El guardia de seguridad del supermercado de la vuelta de casa fabula historias truculentas. Es un pasatiempo que tiene mientras pasan las horas de su turno, allí parado al lado de la puerta de salida, observando entre las góndolas, vigilando que nadie cometa alguna fechoría, por más mínima que sea, como meterse un sobre de jugo Tang en el bolsillo del pantalón para pasarlo gratarola por la caja o tratar de ventajear a la cajera con el vuelto.
Por eso, se imagina a la viejita que entró empujando un carrito como una guerrillera encubierta, que tarde o temprano apartará su pollera a un lado y sacará de entre sus piernas una potente AK-47 rusa, sembrando el pánico en todo el comercio. Condición que no aplicará a él, que en lugar de entumecer sus músculos a causa del miedo, se arrojará con valentía al rescate de todos los clientes. Entonces, se ve rodando detrás de la torre de latas de arvejas en conservas, mientras las balas de la vieja hacen saltar los productos de las góndolas por el aire, y al llegar junto al exhibidor de café La Morenita, se visualiza sacando su arma, quitándole en un cerrar de ojos el seguro y luego, despachando a la vieja hija de puta con dos disparos certeros, uno al pecho, el otro a la cabeza.
- Adiós señora - le dice a la viejita, inclinando la cabeza, minutos más tarde. Y para todos vuelve a ser la viejita inofensiva que había entrado empujando el carrito. Para todos, menos para él.
Sin embargo, la atención ahora está centrada en un niño de siete años, que en rebeldía de sus padres, se ha alejado y camina por su cuenta por el pasillo central, entre la yerba de medio kilo y las cajitas de té en saquito. Pero en su mente, no está mirando a un chiquillo. Porque en realidad, es un agente infiltrado de la CIA, de los llamados "agentes enanos", cuerpo especializado en el sabotaje en colegios y museos.
El enano, que simula ser hijo de una pareja que discute sobre el queso a llevar, si cremoso o port salut, en la góndola de frío, está estudiando el perímetro. Sabe que si algo no lo convence, deberá abortar la misión. El guardia se mueve despacio, quiere evitar el contacto visual. Cualquier pequeño error en sus movimientos, disparará la alarma en el agente, cancelando el plan que tuviese entre manos. Se acerca lentamente, esperando el momento oportuno. Sabe que no puede apresarlo sin que haga nada, debe ser testigo de la amenaza. Por eso abre los ojos, aguarda paciente y cuando el niño intenta meterle el dedo a la tapa de aluminio del frasco de dulce de leche Ilolay que acaba de agarrar, el guardia se lo quita, lo mira con severidad y lo manda con sus padres, que ahora no se deciden si llevar paleta o jamón cocido. El niño se acerca corriendo y se aferra a la pierna del padre, pero no hablará. Como todo agente enano, está adiestrado para callar, para ocultar la información.
El guardia vuelve a su puesto. Es conciente que lo ha abandonado durante unos minutos. Cualquier peligro pudo haber cruzado la puerta. Lo sospecha, lo presiente. Tarda en darse cuenta, pero finalmente lo ve. Es un lobo enorme, de pelaje como la ceniza. Está seguro que no es un lobo común. Puede ver el contorno de sus garras, la forma de erguir el lomo. Aquello es un hombre lobo. Y está a punto de atacar el puesto de Paladini. El guardia apela entonces a lo aprendido en la academia, en el crudo frío de Usuhaia, con temperaturas bajo cero. Silba fuerte, introduciendo dos dedos en la boca y luego, con la voz que entrenara por horas, para que sus órdenes llegaran al centro de la corteza auditiva del cerebro, azuzó al monstruo al grito de "¡camine cucha!".
- Perro de mierda - le dijo a la pasada, arrastrando las R con la bronca empastada, y lo vio correr por el estacionamiento, con la cola entre las patas. Si, ese era él, así lo habían entrenado, para no fallar. El hombre lobo había escapado espantado. Difícilmente volvería por el lugar.
La tarde había pasado, su reemplazo estaba allí esperando para entrar en acción. Le guiñó el ojo, lo palmeó en la espalda y le dio un consejo, como hacía siempre: "Prestale atención a los lácteos, decile al pibe que repone que los que tienen colchón de fruta están por vencer".
Y a paso firme, abandonó el lugar. En ningún momento miró hacia atrás.
El cuarto cerrado.
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Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 6 días.
7 comentarios:
Felicitaciones. Muy bueno, cómo vencer la alienación que produce el trabajo. Quizás, la respuesta sea esa: la imaginación.
Saludos
Si no se convierte en escritor, alguien que sea su amigo podrá agradecerle que cuente sobre su trabajo. Eso de ponerle imaginación donde hay rutina, me parece bastante común.
Y...hay que pasarse 8 horas parado mirando lo que hacen los demás.
No es tan fácil como parece.
Saludos
J.
Jaja, digamos que le ponía onda, como parar el rato.
Abrazo, Netito.
SIL
FE DE E: para pasar el rato =)
Creo querido Neto que ese joven del Super, sos vos disfrazado de empleado.
Muy bueno y original.
mariarosa
¡Jajajaja! Me encantó.
Buenísimo, Netomancia.
Saludos...
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