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11 de julio de 2012

Llamando

En la oficina de al lado suena el teléfono interminablemente. Matías sabe que todos se han ido y que esa persona, del otro lado de la línea, llama en vano, perdiendo el tiempo. ¿Pero acaso es él responsable de aquella llamada? Está seguro que no. Lo deja sonar, a pesar que el sonido lo aturde, lo distrae.
Amaga dos veces con levantarse e ir hasta la oficina, levantar el tubo, gritarle al oído a la persona que llama que deje de hacerlo, que si acaso es idiota que no comprende que nadie le va a contestar, para luego estrellar el auricular en su lugar, cargado de furia. Pero solo amaga, no se levanta, no camina esos cinco metros hasta la oficina contigua.
¿Y si lo que quieren comunicar es importante? ¿O si acaso, lo que quieren decirle a su compañero de trabajo es urgente? Ahora que lo piensa, no sabe quién ocupa ese puesto. No recuerda la fisonomía de la persona que entra por la puerta blanca que ahora observa como si fuera la primera vez. Incluso, no sabe si es hombre o mujer.
Es que ha estado tan absorto en sus tareas diarias que apenas si levanta la cabeza. Ahora mismo, hace media hora que todos se han ido, pero el permanece estoico en su silla completando planillas y haciendo cálculos para determinar si las finanzas de la empresa están al día o no.
Y aunque no es dueño, ni socio, ni siquiera jefe, tan solo empleado, sabe que su responsabilidad es para con su trabajo. Por ese motivo está aún en el edificio, escuchando un teléfono que no cesa de sonar. El sonido es una estaca clavada en su mente. Confunde las cifras, se olvida anotaciones mentales, se detiene antes de ingresar en el teclado los números que tiene anotados en un formulario que sostiene con su mano.
Se impone levantarse, ir hasta la oficina y descolgar el teléfono. Pero de inmediato desiste y enfoca sus pensamientos en su trabajo. Entonces, el teléfono deja de sonar. Y ya no vuelve a hacerlo. Su primera reacción es respirar hondo, celebrar internamente.
Cinco minutos después ya no puede seguir trabajando. En su mente repercute una idea: aquella llamada era vital, necesaria. El sonido, ahora imaginario, se instala de nuevo en su cabeza, y su imaginación, tan acostumbrada a los números, ahora proyecta una sola imagen: la suya, sosteniendo desesperado un teléfono, llamando sin suerte, pidiendo auxilio con desesperación.
Pero nadie lo atiende. No hay nadie del otro lado.
O si.

6 comentarios:

Camilo dijo...

Me gusta la figura del teléfono, esa mano que ayuda, que quiere sacar de la vida que no debe ser, pero que el hombre se niega a recibir.

Aina Rotger Vives dijo...

Matías necesita unas vacaciones, está estresado. Si esa persona tan necesitada, la del otro lado del teléfono, es capaz de llamar dos veces a un mismo número...también será capaz de marcar otro.

Me ha gustado, sin embargo, la tensión y me ha angustiado, ya no el que llama, sino el propio Matías, incapaz de concentrarse por culpa de ese maldito timbre.

Debió optar por levantarse y desahogarse a base de insultos.

mariarosa dijo...

Mmmm.... que juego nos hace a veces la imaginación... ¿quién sería o era él solo que escuchaba...?

Muy bueno.

mariarosa

Con tinta violeta dijo...

Está fantástico Neto. Al leerlo te sientes angustiado.
Siempre es bueno generar sensaciones en los lectores!
Besos!

SIL dijo...

No puedo superar el comentario de Camilo, y lo suscribo.

Buenísimo, relato y coment.


Abrazo grande



SIL

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

Muy bueno, Netomancia.
Navegar tus letras en "Llamando", es como estar viviendo la trama ahí mismo, en la oficina, flotando entre Matías y el teléfono que no para de sonar.
Te felicito.
¡Saludos!