Me pidió que le comprara un número de lotería. Uno cualquiera. Ella trabajaba en el negocio de al lado y sabía que cada viernes compraba uno para mí. Le dije que recién podría dárselo el lunes. Sonrió y me dijo que no había problema alguno. Le advertí que sorteaba el domingo, que quizá ella quería... me interrumpió, me guiñó un ojo y repitió que no era problema.
Era bonita, claro que me atraía. Tendría que haberle insistido en ese punto, porque no tenía sentido tener un boleto de lotería sin saber cuál era el número. Más si el sorteo se realizaba antes que ella pudiera tenerlo entre sus manos. Una de las razones por la que jugaba, era por la expectativa que me generaba el sorteo. No me perdía por nada del mundo la televisación de ese momento donde el suspenso se ponía de acuerdo con el azar para brindar un espectáculo tan sencillo como fortuito.
Había comprado dos números correlativos. El terminado en 15 para mí, el que finalizaba en 16 para ella. Los primeros números coincidían. Eran de la misma serie. Los puse sobre el televisor, debajo de una imagen de la Virgen. Allí quedaron hasta el domingo, cuando volví del viaje. Comí algo y puse el televisor. A la hora del sorteo busqué los boletos. Contemplé los números y me serví un aperitivo. El ritual de cada fin de semana, que disfrutaba con disimulada alegría.
Apreté los puños y me dejé llevar por los bolilleros que aparecían en pantalla. Cuando llegó el turno del primer premio fui viendo como las bolillas armaban los primeros números de ambos boletos. En el penúltimo bolillero cayó un uno, en el último, un seis. Me estremecí. Miré el boleto sobre la mesa, miré la pantalla. Miré otra vez el boleto, luego una vez más el televisor.
El locutor lo repetía una y otra vez. Me puse de pie, me serví algo más fuerte que el aperitivo. No podría definir el instante. Cierto vértigo me bajaba de la cabeza al corazón y volvía, como siguiendo una ruta invisible muy dentro del cuerpo. Finalmente me desahogué gritando a viva voz. Era lo que por tantos años había estado aguardando.
El lunes no fui a trabajar. Tuve que hacer otro viaje, a la casa central de la lotería nacional. A ella le envié a través de un cadete el boleto, tal como le había prometido. Le puse en una nota: "Querida Lucía, elegí la terminación en 15 para usted, porque ante mis ojos, es una niña bonita. Y mire que fortuna la suya, que tiene premio por aproximación".
Total, cómo mierda se iba a enterar que el dinero gordo me lo quedaba yo, si esa mañana había presentado la renuncia por telegrama y no esperaba verla más en la puta vida.
El cuarto cerrado.
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Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 6 días.
4 comentarios:
Jaja, buenísimo.
Ojalá que a la bonita Lucía nunca se le ocurra ponerse a leer blogs !!
Abrazo.
SIL
Tanto que la elogiaba, por lo linda y buena, para resultar que se quedó con el premio que le correspondía a ella. Para irse y nunca volverla a ver. No puedo celebrar al protagonista.
Sorpresas te da la vida, a veces...
Saludos
J.
Al final se habrá quedado contenta la piba. Me hace acordar a cada historia y a cada gente de cuyo nombre no quiero acordarme!
Abrazo
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