Demoraron seis meses para poder abrir la librería y el día que lo hicieron se sintieron las personas más felices del mundo. No era para menos. Desde la noche que lo soñaron juntos, de cara al balcón, habían imaginado el lugar y el momento. Y no había resultado fácil.
Primero fueron los cálculos. El dinero que necesitarían, el total de ahorro de los dos, las inversiones que deberían hacer, la posibilidad de sacar créditos personales, el tiempo que demandaría recuperar el monto inicial y mil cuentas más.
Luego la búsqueda del local, los idas y vueltas con los requisitos, la ubicación adecuada, el estado de los lugares, las garantías que les solicitaban, el depósito, las cláusulas… y caminar, mucho andar para encontrar el sitio preciso, soñado.
Aprendían de trámites, de burocracias, de detalles que jamás habían tenido en cuenta. Lo que parecía sencillo, abrir una librería, se había convertido en un gran laberinto, en el cual se movían con ligereza, pero con ciertos temores. Y aún faltaba establecer el contacto con las editoriales, investigar las formas, los modos, todo lo relacionado al rubro.
Ambos soñaban con una librería porque amaban los libros, sin embargo, se daban cuenta entonces, que aquello era más que una cuestión de amor, sino que implicaba otros aspectos, tan o más importantes.
Y el sueño se transformó en desafío y luego, en realidad. Los primeros clientes fueron conocidos, amigos de toda la vida, parientes, pero el movimiento llamó a otros y en poco tiempo, rostros que jamás habían visto, entraban y salían, buscando autores, títulos, y la magia de las hojas impresas, el olor del papel y la tinta.
En ese marco de algarabía contenida, porque siempre estaba la otra parte, aquella que demandaba responsabilidades, estar al día con las cuentas, respetar los horarios de atención, es que apareció un día, después del mediodía, en la puerta un hombre de edad algo avanzada, bajito, de traje gris y corbata blanca, sombrero a tono del saco y una suave pelusa en lugar de barba.
- Buenos días, soy el señor Rosvanovich – dijo presentándose - ¿Cuál es su nombre, bella mujer?
Conmovida por el buen trato, ella no dudó en ser cordial.
- Alicia, es un placer – contestó, alargándole la mano, para saludarlo – Y él, es mi socio por partida doble: Marcos.
- ¿Cómo es eso de partida doble? – preguntó el hombre.
- Somos dueños de la librería y al mismo tiempo, firmamos un papel hace un año que nos declaró marido y mujer.
El hombre sonrió, comprendiendo. Recién allí notaron que llevaba consigo un viejo maletín, que por al forma, el color y la mugre, debía tener su misma edad o más.
- No les quiero robar demasiado de su tiempo, sé muy bien que en las librerías si uno no está acomodando libros, está catalogando y si no está haciendo nada de eso, es porque está vendiendo. Aunque en este caso, lo que vengo a proponerles, es que me compren.
Marcos, que había dejado una pila de libros sobre el mostrador, se acercó para participar en la conversación.
- ¿Representa a alguna editorial, señor? – preguntó.
- No, no – se apresuró en contestar Rosvanovich – Podríamos decir que soy independiente. Y en este caso, solo he venido a ofrecerles un libro. Pero un libro que les puedo asegurar, tiene un valor incalculable.
Con cierto esfuerzo levantó el maletín y lo apoyó en el mostrador, al lado de la pila de libros que había dejado Marcos. Hizo correr el cierre relámpago de un lado a otro y una fina capa de polvo se elevó en el aire.
Tardó unos segundos más en abrirlo, con la clara intención de crear mayor expectativa. Al hacerlo, quedó a la vista un volumen grueso, recubierto con tapas forradas en cuerina y una simple inscripción tallada sobre la superficie: Vita. Las hojas se veían amarillentas y de textura áspera.
- He aquí – dijo rompiendo el silencio que se había instalado – un libro de más de quinientos años, escrito en latín, que narra epopeyas desconocidas, de tiempos inmemoriales.
Alicia y Marcos quedaron perplejos. Parecía auténtico y desconocían la existencia de un libro de esa índole.
