Varias veces estuvo a punto de confesarle su pasatiempo a sus clientes. No a todos, claro, sino con aquellos que más confianza había ganado en sus años de profesión.
La tijera y la navaja, dos elementos cortantes y si se quiere, mortales, crean un vínculo que otras profesiones no tienen. Ser peluquero requiere responsabilidad. Un peluquero que se pianta corta una garganta de lado a lado. El vínculo es de entrega entre uno y el otro. Por eso estuvo a punto, y sin embargo, no se animó.
Cuando cierra el local, barre todos los cabellos y los mete en una bolsa. En su casa, más tarde, los separa por color y tonalidad. Luego agarra alguno de los tantos gatos que tiene drogados y con minuciosa precisión, empieza a injertar sobre la piel los cabellos de sus clientes, para transformarlo en una especie de león en miniatura y sumarlo a su colección de monstruos salvajes que tanto lo llenan de felicidad.
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