada una desgracia? Lo había leído en el famoso cuento de la pata de mono y en otro de Stephen King. Ningún deseo traía felicidad absoluta. Algo escondía muy en el fondo. Los deseos eran una trampa.
Coraje, me dije. Coraje.
- No quiero ningún deseo. Podés... podés irte - le dije, casi sin respirar.
- ¿Tu deseo es no tener ningún deseo? ¿O tu deseo es que me vaya? Veamos, ninguna de las dos peticiones serían posibles. Así que vamos, dale. Pensate algo bueno y decime. Que mientras más rápido liquide este trámite, más tiempo libre voy a tener.
Busqué sacármelo de encima y dije lo primero que me vino a la cabeza.
- Quiero una sociedad más justa.
No fue una buena idea.
Visigodo comenzó a hacer tumbas carneras y a matarse de la risa. Se le desprendieron al menos dos dientes, que luego buscó entre las sábanas y se volvió a colocar.
- ¿Me estás jodiendo, no? ¡Flor de bromista resultaste! ¡Sociedad más justa! ¿No querés también una clase política honesta y trabajadora también?
El duende lloraba de la risa, manchándome las sábanas de ese enchastre marrón que le salía de la nariz. La situación se me había ido de las manos.
- ¡Sos un utópico! - me gritaba, al tiempo que con las patas me tiraba el velador de la mesa de luz al suelo - ¡Sos un boludo de la gran siete vos!
Creo que en ese preciso instante le perdí miedo y le gané antipatía. Una cosa es saber que uno es un pelotudo a cuerda que se sigue creyendo los versos de los políticos y sigue votando la misma mierda elección a elección, pero otra es que te lo estampen así en la cara, como si fuera un tortazo. ¿Que tenía de malo pedir una sociedad más justa? ¿Y si acaso también se me daba por pedirle lo de los políticos honestos? Estaba en mi derecho de cumpleañero carajo. Por más que me acabara de enterar que existía un duende de cumpleaños, ahora quería mi deseo.
- ¡Visigodo! - lo llamé al orden - ¡Exijo mi deseo!
El duende tardó en dejar de reír. Tuve que esperar al menos veinte minutos más. Se detuvo. Me miró y comenzó a reír de nuevo. Quince minutos después, me gané su atención.
- Repito, quiero mi deseo.
- ¿Estás seguro? - preguntó Visigodo, acomodándose otra vez al pie de la cama - Mirá que una vez que agito la nariz, no hay vuelta atrás.
Con el miedo totalmente derrotado, avasallado por un lado que desconocía en mí, inflé el pecho y sintiéndome el más patriota de los patriotas, el más buen tipo del país, en el más justo de los justos, dije con énfasis ¡Si!.
Y acá aparecí, en otro planeta, a no sé cuántos millones de años luz de la Tierra. Debo reconocer, fui a parar a una sociedad más justa. Incluso, me están tratando muy bien, a pesar que me miran con asco y me tienen algo confinado a un sector delimitado. Pero la pucha, qué precio he pagado. Maldito Visigodo, ya te quiero ver en mi próximo cumpleaños. Aunque ignoro si hará delivery interespacial.

5 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Cuidado con pedirles deseos a duende luego de hacerlo enojar. Y sin ser especifico.
Lo más usual habría sido pedir un deseo con alguna famosa o algunas famosas. Mi deseo habría estado relacionado con las integrantes de No lo soporto.

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

Buenísimo, Netomancia.
Qué final, ja: completamente inesperado para mí, pero que calza al pelo con lo leído hasta allí; sorpresivo al cien por ciento.
La descripción del duende, ideal: me parece verlo.
Te felicito, un cuento diez puntos.
¡Saludos!

Con tinta violeta dijo...

Ja,ja...muy bueno: se ve que te levantaste inspirado el día de tu cumple...
Besos!

SIL dijo...

No deja de ser un maravilloso deseo, Netito, a pesar de los pesares.

=)


Otro abrazo.

Adrienne Bernardo Bernardo dijo...

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