Cuando ocurrió por primera vez solo atiné a asustarme. ¿Qué otra cosa podía hacer además de permanecer quieto en la vereda, sin mover un solo músculo? El mundo se había quebrado en dos, como si un rayo hubiese dividido en partes iguales la realidad. De un momento a otro, mientras hacía el recorrido de todas las tardes desde el trabajo a casa, cada objeto, cada persona, vehículo y edificio aparecía dos veces ante mis ojos. Dos Renault blancos con la misma patente, dos señoras de cabello rojo intenso empujando un carro de mandados, dos vidrieras de la misma joyería exhibiendo exactos modelos de alianzas, relojes y pulseras.
Un mismo momento, captado dos veces. Solo podía asustarme, creer por un segundo que era una mala pasada de los ojos producto de algún reflejo del sol. Por eso me detuve, paralicé cada sentido, evité todo movimiento, incluso, calculo, la respiración. Permanecí así segundos que fueron una eternidad, mientras ese mundo duplicado se movía a sus anchas como si nada raro estuviera pasando. ¡Y sí que lo estaba!
Recuerdo que cerré los ojos hasta que me dolieron los párpados. Los abrí esperando que todo retornara a su habitual y tranquilizadora uniformidad. Pero al abrirlos la duplicidad estaba allí, como el maldito dinosaurio de Monterroso. Temí ya no solo por mi vista, sino también por mi cordura.
Busqué algún apoyo a mi espaldas y di con la pared, entre la joyería y una casa de deportes en cuyo escaparate se mostraba tal cantidad de artículos que parecía imposible guardaran un orden en aquel lugar. Pero no eran tantos, mi visión los multiplicaba por dos. Logré calmarme y de a poco aquel raro efecto (o defecto) fue remitiendo. No quería pensar en lo que la gente que transitaba el lugar - y me observaba de reojo - estaría imaginando. Debería estar pálido en aquella pared, seguramente con una capa de sudor en la frente y los ojos enormes, llenos de asombro.
Esa misma tarde fui (corrí) al oftalmólogo. Me diagnosticaron diplopía, una afección al nervio óptico que provoca que el mismo se quede sin oxígeno y motive una doble visión temporal. El médico explicó que a su vez, es un síntoma y es imperativo conocer la causa. Aquella revelación inició un periplo de especialistas buscando una causa, una razón a esa doble visión que me asustó ese día y que posteriormente iría irrumpiendo a diario en mi vida cotidiana. El susto pasó a ser preocupación y angustia.
Ningún profesional daba con la respuesta. Los ataques de diplopía habían pasado de ser diarios a suceder varias veces a lo largo de la jornada. Podían ocurrir en cualquier momento, ya sea caminando, cocinando, cagando, andando en bicicleta... tuve que dejar de movilizarme en auto por recomendación médica.
Pero entonces la diplopía dio el salto. No de gravedad, sino de dimensión. Sucedió hace dos días y apenas si me atrevo a confesarlo. Pero es necesario. Callar terminaría por desmembrar la poca lógica y sensatez que queda en pie en mí persona.
Esta vez no estaba caminando, sino bajando en el ascensor, dentro del edificio donde trabajo. Cada mediodía desciendo del séptimo al tercer piso a buscar el paquete interno de comunicaciones. No es en realidad un paquete, sino una bolsa. Una de mis funciones rutinarias es ir a buscarla. No me puedo quejar. El tercer piso se destaca, sobre todo, por sus mujeres. Pero mi destino me deparaba ese mediodía algo muy distinto a sonreírles a simpáticas chicas bien vestidas que de todos modos jamás me dirigen una sola mirada.
El ascensor recién se había puesto en marcha cuando noté que tenía un ataque de visión doble. Parece mentira pero nunca me he acostumbrado. Sigo sintiendo algo parecido al miedo y trato de apoyarme en algo. Conmigo bajaba un técnico del soporte informático y Adela, la sub jefa del departamento.
Lo que vi a continuación fue muy diferente a lo que preveía. No es que no hayan aparecido las realidades duplicadas, que de hecho ocurrió. Sino que la realidad repetida no era exactamente igual. Adela de la derecha, la réplica en mi visión, vestía de color diferente si bien la postura era la misma. Incluso la calidad de la ropa era menor. Adela de la izquierda tenía puesto un diseño exclusivo de una famosa tienda, en tanto que la otra lucía un simple traje comprado seguramente en liquidación en temporada de rebajas. La nariz de esta segunda Adela también era notablemente diferente, regordeta y chata, nada comparable con la naricita respingada de la sub jefa.
El técnico también parecía tener errores en su doble. El que había aparecido llevaba un paquete de cigarrillos en el bolsillo de su camisa y usaba patillas largas, notando además en su aspecto general cierto desaliño, que si bien no indicaban un marcado contraste como sucedía con Adela, sin dudas tampoco hacían exacta la visión doble.
