Lo tenía acorralado contra el suelo. La suela de su zapato derecho retenía con fuerza el cuello del hombre sobre las frías baldosas. A su espalda Juan Carlos le gritaba con furia que le disparase. Los ojos de su víctima parecían fuera de órbita; grandes y con un punto marrón en el centro, imploraban el perdón o la muerte, aunque le resultaba difícil acertar la respuesta. Podía ver como apretaba los dientes, soltando de vez en cuando un bufido, no sin un gran esfuerzo de por medio. Del labio inferior caía un hilo de sangre, producto del golpe que le había propinado un instante antes. Por la posición, no podía observar la oreja izquierda, pero sabía que estaba bañada en sangre, porque ahí le había dado con el caño de acero. El rostro, de todas maneras, era un lienzo sobre el cuál había desparramado su paleta de morados. Había rastro de golpes en todas partes. Estaba orgulloso de aquello. Era una obra de arte, una obra maestra. Y el hombre sufría. Lo notaba en cada agitación que sentía debajo del peso de su pierna, de los estertores previos a la muerte. Pero a su espalda Juan Carlos seguía profiriendo gritos. Le repetía que lo matara. Que no perdiera el tiempo. Basta Juan Carlos, basta, se dijo mentalmente. Pero Juan Carlos prosiguió con su perorata.
Evaristo desvió su arma hacia el cielorraso y disparó dos veces. Tras los estruendos un pedazo de mampostería aterrizó en el suelo, haciendo más ruido y levantando polvillo. De inmediato dirigió el cañón del revólver otra vez sobre el rostro del hombre que esperaba morir bajo la suela de su zapato derecho.
Juan Carlos ya no volvió a gritar. Quedó petrificado en su lugar, observando el techo, al que ahora le faltaba un pedazo y a cambio, tenía dos marcas perfectas de los disparos hechos por su compañero.
El polvillo terminó entregándose al aire, rindiéndose ante el silencio que perturbó la habitación.
- ¡Qué fue eso, carajo! – exclamó luego de un minuto Juan Carlos, que se había animado a moverse de dónde estaba quieto.
Evaristo no contestó. Miraba a los ojos a su víctima, con una sonrisa en los labios. Juan Carlos no supo si había hecho oídos sordos a sus palabras o simplemente no lo había escuchado. Se acercó hasta su compañero y le sujetó el hombro. Fue un error.
Sin sacar el pie del cuello de la persona en el piso, Evaristo tomó la mano de Juan Carlos y la dobló hacia delante, torciéndola en el movimiento. Éste aulló de dolor. Aquello provocó más a Evaristo, que sin inmutarse atrajo el cuerpo del otro hacia el suyo y le aplicó, con la pierna libre, un artero rodillazo en el rostro.
Un relámpago de sangre saltó en el aire, como si hubiese explotado una arteria. La nariz de Juan Carlos parecía partida al medio, lo que pudo comprobar tras caer al suelo y llevarse las manos hacia la cara, atribulado por el dolor.
- Pero… - el dolor apagó el resto de las palabras, estaba sorprendido, no se había esperado la reacción de Evaristo, ni siquiera los disparos previos y sentía en ese momento que su nariz se había partido de mil pedazos.
- Otra palabra y te mato primero a vos – rugió Evaristo, que sin embargo no parecía alterado. Al contrario, sus ojos mostraban un brillo inusual y la sonrisa se le torcía en una mueca extraña. Pero nada de eso podía ver Juan Carlos, que luchaba por evitar que le siguiera perdiendo sangre, llevándose las manos a la herida.
Pero el hombre que estaba en el suelo, que apenas podía respirar, debido al peso del pie en su cuello, si podía apreciarlo. Estaba aterrado. Sabía que iba a morir. Era una certeza. Aquel sujeto no lo perdonaría. Era capaz de matar incluso al que había llegado con él. Lo acababa de demostrar. Hubiese tragado saliva de haber podido. Ya se había cagado y orinado encima. Se aguantaba las ganas de vomitar con un esfuerzo mayor, porque temía asfixiarse.
Y a pesar de estar en el momento cúlmine de su vida, no le importaba más que conocer la razón, el motivo, la causa de ese desenlace. Poco podía aventurar, por un lado, porque no podía razonar demasiado debido al estado de pánico que se había apoderado de su mente, y por el otro, porque creía no estar involucrado en nada que pudiese catalogarse como “malo”.
