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29 de marzo de 2013

Maldición

El pecho de su hija subía y bajaba, en forma rítmica y constante. La respiración se escuchaba cada vez más comprometida. Afuera la tormenta azotaba ferozmente, golpeando ventanas y puertas con un viento implacable y obstinado.
Raquel volvió a asomarse. Los relámpagos surcaban el cielo y el agua caía vertiginosamente, sin dar tregua alguna. Estaba nerviosa, demasiado quizá. Temía que la pequeña Aldana se asustara aún más. Pero los minutos transcurrían y Enrique no volvía.
- Papá ya viene querida, tranquila, no te agites.
Quería calmarla, hacerla sentir segura. Pero se delataba en sus miradas furtivas a la ventana, en el sudor de su cuerpo.
Alexis y Martín estaban arriba, en la habitación de ellos. Les había pedido que subieran, que se encerraran en su cuarto. Apenas si tenían dos y tres años. Rogaba en silencio que no bajaran, que permanecieran en el piso superior. Estuvo a punto de llamarlos, para que buscaran el teléfono y llamaran a su padre. Se detuvo a tiempo.
Creyó escuchar el sonido de un motor, amortiguado por el temporal. Luego fueron pasos y finalmente la llave en la cerradura. La puerta se abrió con violencia, pero solo penetró el viento, salvaje y furioso, arrojando agua al interior y derribando las revistas que descansaban sobre una mesa. Se había puesto de pie, más asustada de lo que estaba. Entonces Enrique cruzó el umbral.
- Raquel, no hay tiempo. Debemos irnos - urgió desde donde estaba.
Ella no supo que hacer.
- ¿Y la niña? ¿Los chicos?
- Ya es tarde. Si la llevo al hospital, no hay escapatoria para vos. Ahora obstaculicé la ruta del lado del pueblo, tenemos la oportunidad de escapar hacia el oeste.
- Pero...
- ¡Nada Raquel! Nos vamos. No quiero que esto comience otra vez. Pensé que todo había cambiado, pero el doctor estaba equivocado. Es lo mismo que hace quince años Raquel, es lo mismo. Pero entonces no se salvó ninguno. Si te vuelven a atrapar, la locura dejará de ser excusa.
 - ¿Y los chicos? ¿Qué será de ellos?
- No importa, siempre estarán mejor lejos de vos.
Raquel se largó a llorar.
- No es mi culpa Enrique, es algo más fuerte que yo. No es mi culpa - decía entre sollozos, mientras se aferraba al cuello de su marido.
- Ya lo sé, chiquita, ya lo sé.
Aldana exhaló por última vez y dejó de respirar.
- Vámonos, no mires a la niña. Vámonos - pidió Enrique, consternado aún al ver el cuerpo de su hija atravesado por un enorme cuchillo de cocina - Vámonos Raquel, antes que llegue la policía.
- ¿Algún día va a terminar? - el llanto se mezcló con la tormenta, lo mismo que la respuesta de su marido.
- Por lo visto las maldiciones nunca terminan mi amor, nunca.

2 comentarios:

SIL dijo...

Esa mujer debiera estar encerrada, quizás...?


Terrible, Netito.


Abrazo grande,

SIL

Con tinta violeta dijo...

Mejor que se entregue...¡pobre criatura!
Abrazos!!!