El ataque duró poco pero lo suficiente como para poder apreciar los cambios. Cuando las puertas del ascensor se desplegaron hacia sus extremos, me abrí paso entre ambos y corrí a recoger la bolsa. Volví por las escaleras, dejé lo que había buscado a la secretaria de piso y pedí urgente permiso para ir al médico. Pero... ¿al oftalmólogo, al neurólogo, al psiquiatra?
Apuré la caminata hasta el taxi más cercano. Le di la dirección del psiquiatra. Algo andaba muy mal. El coche había hecho tres cuadras cuando llegó un nuevo ataque. Me sobresalté como cada vez que ocurre. El taxista se duplicaba delante de mis ojos. Pero el conductor que había aparecido con el ataque, pesaba al menos veinte kilos menos. Los objetos dentro del taxi también presentaban diferencias. El rosario original que colgaba del espejo retrovisor estaba transformado en la visión doble en un pedazo de hilo negro que sostenía una calavera de plástico; la calcomanía en el vidrio posterior decía, en la de la derecha "Reza a Dios y Él te oirá" y en la de la izquierda "AC DC".
No podía evitar mirar por las ventanillas. Las fachadas de los edificios contrastaban unos de otros. El paisaje de la izquierda parecía azotado por alguna crisis económica: paredes pintadas, vidrieras remendadas, colores apagados. Las réplicas humanas eran un mal calco, venidos a menos, semblantes más perdedores de los que uno acostumbra ver en el enjambre citadino. Aquello era irreal. Ahora no solo se había resquebrajado la realidad, sino que una de las partes había caído dentro de un universo gris.
Le pedí al taxi que se detuviera. No soportaba más lo que estaba viviendo. Suplicaba en silencio para que cesara, pero no ocurría. Pagué sin esperar el vuelto (el dinero que mis ojos veían de forma duplicada estaba arrugado, incluso alguien le había dibujado bigote s al prócer del billete que estaba encima de los demás), subí a la acera y sin pensarlo me metí en una galería de compras. Avancé mirando el suelo, tratando de enfocar en el camino, sin mirar nada ni nadie. Busqué a tientas el baño y me encerré allí dentro. Me aseguré de trabar la puerta desde el interior. Solo cuando me sentí a salvo, solo entonces, elevé la mirada.
Me topé con un espejo enorme y en el reflejo, dos veces yo. Uno, el que recordaba de la mañana, de haberme visto en el espejo de casa, vistiendo camisa de trabajo, ojeras profundas por el cansancio de los últimos tiempos, barba de varios días y una profunda desorientación en la mirada. El otro yo, el que provocaba el extraño ataque de diplopía, llevaba una camisa en mejor estado, no tenía ojeras y al menos estaba afeitado. Seguía siendo un perdedor, pero lucía mejor. La visión me estremeció a tal punto que cerré los ojos. Todo lo que había visto duplicado hasta el momento, era peor a la realidad habitual. Sin embargo, al mirarme, la visión doble de mí era mejor.
Abrí los ojos. El ataque había remitido, no así mi sensación. Es que la punta del entendimiento había asomado en el horizonte de mis pensamientos. Si todo lo que veía en los nuevos procesos de diplopía era una realidad alternativa peor, un mundo paralelo donde a nadie le iba mejor, suponía entonces que mí realidad no era la de todos los días, esa que me hacía despertar en un modesto pero cómodo departamento, me llevaba a trabajar caminando unas poca cuadras, retornar a la tarde para luego poder decidir sobre mi tiempo libre para terminar no haciendo nada… sino la del otro tipo, el que había en el espejo de camisa pulcra y afeitado, que entonces, en ese otro mundo, era testigo de su otro yo, es decir, este yo, el que escribe estas líneas que no parecen tener sentido, carente de expectativas, de proyectos como todos los perdedores que dejan pasar la vida en la chatura cotidiana de la supervivencia para sobrevivir.
Con dolor comprendí que tan solo soy lo que otros ven. En algún universo paralelo existo y debo ser yo, pero en este no. Cuando ocurrió por primera vez solo atiné a asustarme sin embargo ahora deseo con fervor que vuelva a ocurrir. Quizá pueda de esa manera volverme a ver.
El cuarto cerrado.
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Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 5 días.
3 comentarios:
Muy bueno, Netomancia. Se siente la agonía del protagonista, eh.
¡Saludos!
Te aplaudo, Ernesto.
Cualquier otra reacción posible a esta historia, será seguramente una visión de esta diplopía metafísica.
Abrazo doble.
Gran historia. Yo supuse que se trataba de una visión especial, que podía ver un mundo paralelo.
Bien planteado.
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