Muratore se
instaló como cada día en la mesa más apartada del bar La Inmaculada. Desplegó
sobre la madera el ejemplar del diario, que religiosamente leía desde la última
página a la primera, en un rito que hacía desde siempre, en forma sistemática.
Le gustaba
aquel lugar, lejos de la puerta principal, donde el ir y venir de personas lo
incomodaba, no permitiéndole disfrutar de la paz de la lectura, para la que
necesitaba concentración.
Además, en
aquella esquina, el bullicio era menor. No llegaba el sonido de vajillas propio
de la cocina, ni el murmullo de las mesas, con sus comensales parlanchines,
versátiles disertadores de la realidad frívola en la que estaban sumergidos.
Miraba de
soslayo la barra, donde de vez en cuando solían juntarse habituales
parroquianos a tomar algo e intercambiar opiniones sobre los más diversos
temas, y agradecía cuando veía solo la madera lustrada, ausente de hombres
apoyados, sin otro paisaje que el de las botellas dispuestas en hilera, con
vaya a saber que predilección en el orden.
Cuando todo
estaba en armonía, o al menos, a su gusto, comenzaba la lectura, que
invariablemente debía era con la página de los chistes, acertadamente ubicada
al final de tantas hojas, siempre a mano para un vistazo, sin el tedio que
tener que estar buscándola en el interior.
Para muchos,
los chistes o las historietas eran una buena manera de despedirse del diario
del día, de las noticias que habían acontecido. En cambio, Muratore era de la
opinión que no había nada mejor que comenzar por lo bueno, por aquello que
arrancaría una sonrisa o reflexión, porque luego, irremediablemente, llegaría
lo nefasto, que era la realidad. Ese cambalache de letras que denostaba la vida
y pugnaba por hacer de los hechos, cadáveres sin sombra.
Sintió
pasos que se acercaban y vislumbró la figura. El mozo se acercó con prestancia
y aguardó sus palabras. Muratore habló con la soltura de quién ha vencido a la
costumbre.
- Una
lágrima y dos medialunas dulces.
El mozo se
retiró y lo dejó a solas nuevamente con el periódico. Pensó en lo que había
pedido, ese contraste de blanco humeante con la gota de café vertiendo su aroma
y color en apenas una ración. Nunca mejor un nombre para una bebida. La letanía
de la expresión, esa indolencia fresca propia de la vida, el dolor en una taza.
El
contraste con esa visión eran las medialunas. Dulces, sabrosas, crocantes. El
paladar las deseaba, su estómago bramaba por ellas. Sus ojos anhelaban verlas,
perladas bajo su propio brillo, emanando ese llamado al olfato tan propio, tan
seductor.
Se
concentró otra vez en esa última página, que al mismo tiempo era, para su
lectura, la inaugural. Sonrió con la primera tira, emitió una carcajada con la
segunda y tuvo que repasar la tercera. Tras una nueva lectura insultó al autor.
Aquello no tenía sentido. Muchas veces el humor no lo tenía, como la vida
misma. Pero al menos, con o sin sentido, la misión de aquella página era hacer
reír. Aquel chiste no le causó gracia. Sacó una birome del bolsillo y rayó la
tira. Lo hizo con cuidado, con el fin de no corromper la fragilidad del papel.
Volvió a
escuchar pasos viniendo hacia la mesa. Otro mozo estaba al lado de su mesa. A
diferencia del anterior, a éste lo conocía. Era Maidana.
- ¿Qué se
va a servir, Muratore? – preguntó Maidana.
Levantando
la vista del diario, le sonrió con displicencia.
- Esta vez
le han ganado de mano mi amigo. Ya ha venido otro mozo y he realizado mi
pedido.
El que
sonrió ahora fue Maidana.
- Se
equivoca Muratore, usted aún no ha pedido nada. ¿Tenía acaso el otro mozo un
fino bigote, cabello engominado y orejas extremadamente grandes?
