A lo largo de la semana apenas si presta atención a la caña de pescar que descansa apoyada sobre la pared más lejana de su habitación, aquella que el sol ilumina tibiamente por la mañana, para luego quedar sumida en la oscuridad durante el resto del día.
Pero llega el sábado y muy temprano, tras sonar el despertador, se levanta, busca la caña y se va al patio, semidesnudo, a buscar lombrices para usar como carnada. Con las manos escarba en la tierra húmeda hasta dar con sus presas, que intentan escabullirse pero sin éxito.
Recién luego de conseguir más de media docena y colocarlas en una bolsa de nylon, se vuelve a meter en la casa, siempre con la caña de compañía. Se cambia, alistándose con la ropa adecuada para la hora, con las botas amarillas que le llegan muy por debajo de la rodilla y el sombrero de pescador, con anzuelos enganchados en la tela.
Por la ventana una densa capa de neblina impide ver con claridad el otro lado de la calle. La mañana será húmeda, piensa. Antes de salir se busca un piloto, también de color amarillo, por las dudas que se pusiera a llover.
Arroja la caja de anzuelos en el asiento trasero del coche, junto a la carnada y una mochila con el almuerzo, que ya tenía preparada desde la noche anterior. La caña, en cambio, la coloca con cuidado al lado suyo, en el asiento del acompañante.
- Vamos de pesca, flaca - le dice a la caña, mientras pone en marcha el motor. Las luces se encienden y un haz amarillento se incrusta en la neblina, sin lograr atravesarla. Solo cuando el auto se pone en movimiento, la neblina cede terreno a su paso.
Bordea la costanera, desierta a esa hora del sábado. Algunos pescadores preparan sus embarcaciones para salir río adentro y perderse entre las islas. Pero son pocos. La jornada no acompaña. El, sin embargo, prefiere el viejo muelle.
Recorre hasta allí casi doscientos metros, porque no tiene un lugar más cercano con reparo para dejar el coche. Hay cierta complicidad en el aire, con la brisa fresca erizándole la piel y la neblina comenzando a disiparse, dejando a la vista el verde de los árboles distantes, en la orilla opuesta del río. Puede conversar en silencio con el paisaje. Es un diálogo que disfruta y anhela.
Prepara entonces la caña, encarna una lombriz en el anzuelo y cuida que la línea esté sana. Luego, con entusiasmo, elige el lugar donde lanzar el armamento. Segundos después ve la pequeña boya roja y blanca flotar en el agua. Se mueve de un lado a otro, en ese arrumaco tan propio del río.
Mientras sostiene la caña con una mano, con la otra hurga en la mochila en busca del termo con el café. Se sirve una taza, y la apura saboreándola, acompañándola con medialunas cortadas en dos, con rebanadas de queso y jamón en el medio.
Así transcurre una hora, entre desayuno y pesca. No hay pique, tampoco lo espera. Es solo una excusa. Aprecia la sensación de libertad, el aire de la mañana penetrando los pulmones, los minutos que faltan para que su amigo llegue.
Poco queda de la neblina que lo había acompañado en todo el trayecto hasta el río. El cielo, en cambio, no perturba su consistencia gris y anodina. La brisa se ha hecho más fuerte y mueve los árboles que vislumbra a la distancia. Es una buena mañana. El lugar está prácticamente desierto, apenas unos pescadores se atreven pero a una distancia prudente, la suficiente como para sentirse seguro.
Escucha el sonido de un vehículo que se acerca. Va deteniendo su marcha. Puede sentir como las gomas frenan lentamente sobre el empedrado. No se voltea, permanece con la mirada al río, puesta donde la boya roja y blanca es símbolo de temblorosa vigía. Una puerta se abre y se cierra. Pasos. Su amigo acaba de llegar.
- Pensar que ayer había un sol de la puta madre y mirá ahora... - dice el recién llegado.
- Es un día como todos, con un poco más de melancolía - acota él, mientras cambia de mano la caña para saludar a su amigo.
Estrechan un apretón de mano. Se conocen hace tiempo. Prescinden de las palabras que están de más. Van al grano, valorando el tiempo, evitando los preámbulos.
- ¿Que me trajiste, algo bueno? - pregunta sin quitar los ojos de la boya, que segundos antes le había parecido, se había hundido una fracción de segundos.
Su amigo sonríe.
- No necesitás ir a la combi para comprobarlo, sabés que siempre es mercadería buena la que te traigo.
- Bueno... en realidad si necesito ir, justamente, para comprobarlo - le dice al tiempo que estallan ambos en carcajadas.
- Acá tenés las llaves. Está atrás. Ya está domesticada.
- Sosteneme la caña y estate atento, que creo que hay uno o dos a punto de picar. Decime, ¿de la villa?
- Quedate tranquilo, que no hay pescado que se me resista. Si, de la villa, podemos llevarla cuando se nos antoje, la vieja quedó conforme con la guita. Doce años, una delicia.
- Pez.
- ¿Cómo?
- Que aún son peces. Si pescás alguno, ahí vas a poder decirle pescado.
- Bueno, bueno, menos corrige Dios... dale, andá, y tratá de no hacer mucho ruido.
Se aleja, llaves en mano. Se vuelve a los pocos pasos y pregunta:
- ¿Sabés el nombre?
- ¿El nombre? - se asombra su amigo - ¿Desde cuando querés saber el nombre? Ni idea Cacho, no tengo la menor idea.
Tras un gesto de "no importa" retoma el trayecto. Siente el aire puro, la tranquilidad que precede a la tormenta. La suya, la que lo transforma. Esa perversión escondida en lo más oscuro de su ser, ese deseo sucio y vil que lo lleva a abrir la puerta de la combi y mirarla con ojos desorbitados.
- Vine de pesca, flaca - le dice y luego cierra la puerta.
Y entonces, reina la oscuridad.
El cuarto cerrado.
-
Me molestaba tanto secreto. Mi trabajo como gobernanta de esa enorme casa
desgastaba mis nervios, debía luchar con la cocinera, la planchadora y las ...
Hace 6 días.
4 comentarios:
Una descripción perfecta de una situación que, aunque parezca extraña, es aterradoramente cotidiana.
Hoy hasta es común escuchar parabólicas referencias a que tal o cual profesional o empresario van de pesca seguido.
Abrazo, Neto!!
Y parecía un pescador tranquilo y buena persona . Resulto un hijo de mala madre.
mariarosa
Terrible...
Buenísimo el juego previo de palabras para despistarnos.
=O
Otro abrazo.
SIL
Dramático...
Coincido con SIL sobre el juego previo de palabras. Creaste una atmósfera tranquila, ideal, describiendo un perfecto día de pesca que se avecinaba, y después el giro de la historia se da sin preámbulos, sin aviso, y eso sacude al lector para bien, adentrándolo en algo sumamente oscuro.
Felicitaciones, Netomancia, excelente.
¡Saludos!
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