Los dos amigos disfrutaban de la tranquilidad del río, con una botella de cerveza de por medio. La brisa invitaba a estar allí, el paisaje lo exigía.
La tarde moría calma, sin excusas acuciantes. El silencio era un manto de amistad tendido de un lado a otro, donde reposaban las palabras, que no tenían necesidad de existir.
Pero como sucedía con las aves que sobrevolaban el lugar con sus sonidos a cuestas, el silencio no era eterno. Y a veces, solía ser bienvenido.
- ¿Te acordás Ulises el metegol que hicimos de pibes?
El rostro del amigo se iluminó en forma instantánea. Cómo no recordarlo. Lo habían ideado con otros chicos, pero ellos fueron los que le dieron forma, trabajando hasta tarde en el viejo taller del padre de Ricardo. Y todo había sido una aventura, desde buscar y cortar las maderas, hacer los agujeros al costado para que pasaran las varillas de metal en la que iban puestos los jugadores, también hechos con madera. La pintura, los detalles, la emoción. Y principalmente, esa caminata aquella mañana de primavera, entre los dos, cargando el metegol terminado, llevándolo a la escuela. Cómo no recordarlo.
Ricardo se alegró al ver el rostro de su amigo.
- Qué lindo recuerdo. Lástima lo que nos pasó.
Y ambos estallaron en una carcajada. En retrospectiva, la risa era aceptada. Pero entonces, había sido el peor momento de sus vidas. No era fácil cargar con apenas trece años de edad, tremendo metegol. No solo era pesado, sino que además llevaban sus mochilas, lo que incomodaba el traslado. Y a pesar de que a Martín y Pablo los llevaban sus padres en auto al colegio, y siendo que formaban parte del gupo, ninguno se ofreció a realizar el viaje.
Iban a pie, por una calle lateral. Podían cortar camino, cruzando por una plaza más adelante. El sol ya brillaba con claridad, aunque con la tibieza del alba. El que iba atrás, Ulises, apenas veía delante, por la forma en la que sostenía el metegol. Pero Ricardo le iba advirtiendo si había algún escalón en la vereda o si llegaban al cordón de la misma, para cruzar una calle.
Tan atentos a la faena estaban, que no vieron salir de un galpón abierto y oscuro a Narváez, el viejo borracho de esa zona de la ciudad. Narváez llevaba una botella en la mano, unas ropas viejas y harapientas, un gorro de lana y una bufanda gris, a pesar de la época del año. Su rostro sucio dejaba ver una hilera ausente de dientes a través de la boca semiabierta, de cuya comisura caía un hilo de baba que se perdía en el aire, con destino a las ásperas baldosas.
El encuentro fue brusco, inesperado. Ricardo, que avanzaba casi de espaldas, porque la mayor parte del tiempo se giraba para darle indicaciones a Ulises, se topó de golpe con algo y grande fue el susto al verse cara a cara con Narváez. Atinó tan solo a pegar un grito y soltar el metegol. Ulises, que no veía nada, se asustó al oír a su amigo e hizo lo propio, sacando también sus manos de la madera.
El metegol cayó como un peso muerto entre ambos, haciendo un ruido de importante magnitud para esas horas de la mañana. Y si bien los niños jamás pudieron afirmarlo, fue el estruendo del juego al caer y no la sorpresa de haberse topado con ellos, lo que detuvo el corazón del viejo Narváez, que de la misma forma que el metegol, se estrelló contra el suelo.
Por suerte para ellos, a pesar de los ruidos, nadie en la cuadra se despertó y dado que del otro lado había un enorme baldío, no había quién pudiera haber visto algo. Los chicos, aún presos del susto, levantaron el metegol y salieron con prisa, cargándolo. Ya con el primer vistazo vieron un par de jugadores y un arquero sueltos de sus varillas y que la madera de uno de los laterales, se había rajado. Pero por el momento, lo que importaba era escapar de ese lugar. Por el miedo y por ese cuerpo caído, cuyos ojos estaban en blanco.
El río estaba magistral a esa hora, atrapando las risas de dos grandes que volvieron a ser niños, en sus memorias.
- Pobre Narváez - dijo Ulises- Pensar que supimos que murió, recién una semana después. Y nos dimos cuenta que había sido por nuestra culpa.
- Yo me di cuenta en el momento, pero no dije nada - confesó con algo de culpa Ricardo.
- ¿En serio?
- Si, cuando le vi los ojos... pero bueno, no fue intención de ninguno, el viejo estaba hecho pelota por chupar y el susto le paró el corazón. No fue nuestra culpa.