-
Efectivamente, de ese hombre se trata.
- Temo
informarle, Muratore, que ese mozo al que usted le ha hecho el pedido, es un
fantasma, por lo tanto no le traerá nada. Suele vagar por los bares de la zona
y levanta pedidos a los incautos, muchos de los cuales esperan durante una
eternidad. Algunos se cansan y se van, otros siguen esperando hasta que mueren.
- ¿Es decir
que mi pedido nunca va a llegar?
- Algunos
dicen, que quizá en cien, doscientos años, aparezca trayéndolo.
- ¿Tengo
que esperar ese tiempo?
- Usted ya
está esperando Muratore, desde hace más de setenta años, día a día, viene
haciendo el mismo pedido, al mismo sujeto. Sucede que no lo recuerda o ¿por qué
cree que todos los días lee el mismo diario?
- ¡Por
favor Maidana! ¡No me venga con bromas a mí!
- Léame un
titular cualquier.
Muratore resopló
indignado y para demostrarle lo equivocado que estaba, abrió el diario en las
hojas centrales. Leyó el título en voz alta.
- ¡Los
japoneses iniciaron la invasión a Java!
- Amigo, la
segunda guerra terminó hace años.
- Patrañas
Maidana, no me venga con esas cosas.
- No le
miento, usted se miente. Cada día lo hace en este apartado rincón del bar.
- Si hace
setenta años estuviera esperando acá, sería un viejo decrépito.
- No lo es
Muratore porque usted ya está muerto.
- ¡Pero qué
dice!
- Le digo
la verdad mi amigo. Podría intentar cancelar el pedido e irse en paz.
- ¡Cómo voy
a cancelar mi pedido! Voy a esperar mi lágrima y mis medialunas. Si usted
quiere, váyase a atender otra mesa.
- No
comprende Muratore, no me puedo ir a ninguna parte, porque también estoy
muerto.
Dejó caer
el diario sobre la mesa.
- O acaso
no le resulta extraño – continuó Maidana - que nadie repare en nosotros, que
estemos en este rincón oscuro y solitario. ¿Sabe lo que dicen? Que en este
apartado lugar del bar, suelen escucharse voces cuando no hay nadie, que a
veces las sillas se mueven solas y de vez en cuando, puede sentirse también el
sonido de las páginas de un diario al pasar sus hojas.
El hombre
miró alrededor y comparó las ropas, luego observó por la ventana y se asustó de
los vehículos que pasaban por la calle. Finalmente miró a Maidana, casi
resignado.
- ¿Y usted
que espera Maidana?
- Una
propina que nadie jamás dejó.
- ¿Por una
propina aún está acá?
- Por cosas
menos mundanas ha muerto el hombre.
- Ni que lo
diga. Venga, aquí le dejo su propina. Pero usted me trae mi pedido.
- Son
imposibles Muratore, y usted lo sabe. Los destinos no pueden ser cruzados.
-
¿Entonces, que podemos hacer?
- Solo se
me ocurre una cosa. Seguir existiendo en el lugar donde alguien nos ha
olvidado.
- ¿Con qué
fin?
-
Justamente Muratore, sin ningún tipo de fin. Por toda la eternidad.
3 comentarios:
Me ha gustado el planteamiento de la historia. Imposibles existenciales atrapados en medio de ninguna parte y con visos de eternidad. Los diálogos son muy frescos y el lector del apartado rincón ya puede esperar sentado su comanda, ja!
Lo positivo: al menos puede tener una jugosa charla con Maidana.
Besos!
Me encantó.
Hay gente que se ha muerto por cosas más mundanas...
Quedarse esperando algo que jamás vendrá, y quedarse esperando eternamente.
Muy bueno, Netito.
Abrazo
SIL
Me enganchaste con todo al escribir ese cambio vital en la trama con la aparición de Maidana.
Excelente historia de fantasmas. Distinta...
¡Saludos!
Publicar un comentario