- Mire que he leído sobre libros raros, pero éste… me dejó sin palabras – confesó Marcos.
- ¿Quién es el autor? – preguntó ella.
- Mi querida – dijo el vendedor – entonces muy difícilmente quedaba plasmado el autor. Si es una recopilación como dicen, seguramente han sido varios, pero ninguno de ellos con seguridad ha sabido del libro. Estuvo escondido durante años en una abadía europea. Ese edificio sufrió el fuego, los embates de la segunda guerra mundial, el paso del tiempo. Hará unos años, al ser reconstruida, se encontró este maravilloso volumen, el cuál ha pasado desde entonces de mano en mano, como si estuviese buscando a su verdadero dueño.
- ¿Y cuánto vale?
- Su timidez me asombra señora – remarcó Rosvanovic – Tiene que tener más ímpetu. ¡Cómprelo, no lo dude, no quiera saber el precio!
- Es que antes debemos consultarlo – terció Marcos, aunque la idea lo entusiasmaba – Y para eso, vamos a necesitar saber qué precio pide.
- El precio es lo de menos en un ejemplar así, créanme – sostuvo.
- Lo sé – intervino ella – pero debe comprender que nos estamos asentando, nuestros pasos son medidos, nada de gastos alocados, por así decirlo.
- Hagamos una cosa, les tengo la solución. Se los dejo a consignación. Les digo el precio, ustedes tratan de venderlo por más dinero y cuando hayan concretado la venta, me pagan lo que pido y se quedan con la ganancia.
- ¡Eso sería magnífico! ¿No, Marcos?
- Si, claro que si. ¿Pero, nos tendría esa confianza?
- Vea, cuando uno está mucho tiempo en el rubro, conoce a la gente de bien. Y eso, son ante mis ojos.
Café de por medio, pactaron el precio. Era una cifra elevada y en moneda extrajera, pero como coincidieron los tres, hay muchos coleccionistas buscando tesoros de ese tipo. Para la pareja, aquello era un golpe de suerte. Si vendían el libro, se aseguraban al menos seis meses de alquiler.
- ¿Sugiere que los pongamos en vidriera? – preguntó Marcos, mientras el hombre se marchaba.
- No, cuide mucho el libro del sol. Créame que si hay alguien interesado, lo olfateará a la distancia.
Rieron de la ocurrencia. Previamente les había dicho que una de las particularidades del libro, era que jamás había sido traducido y que no había documentación alguna, por lo que estimaba que había sido objeto de robos a lo largo de toda su existencia, pasando de una mano a otra, siempre en forma clandestina. A él le había llegado de manera fortuita, cuando un mercader se lo ofrecía a cambio de unas chucherías, sin estimar ni imaginar el valor del mismo.
Rosvanovic se marchó, pareciendo a la distancia más pequeño de lo que realmente era. Cuando desapareció en la esquina, también cayó la tarde. Habían pasado las horas de una manera muy entusiasta, tanto que las pocas ventas del día le parecieron al matrimonio algo secundario.
Esa noche decidieron llevarlo a casa. Lo hicieron con cuidado, dentro del mismo maletín con el que había llegado. Antes de acostarse repasaron algunas de sus páginas, maravillándose ante el incomprensible contenido, que de todas formas les llamaba la atención, tanto por su escritura cuidada como por los dibujos que adornaban las hojas.
Ambos tuvieron pesadillas, pero no las mencionaron al levantarse. Eso si, tenían el aspecto de dos personas que no pudieron dormir en toda la noche.
Continuará...
La Gardenia.
-
Nunca había tenido en mis manos una flor de Gardenia, ni imagine que esa
simple flor me llevaría por caminos filosóficos en los que nunca había
tr...
Hace 4 minutos.
2 comentarios:
Uy Neto esto que se viene parece interesante. ¿Que misterio habrá y qué problemas traerá aparejado el misterioso libro.....?
mariarosa
Muy bien planteado. Los libros antiguos son un tesoro, más que las joyas. Pero en la ficción escrita en libros, pueden tener algo inquietante.
Publicar un comentario