- No, claro que no. Fuimos buenos pibes de chicos.
- Si, solo nos llevamos al viejo Narváez - bromeó Ricardo, contagiando un nuevo ataque de risas.
Y así la tarde fue muriendo y la botella de cerveza, quedando vacía. Era hora de volver a la vida, de quitarle la pausa al día. Regresar a las responsabilidades y obligaciones. Ulises y Ricardo se despidieron, prometiéndose otro momento así muy pronto.
Los amigos emprendieron sus caminos dejando al río en el mismo lugar. Algunas aves sobrevolaron el lugar, contemplando el horizonte. La noche estaba llegando. El mundo seguía girando. Y aquello que había pasado en el pasado, ya no podía remediarse. Por eso los ecos de la risa aún chapoteaban sobre el agua, tan irónicas como descaradas. Lo inútil eran las lágrimas.
La Gardenia.
-
Nunca había tenido en mis manos una flor de Gardenia, ni imagine que esa
simple flor me llevaría por caminos filosóficos en los que nunca había
tr...
Hace 23 horas.
11 comentarios:
Buen relato y buenos momentos.
Un saludo!!!
Lo hacés con maestría, Neto.
Teñir de sombrío lo que a simple vista parece radiante.
Como si los lectores debieran esperar siempre un puñal escondido debajo de una hermosa manta.
Abrazo inmenso
SIL
Se puede decir que el tiempo todo lo cura, o hace que todo se vea de lejos con otra perspectiva. Lo bello del relato es la combinación de cara y cruz de una misma realidad, vida, muerte, risa, hecho luctuoso...y que todo se conjunte de forma que el lector asume el paso de uno a otro, casi sin apenas inmutarse...¡pero Narváez murió del susto, ché!
Curiosa reacción del ser humano...
Besos Neto.
Cuando la muerte tiene que llegar, llega. Al menos eso me hicieron creer a mí, que nadie se muere antes ni después.
Hermoso relato, me hace pensar en el destino del metegol.
Saludos.
Qué buena narración, che, un poco de nostalgia, otro de ironía, un toque de ingenuidad, otro de picardía... En fin, me encantó.
J&R
Don Alcorze, muchas gracias!!! Ya pasó la barrera de los cien?? Saludos!
Doña Sil, hay que andar con cuidado, en toda sonrisa aflora un asesino inconsciente jaja. Gracias! Saludos!
Doña Tinta, es la combinación que permite el tiempo, esa distancia que uno toma con las cosas y suelen ser menos grave de lo que realmente fueron en su momento, no? Gracias! Saludos!
Doña Mariela, si, esa es la triste realidad. Muy buena pregunta la suya. Le digo que ese relato tiene un asidero de realidad, porque para el secundario, con unos amigos construimos un metegol, hicimos que nos llevara todo el año para no tener que hacer otra cosa en la materia de manualidades y a la hora de llevarlo, quedamos solo dos; en el camino nos sucedió un percance, no matamos a nadie jaja, pero íbamos tan distraídos que a punto de llegar a la plaza en cuestión, chocamos uno de los laterales con un cantero y zaz, doblamos dos varillas y aflojamos un arquero. Así y todo, aprobamos la materia! El metegol estuvo en casa un tiempo, hasta que hubo que hacer espacio y su destino hoy me es vedado por la memoria, quizá para no incurrir en la desgracia de recordar su final.
Gracias! Saludos!
J&R, así es tiene de todo, hasta quizá, humor negro. Me alegra que gustara! Gracias! Saludos!!!
Eso es lo que pasa cuando no hay vuelta atrás. Impecable y profundo como ese río mudo.
=) HUMO
cuando leia tu texto,y bajaba la pagina con en raton, me encontre con varios finales. y me dio esa sensacion de morir,(de estar abriendo la boca mientras la corriente te arrastra)que le pasa a los que no se van a morir, pero que indefectiblemente les pasa a los que se van a morir. resumiendo: cargar un metegol como el ataud de Narvaez, no lo hace cualquiera.
panchuss
Doña Humo, muchas gracias. Cuando no hay vuelta atrás, para que volver, no? Gracias!
Don Panchuss, pavada de comentario. Esa analogía final me mató. Muchas gracias! Un abrazo!!
Hola Neto: humor negro y del bueno. El pobre vijo se murio del susto y estos pícaros se reín , la inocencia infantil seguía en ellos.
Siempre es un placer pasar por tus letras.
mariarosa
Doña Mariarosa, gracias, como siempre!!!!
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