Alguna tenía que tener aunque sea un poco. Eso, al menos, era lo que esperaba. Movió cada una de las botellas, para sentir el peso. Todas vacías. Estaba por sufrir un ataque de histeria y entonces recordó: el botiquín de primeros auxilios.
Corrió hacia el baño, tanteó en la oscuridad la tecla de la luz hasta encontrarla (cinco segundos que en su mente se transformaron en un siglo) y finalmente, iluminado, vio lo que quería. Se lanzó contra el botiquín y cruzó los dedos.
Por primera vez en toda la mañana, sonrió. La botellita de plástico de medio litro estaba casi completa. Le quitó la tapa a rosca y acercó el pico a la boca. El aroma era fuerte, como era previsible. Pero era alcohol. Sin embargo se detuvo. Tenía la necesidad de beberlo, pero quería al mismo tiempo apreciarlo. Así solo no lo haría.
Sin abandonar la botella, aferrada como una daga con su mano derecha, se internó en la cocina. Buscó en la alacena algo con qué darle sabor. Había especias y sobres de jugo. Sopesó las posibilidades y ninguna lo satisfacía. No quedaría otra que tomarlo puro, con solo sabor a alcohol.
Y fue cuando había abandonado la búsqueda, que encontró lo que le pondría. Ahora si, se dijo, tendria su bebida a medida.
Tomó otra botella cuya etiqueta indicaba "limonada" y la vertió en otra más grande, que antes había contenido ron. De inmediato completó echándole la botellita de plástico. El limón siempre le gustaba en las bebidas. Faltaba un detalle, la mezcla.
Con fuerza agitó la botella arriba y abajo. Fue lo último que hizo en vida.
La explosión sacudió la cocina y pedazos de vidrio estallaron contra una ventana. Otros, se incrustaron en su cuerpo. La muerte, dictaminarían luego, fue instantánea.
Cuando su mujer llegó del trabajo y vio la policía, la ambulancia y los bomberos delante de la vivienda, pensó que al fin había sucedido, que su marido había incendiado algo en medio de una borrachera. Aunque se resistía a creerlo, porque la noche anterior, cansada del comportamiento que tenía alcoholizado, había vaciado todas las botellas con líquido que había en la casa. O al menos, eso había pensado.
Nunca se imaginó que usaría el envase de alcohol que estaba en el botiquín. Y menos, que sería tan idiota de mezclarlo con el cloro que guardaba en una vieja botella que antes había contenido limonada.
La Gardenia.
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Nunca había tenido en mis manos una flor de Gardenia, ni imagine que esa
simple flor me llevaría por caminos filosóficos en los que nunca había
tr...
Hace 1 hora.
2 comentarios:
¡Maestro!
Genial descripción de lo vivido por el protagonista, me atrapaste a mitad del relato con el golpe de efecto de la frase "Fue lo último que hizo en vida", y avancé "con tutti" por el relato para buscar el porqué de lo sucedido.
Un gran final, asimismo.
Me encantó.
¡Saludos!
Genial y terrible.
Los adictos al alcohol hacen esas búsquedas espantosas...
PD: Quizás la esposa puso el cloro en el envase engañoso a propósito.
=O
Abrazo grande.
SIL
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