El par de ojos brilloso y decidido de su verdugo lo miraba con una sentencia incrustada en el centro. Todo estaba dicho. Al menos, por esa mirada. Sería asfixia o un tiro en la frente. Lo primero estaba a punto de producirse si la presión del pie no aflojaba y lo segundo, por como apuntaba el hombre, sería casi de inmediato. Sin embargo, aún el “por qué” flotaba en su cabeza, como una molesta mosca sobre un cadáver putrefacto.
Escuchó el click del revólver, que quitaba el seguro. Bajó los párpados por primera vez. La valentía también tenía sus límites. En la oscuridad pensó en su gente. En sus padres, en sus hermanos, mientras otra línea mental repetía de fondo en voz baja “ahora viene el disparo, ahora viene”.
Se preparó para el momento. La presión sobre su cuello lo estaba dejando sin aire. La tensión tensaba cada músculo de su cuerpo.
El estruendo fue un mazazo en sus oídos.
El siguiente sonido que escuchó fue el del metal contra las baldosas. Supo lo que era. El revólver golpeando primero y rebotando después. La presión cedió en su cuello y el cuerpo de su verdugo se desplomó hacia un costado.
Inspiró agitadamente, llenando sus pulmones. Recién luego, abrió los ojos.
El otro sujeto estaba de pie, con una mano presionando sobre la nariz, y con la otra, sosteniendo una pistola. El rostro se veía cubierto de sangre y podía notar por sus gestos que se encontraba muy dolorido.
Cruzaron las miradas y por un momento imaginó que el hombre de la pistola completaría la tarea que su compañero, al que había ejecutado fríamente, no pudo terminar. Pero éste dio medio vuelta y se alejó en dirección opuesta.
Frágil y descompuesto, al borde de la histeria y el llanto, el hombre que a punto estuvo de morir, irguió su cuerpo y con la poca voz que su garganta afectada por el pie de su casi verdugo, le gritó a quién antes pedía por acelerar su muerte:
- ¿¿¿Por qué???
El sujeto, que ya había guardado el arma entre sus ropas teñidas de sangre, miró por encima del hombro. Aún apretaba con fuerza una mano sobre la nariz. Se detuvo tan solo un instante, lo suficiente como para pronunciar unas pocas palabras.
- ¿Por qué, qué? ¿Qué quisiéramos matarte? ¿Qué él me haya golpeado? ¿Que yo lo haya matado? ¿O que vos estés aún vivo? Un consejo, mejor atenerse a lo sucedido y no a los interrogantes.
Lo perdió de vista, devorado por la distancia. Entonces percibió el hedor inconfundible del orín en sus pantalones y de la mierda en sus calzoncillos. Recién ahí ladeó la cabeza y vomitó todo lo que pudo. Estuvo con arcadas un minuto más. Cuando se puso de pie, tambaleante, no supo si preocuparse por lo sucedido o por los interrogantes. Lo único que quería era salir corriendo de allí y dejar atrás el cadáver del verdugo que ahora yacía silencioso a sus pies, sin ojos brillantes ni sonrisa extraña, tan solo con el semblante triste y oscuro de la muerte.
Y eso mismo fue lo que hizo.
El cuarto cerrado.
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Hace 6 días.
6 comentarios:
Violencia a raudales descripta con la sutileza y la perfección de un cirujano.
Te felicito, Netomancia, me encantó.
Un abrazo.
¿Por qué?
Cuántas muertes tienen la misma pregunta...
Una descripción de pelicular, cada detalle, cada gesto, es todo un momento de terror, el terror del no saber Por qué... y ve la muerte de frente.
Buena semana.
mariarosa
Mejor atenerse a lo sucedido y no a los interrogantes.
Como la vida misma, como la muerte... Netito-
Abrazo grande.
SIL
Un cuento de intensidad y brillante final abierto. Muy bien logradas las imágenes y sensaciones. Quizá mi única incomodidad sea que por mas esfuerzos, no logro imaginar al de la nariz fracturada pronunciando un parlamento taaan largo. Si fuera yo le lanzaría al preguntón la mirada de no fastidies y me largaba de ahí. saludos!
Ya sólo la frase del lienzo y la paleta de morados es un hallazgo, así que puesta en compañía de todo el relato... Otra muesca en la culata del revólver del maestro.
Neto, vuelvo por aquí después de tanto tiempo sin visitar. El cuento ha estado genial. "...el cadáver del verdugo", me gusta esta especie de oxímoron. El cuento nos muestra que la muerte no deja de ser la duda más grande, aquello que el hombre jamás ha podido resolver. Saludos.
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