Amalia estaba loca. No era un adjetivo despectivo que le imponían los conocidos a sus espaldas, sino que era la triste realidad. Pero al no tener familiares que se encargaran de ella, estaba sola y paseaba su carácter por todas partes.
Manuel, el verdulero, esperó pacientemente que terminara de chillarle.
- Amalia, ¿entonces, quiere o no los zapallitos?
- ¿Me está cargando? ¡Es un robo! ¡Lo voy a denunciar en Defensa del Consumidor!
- Ya me denunció la semana pasada, porque las manzanas estaban arenosas.
- ¡Y lo voy a denunciar otra vez! Ya va a ver usted, conmigo nadie se mete.
La mujer salió presurosa, revoleando el bolso de las compras, en el que ya había puesto un kilo de tomates y dos plantas de lechuga. No pagó por ninguna de los productos.
- ¡Amalia, a usted la voy a denunciar por ladrona! - le gritó en vano el verdulero, viéndola alejarse velozmente por la vereda.
Los más de cincuenta años no parecían pesarle, al menos para atravesar el barrio con un bolso y a buen paso. Se detuvo frente al consultorio del doctor Giordano. No tenía turno, pero entró de todas maneras.
- Quiero que me atienda el médico -dijo en voz alta.
La secretaria levantó la mirada de unos papeles que estaba completando y con pesar le informó que todos los turnos estaban ocupados.
- Puedo hacerle un lugar para el viernes - le informó.
- ¡No! ¡Quiero que me atienda ahora! ¡Me acaba de atropellar un auto!
- ¿Otra vez? La semana pasada le ocurrió lo mismo.
- Mentira, ahora me acaba de suceder. ¡Me puedo llegar a morir! ¡Qué me atienda!
- Mire Amalia, le hago un lugar para el viernes.
- Claro, una se está muriendo y... ¡abandono de persona! ¡Les voy a hacer denuncia por abandono de persona en PAMI!
- Ya nos denunció la semana pasada, le dijo a PAMI que el doctor había viajado a Nueva Zelanda y que no había puesto reemplazante.
- Y si se va a Nueva Zelanda y no me atiendo, claro que voy a denunciarlo.
- Nadie se fue a Nueva Zelanda.
- El doctor se fue.
- El doctor no salió ni siquiera de la ciudad. Usted lo inventó para hacer una denuncia.
- ¿Me llamás mentirosa? Ya mismo voy hasta PAMI, ya mismo...
Se estaba yendo, pero pegó la vuelta.
- Antes haceme estas recetas, que me quedé sin remedios.
- No Amalia, estos medicamentos se los agrega usted. Ya tiene el ansiolítico que le receta el médico, no puede sumarse otros.
- ¡Tampoco los remedios! ¡La denuncia que les voy a hacer, la denuncia...!
La mujer se retiró golpeando la puerta con fuerza.
- ¡Odio a la gente! ¡La odio! ¿No ven que estoy mal? ¿No lo ven?
Hablaba sola, agitando los brazos, gesticulando con cada palabra. La gente la observaba a la pasada compartiendo un mismo pensamiento.
Amelia llegó a una esquina y sintió que el mundo le daba vueltas. Una parejita que pasaba cerca corrió a socorrerla. Lograron atajarla cuando caía desplomada.
A los pocos minutos una ambulancia la llevó a un hospital. En ningún momento perdió la conciencia, pero se mantuvo en silencio. Los médicos la atendieron sin encontrar ninguna anomalía. Al llegar al hospital, la trasladaron a una sala de guardia.
- Señora, usted ya está bien. Seguramente fue un golpe de calor, que le bajó la presión, pero ahora ya puede irse.
- ¿Irme? Me acabo de desmayar en plena calle.
- Los chicos que la encontraron no nos dijeron que fuera un desmayo, más bien, que la vieron a punto de caerse y...
- ¿Le va a creer a esos mocosos? ¡A mí me tiene que creer! Si le digo que me desmayé, eso es lo que pasó.
- Cómo usted diga, pero le repito, está bien. Le estoy dando el alta.
- ¡Me está echando del hospital, eso es lo que está haciendo! ¡Los voy a denunciar en la Superintendencia de Salud, por irresponsables!
El médico se puso de pie y se marchó. Una enfermera le informó que había pacientes aguardando ser atendidos en la sala de espera y necesitaban el lugar.
- ¡Es una vergüenza! - dijo y luego abandonó el hospital.
Amelia estaba en la calle, verdaderamente desorientada. Paró un taxi y le dio una dirección.
- ¡Pero no me pasee por la ciudad!
Al taxista la advertencia no le gustó ni medio. Detuvo el coche a media cuadra y la invitó a bajarse, de mal modo.
- No pienso bajarme.
- Bájese, o la llevo, pero a la policía.
- Está bien, me parece perfecto. Vayamos a la policía y veremos quién denuncia a quién.
- Señora, a usted no le llega el agua al tanque.
- Y usted es un maleducado.
- Bájese.
- No quiero.
- Entonces me bajo yo.
- Haga lo que quiera.
El taxista apagó el motor, sacó la llave y salió del vehiculo. La mujer, sorprendida, lo vio cruzar la calle y meterse en un bar.
Sola, sintiendo el agobio dentro del auto, probó la puerta y estaba abierta. Supuso que el hombre esperaría tomando algo hasta que ella se cansara y se dignara a irse.
- ¡No me voy a ir nada!
La tarde comenzó a caer y el taxista no salía del bar. Amelia estaba inquieta. Unos golpes en la ventanilla la sobresaltaron. Un inspector municipal la observaba del otro lado del vidrio.
- ¡No es mi coche, estoy esperando al conductor!
- Señora, escúcheme.
Amelia bajó la ventanilla.
- Ni se atreva a ponerme una multa.
- Señora, cálmese por favor.
- ¡No quiero, ha sido un día muy difícil!
- Señora, ya lo sabemos. Nos ha hecho el día difícil a todos. ¿Quiere apagar la luz y dormir de una buena vez?
- ¿La luz? Pero dónde cree que estamos, no ve que estoy esperando a que el taxista salga de aquel bar.
- Doña Amalia, lleva gritando y hablando sola desde hace cinco horas. Las demás mujeres quieren dormir. Lo único que va a lograr es una dosis más fuerte de calmantes y no salir al patio mañana. ¿Quiere eso?
- Solo quiero que me lleven a mi casa.
- Está en su casa, usted vive aquí señora.
- ¿En un taxi? ¿Usted está loco?
- Señora...
- Déjeme a mi González - la voz vino desde las espaldas del hombre. Una mujer corpulenta apareció con una jeringa en la mano.
- ¡Aleje eso de mi! ¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Me quieren raptar!
Los gritos de Amelia inundaron las demás habitaciones, pero afortunadamente para las demás reclusas del siquiátrico, fueron los últimos de la noche. A su manera, cada una podría descansar. Amelia, por su parte, se sumió en un sueño sin imágenes, oscuro, quieto. Mucho mejor, demasiado tendría al despertar.
La Gardenia.
-
Nunca había tenido en mis manos una flor de Gardenia, ni imagine que esa
simple flor me llevaría por caminos filosóficos en los que nunca había
tr...
Hace 2 horas.
2 comentarios:
La locura, ese despiadado laberinto...
Otro abrazo, Neto.
SIL
Triste relato, dura realidad...
Genial, Netomancia, como siempre.
Saludos.
Publicar un comentario