El viaje en colectivo llevaba ya una hora. Por la ventanilla podía divisar las casas bajas, sucediéndose una tras otra. Las calles casi desiertas, el tráfico aún escaso y el cielo ganando color a medida que el sol se elevaba sobre el horizonte.
Los demás pasajeros dormitaban. Pero él no podía. Se obligaba a cerrar los ojos, pero los párpados no resistían ser guardianes de la oscuridad. Se abrían al día que nacía, detrás de las construcciones.
Cada tanto el camino le mostraba algún signo esperanzador: Un vagabundo revisando la basura, un grupo de perros peleando entre sí, una bicicleta abandonada a la espera de su dueño...
Los vehículos que veía en las calles disminuían su velocidad al cruzarse con el omníbus, midiendo las distancias, poniendo un buen trecho entre uno y otro.
Llevó su mano a la cadera y palpó el arma. Fría, como la noche invernal. Apoyó la cabeza contra el vidrio. En algunas casas, en algunas ventanas, se podía notar el movimiento de las cortinas al ser desplazadas fugazmente para ver el paso del convoy.
Eran indicios, pequeñas muestras de que el mundo aún seguía vivo a pesar que ya no lo parecía. Sintió lástima por otros vagabundos que compartían sus penas bajo los primeros rayos del sol. Dudaba que llegaran a sobrevivir más de un mes. Al menos así, en contacto con el aire.
Aún faltaba para el puesto de vigilancia de su unidad. Al menos cuatro kilómetros más. La estética urbana seguía su ritmo inequívoco, repitiéndose cuadra a cuadra, como si fuese un mal sueño. Quizá era esa imagen nefasta la que lo mantenía despierto, temeroso de caer en las fauces del sueño.
Solo cuando el vehículo se detuvo, veinte minutos más tarde, buscó en su bolso la máscara y el traje para evitar la contaminación. El resto de sus compañeros había despertado y preparaban el descenso. Las calles seguían desiertas. Los pocos que se atrevían a salir, terminaban a la larga decorando apestosamente la ciudad.
Bajó y fue hasta el camión que había estacionado unos metros más atrás. Buscó su carretilla y emprendió hacia el norte, por la calle transversal. El área consignada era de un kilómetro a la redonda. Sabía que en ese espacio podía al menos cargar cien veces esa carretilla. Sería un día largo. Y espantoso. Como todos desde hacía un año. Desde aquello que no quería recordar.
Recogió cuatro cuerpos y aunque había lugar como para uno más, volvió hasta la base, para arrojarlos al incinerador móvil. Uno de los rostros abrió los ojos e intentó balbucear una frase errante. Odiaba que eso sucediese. Pero era inevitable. El sufrimiento no era la muerte, sino la lentitud con la que llegaba. Le hizo un favor. Sacó su arma y le disparó al corazón.
Luego siguió empujando la carretilla. El destino estaba dos calles por delante.
Para amantes y ladrones
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*Clave de lectura:* La escritura como cristal, transparente y oscuro, de
la vida.
*Valoración:* Me gusta mucho ✮✮✮✮✩
*Música recomendada:** La Creación (Vo...
Hace 7 horas.
3 comentarios:
Una moderna y futurista versión del Apocalypsis, Netito.
Un futuro que nos inquieta más por posible que por terrible.
Abrazo.
SIL
Tremendo.
Me dejaste sin palabras. Una historia digna del mejor Stephen King.
Saludos!
J.
Post-apocalipsis del mejor.
Me encantó, Netomancia; tu habilidad en el manejo del suspenso es notable: uno no sabe hacia dónde nos dirigen tus letras al inicio del relato, y cuando las dudas empiezan a resolverse, te quedás con la boca abierta.
Genial, che.
¡Saludos!
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