Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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2 de abril de 2015

Presagio de eternidad

Una rara brisa cálida se colaba por los primeros días de abril de aquel almanaque de bolsillo que era su vida, un compendio de días apretujados, uno encima del otro, sin recuerdos certeros ni vivencias puras, devorado todo por el vértigo incipiente de los años que como un proyectil avanza en línea recta hasta encontrar su destino.
Aún no llegaban las hojas de otoño con su alfombra crujiente de color naranja apagado, haciéndose desear por hombres como él, que añoran las nostalgias y al mismo tiempo desentierran recuerdos para que sigan doliendo,
Estaba solo en aquel andén. Algún que otro envoltorio de caramelo le ponía color al suelo gris. El ladrido de un perro rompía la monotonía que flotaba en el aire, que por momentos hacía pensar que el mundo se había detenido.
La idea de un planeta gigante a cuerda no le era extraña, de niño se imaginaba que un día el tiempo diría basta y todo quedaría congelado. En su imaginación, era el único que podía seguir moviéndose en aquella realidad paralizada. Transitaba entonces mentalmente las calles que le eran conocidas y con atrevimiento se asomaba en las ventanas para descubrir lo que cada casa escondía.
Pero el niño se había ausentado en algún momento. Las arrugas en sus manos, la piel quebradiza de sus brazos, el rostro achacado, eran pruebas fieles de aquel desatino de la existencia.
En su bolsillo estaba el boleto. Lo sacó por quinta vez y volvió a revisar la fecha. Miró la hora en su reloj pulsera y dejó escapar una bocanada de aire. Hacía dos horas que esperaba. El tren no llegaba y no había nadie a quién preguntar.
Dobló en dos el boleto cuidando de hacerlo por la marca que ya tenía y lo metió otra vez en su pantalón. Las demoras más grandes son las que uno sabe de antemano que sucederán. Tenía el presentimiento. Siempre que uno quiere huir, los caminos se confunden con el único fin de dejarlo a uno en el mismo lugar de dónde quería escapar. No sabía si era una máxima o qué. Sospechaba que bien podía ser una ley de la vida.
Escuchó pasos a su espalda. Un hombre con camisa azul comenzaba a pasar la escoba delante de un pequeño kiosco que hasta minutos antes, estaba cerrado.
Al verlo le dirigió un saludo breve. Sin dudar, sacó el boleto una vez más y caminó hacia el hombre con la escoba.
- Buenos días ¿podría decirme si el tren de las seis suele pasar atrasado? - preguntó, estirando la mano con el boleto, para que el otro lo mirase.
La camisa azul dejó de moverse. La escoba se detuvo. El hombre que la portaba la apoyó contra la pared y tomó un cigarrillo que tenía sobre la oreja. Se lo puso en la boca sin encenderlo.
Tomó el boleto y lo observó un largo rato. Lo dobló en dos y lo devolvió. Luego agarró la escoba y se puso a barrer de nuevo.
- ¿Y? ¿Suele pasar atrasado?
El otro sonrió. Una sonrisa sin brillo, mecánica.
- Ese tren no pasa más, señor. Hace rato.
No podía ser. Tenía el boleto, lo tenía en la mano, delante de sus ojos.
- Pero... ¡si me lo han vendido! Mire la fecha, es el día de hoy.
- ¿A qué hoy se refiere? El suyo parece ser un hoy con cincuenta años de atraso.
- ¡Qué dice hombre, acá dice bien claro, la fecha de hoy y acá el año, 2015!
- Por eso le digo. Hace cincuenta años. Mire hacia arriba. Pero mire en serio. Vea la realidad, no lo que anhela ver.
El hombre de la camisa azul se alejó sin dejar de barrer, levantando a su paso una fina capa de tierra que quedó flotando durante largos minutos.
En el cielo, desde aquel andén, aquel viejo que otrora había sido niño - otra ley de la vida - observaba fascinado los canales de tráfico que se erigían como por arte de magia en la nada misma, flotando como si fuera lo más sencillo del mundo.
Se sintió más solo que nunca, tan insignificante como una hormiga. ¿En qué momento había sucedido todo? ¿Llevaba esperando dos horas o cincuenta años? En su mente, el tiempo era un remolino. La única certeza lo aterraba: El tren no estaba demorado, lo había dejado atrás hacía mucho tiempo.
Las hojas amarillentas estaban ahora por todas partes, como un presagio de eternidad.

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