Mirta Ramona Manuela Esturión, maestra. Así solía presentarse ante sus alumnos en el salón de clases. De baja estatura, hombros anchos, sonrisa ausente y rostro serio, Mirta Ramona Manuela tenía fama desde siempre por una simple razón, que el resto del personal del colegio le envidiaba: en sus clases no volaba una mosca.
Su sola mirada era
motivo suficiente para que en un examen nadie se atreviera a machetearse. Y pobre
del que lo intentara y lo descubriera. Había leyendas en torno a eso que, a
pesar del paso de los años, seguían contándose en los pasillos de la escuela.
Algunos de los maestros actuales, habían sido alumnos suyos y aún se quedaban
mudos cuando la cruzaban en la cocina, o el patio. Hasta la profe de educación
física, de carácter fuerte y enérgicos pulmones, sobre todo a la hora de hacer
sonar el silbato, hacía prácticamente una reverencia al darle paso.
Los chicos y
chicas que el año anterior se habían enterado de que la tendrían al frente del
aula no habían podido disfrutar de las vacaciones. Un par, incluso, se
cambiaron de colegio. Sin conocerla, le tenían terror. Cuando llegó marzo con
el inevitable comienzo de clases, el regreso a la escuela fue, para ellos, una
especie de tortura. La sola idea de conocer a la legendaria Mirta Ramona
Manuela le ponía los pelos de punta a cualquiera.
La primera semana
pareció no terminar nunca. El fin de semana fue recibido como un oasis en el
paraíso. El nivel de angustia llegaba a límites insospechables. Niños y niñas
solo rezaban por un milagro. Y se dio. La pandemia que comenzó meses antes en
China cruzó el planeta y lamentablemente, después de atacar la población de
varios países, se instaló en el país. Una noticia triste para todos, salvo,
para los alumnos de Mirta Ramona Manuela.
Tras algunos días
de incertidumbre el Ministerio de Educación dispuso que las clases se
impartieran de manera virtual. La directora llamó al teléfono fijo de Mirta
Ramona Manuela, porque no usaba teléfono celular, para darle la noticia. Las
dos se escandalizaron. La directora porque la maestra no solo no tenía celular,
sino que tampoco computadora y menos que menos, conexión a internet. La
maestra, porque no sabía nada de nada de tecnología y sabía que ni sus nietos,
que prácticamente no se acordaban de ella, le iban a dar una mano.
La escuela armó un
grupo de whatapps con los padres de los alumnos y le explicaron la
situación. Ese curso debía aguardar a que definieran cómo se darían las clases,
por la situación de Mirta Ramona Manuela.
La noticia llegó a
oídos de Marielita, una de las alumnas. No podía entender cómo su nueva maestra
no tenía ni siquiera una computadora vieja. ¿Cómo hará con sus amistades, ahora
que no se puede visitar a nadie? ¿O cómo verá a su familia, que no tiene un
celular para recibir fotografías? Marielita fue la única del curso que no
sintió alegría, sino pena. Además, porque desde siempre la veía sola, con cara
de ogro. Vivía justo en la casa de al lado, patio con patio, donde un tapial
separaba los terrenos.
Sin decirle nada a
sus padres, Marielita tomó una tablet que no usaba hace tiempo, la actualizó,
la cargó y se trepó al tapial. A los gritos, llamó a Mirta Ramona Manuela.
-
¿Quién hace este escándalo? - bramó la
solitaria mujer, pero al ver a la niña, se acercó.
-
Mire seño, con esta tablet que no uso,
puede ayudarnos a aprender mientras dure esta cuarentena.
-
Pero es que no sé ni prenderla querida,
soy una analfabeta tecnológica. Solo leo libros y escucho radio. Si le dijera a
la gente que no tengo televisor, no lo creería.
-
¿No tiene televisor? ¡No se preocupe! Yo
le enseño a usar la tablet y le comparto la clave del WIFI. Total, desde acá,
no creo que nos contagiemos de nada.
Marielita cada
mañana salía al patio, se trepaba al tapial y le daba una clase acelerada a Mirta
Ramona Manuela. En una semana, ya se había hecho cuenta de correo y usaba el
procesador de texto. En quince días, sabía buscar en google, unirse a
videollamadas con otros maestros o la familia y hasta modificar imágenes.
-
¿Vos que opinás, Marielita, ya puedo
manejarme sola? le preguntó a la niña.
-
¡Siii! Tiene un 10, seño.
Mirta Ramona
Manuela no salió indemne de la cuarentena. Terminó contagiada. Pero no de
COVID19, sino de amor. Seguramente cuando retorne al aula, será menos severa,
aunque igual de justa. Ese miedo prejuicioso, de un lado y del otro, es una
barrera invisible que a veces se crea de la nada, sin que nadie entienda bien
por qué. Cuando cae, la mayoría de las veces, descubrimos detrás un universo
maravilloso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario