En el mundo del delito lo principal es estar a la moda. Cuando comenzó, de purrete, eran las bicicletas, cosa fácil, de prestar atención, observar dónde alguien dejaba una bicicleta sin el candado puesto, correr, montarse y salir pedaleando.
Luego vinieron los pasacassete. Lo complicado era apiolarse de la alarma, una vez hecho eso, ganzúa y a otra cosa. Se hizo buena reputación entre los suyos en aquella época, lo que le valió el apodo.
No le fue muy bien cuando los secuestros express. Había que arreglar con la policía y muy bien no se llevaba. Le ofrecieron algunos milicos integrar unas dos o tres bandas, pero se resistió. Tanto le insistió un primo, que finalmente se unió a una, sin embargo en el primer secuestro las cosas le salieron mal. Perdió un cuchillo con sus huellas y en la huída chocó con la moto a una vieja que cruzaba la calle. Estuvo tres meses escondido en una villa en las afueras, para que no lo metieran a la sombra.
En ese tiempo pudo pensar con tranquilidad. Podía meterse con la venta de drogas o dedicarse a lo que mejor le salía, que era el robo. Cuando anduvo de nuevo en las calles le ofrecieron vender paco, pero dio un no rotundo como respuesta. Lo suyo era lo ajeno.
Se armó una banda, algo improvisada al principio, pero que a medida que sumaban atracos, fue ganando en confianza y experiencia. Y siempre, atento al mercado laboral. Por ejemplo, el boom de los cybers. Asaltaron alrededor de cincuenta en cuatro meses. Un dineral. Pero luego decayó el interés de los adolescentes en esos lugares y dejó de ser redituable.
Entonces fueron los sitios de pagos de impuestos. Mucho dinero, poca seguridad. Unos treinta lugares en tres meses. Hasta que empezaron a colocar guardias, reforzar las puertas, atender a través de ventanillas protegidas y pasó a ser un trabajo de alto riesgo.
Apuntó a partir de aquella época a los supermercados chinos. Había uno cada cinco cuadras, era cuestión de elegir la ruta. Los sitios eran accesibles, las cantidades de dinero no muy grandes, pero seguras. Esos robos eran pan comido. Sin embargo la mafia china hizo correr el rumor de que se tomarían represalias. Y era mejor no meterse con esa gente. Muy sucios, peligrosos, sin escrúpulos.
¿Qué podía ofrecer estabilidad? ¿Qué no pasara de moda? Ganzúa Rivero supo la respuesta. Los bancos. Allí siempre había dinero y la seguridad una cortina de humo. Podían vanagloriarse de ser seguros pero uno siempre leía noticias de robos a bancos.
La banda estaba de acuerdo con eso, pero no querían arriesgarse a asaltarlos en horario comercial. Primero, porque los guardias estaban armadas y además la policía hacía adicionales vigilando las entradas. Y si el robo salía bien, había muchas cámaras de seguridad instaladas dentro y afuera, que podían escracharlos.
Ganzúa estaba de acuerdo. Propuso otra cosa. Robar a través de boquetes, haciendo un trabajo de hormiga, planificado, paciente, que no dejara margen para el error.
Practicaron en el barrio. De esa forma le robaron quince kilos de costillas y matambre a la carnicería de los Gómez. El éxito de aquella faena fue determinante. En medio del asado que hicieron con la carne robada, decidieron preparar el primer robo de la banda a una entidad bancaria.
Acordaron no trabajar en la zona, así que se trasladaron para estudiar el panorama a la ciudad vecina. En un primer repaso, anotaron tres bancos. Luego descartaron uno, porque el boquete tendría que hacerse desde una iglesia y la idea no tenía consenso.
Entre las dos alternativas que quedaron, optaron por un Banco Nación. La idea era entrar por el ala este, desde una casa de familia que estaba en alquiler. Claro que primero debían conocer los planos, para saber donde estaba la bóveda. Podía ser un boquete de recorrido corto o uno largo.
Los siguientes dos meses lo ocuparon con la logística. Consiguieron los planos, gracias a un conocido de un conocido de un tío de un primo del vecino de la novia de uno de los chicos de la banda que trabajaba en la oficina de catastro de la municipalidad.
La bóveda quedaba a unos veinte metros de la pared más cercana de la vivienda que habían alquilado. El pozo lo hicieron en el lavadero. Tapaban el hueco con el lavarropas automático. Descendía unos cinco metros y luego avanzaba recto por debajo del banco, hasta situarse bajo el punto de acceso.
Los dos meses de arduo trabajo se vieron compensados con el momento de tocar los cimientos del sitio que según los planos, debía ser la bóveda. El tema era ahora ¿cuándo?.
Suponían que las alarmas no se activarían, a menos que tuviesen un sistema de detección de movimiento dentro del lugar. Lo dudaban, porque la sucursal no era muy grande. Pero debían arriesgarse a ingresar en una fecha que pudiera haber efectivo. Una vez hecho el agujero, ya no había vuelta atrás.
Calcularon entonces el día que vencían los impuestos. Estuvieron todos de acuerdo. Además en esos días cobraban docentes y jubilados. Plata habría seguro. Aguardaron a la noche. Se colocaron los cascos con linternas incorporadas, un tubo de oxígeno y bajaron al pozo cargando las herramientas.
Durante cinco horas trabajaron el cimiento, hasta que lograron atravesarlo por completo. Ampliaron el boquete como para poder subir por allí a la cámara del dinero. Fueron penetrando de a uno. Ganzúa fue el último. Estaba todo a oscuras, las lámparas en los cascos parecían débiles en aquel lugar y apenas si arrancaban algunos destellos a lo lejos que hacían pensar en las cajas de seguridad.
Ganzúa se quedó al lado del boquete, mientras los demás avanzaron hacia los laterales, esperando toparse con el botín. Las lúces de los cascos eran ténues, casi inservibles. Ganzúa les preguntaba si ya habían encontrado algo, pero le repetían constantemente que no. Aquello lo inquietaba. De repente dejaron de contestarle.
Se puso de pie y avanzó el, llamando por el nombre a sus secuaces. No obtuvo contestación alguna. Era increíble, pero no llegaba a ninguna pared o caja de seguridad. Tanteaba casi a ciega. Aquello que creyó que eran reflejos, no eran nada. La luz apenas si quebraba la oscuridad para mostrar, a lo lejos, más oscuridad.
Cuando había perdido toda esperanza y el pánico ya se apoderaba de su cuerpo, sintió bruscamente como sus piernas se enredaban en algo. Cayó con fuerza al suelo. El golpe lo desarmó por completo. Un dolor punzante latió en la sien derecha, con la que golpeó al caer. Ganzúa tanteó con las manos aquello que lo había derribado y reconoció, en la oscuridad, un cuadro de bicicleta. Apuntó con su cabeza, aprovechando que la lámpara del casco seguía funcionando a pesar de la caída y vio el destello brillante del plateado del manubrio de la bicicleta que aún tenía atrapada su pierna.
La observó intentando calmarse, pero aquella calcomanía pegada cerca del asiento lo paralizó. No era cualquier bicicleta. Era la cromada rodado 26 que había robado aquella tarde de verano en la que decidió convertirse en un malviviente. Era su primer objeto robado y estaba allí, en aquel lugar.
Se arrastró con vehemencia hasta liberarse de la bicicleta. Se sentía agitado y asustado. Avanzó sin ponerse de pie, en cuatro patas, con la única idea en la cabeza de alejarse. Sus manos se apoyaron en algo y sintió que se había lastimado la palma derecha.
Ahogó un grito al reconocer un pasacassete a su lado. Y no solo uno, sino dos, tres, diez, veinte, a medida que enfocaba alrededor. Se apoyó en sus piernas y retrocedió. Uno, dos, tres metros. Un dolor lacerante atravesó su mano izquierda. Gritó, casi un aullido. Buscó aquello que lo había cortado. Lo tomó con la otra mano y ni bien lo vio, lo arrojó lejos. Era aquel cuchillo, el que había perdido en su primer robo express.
Supo lo que vería a continuación. La moto. Esa 125 cc que apenas se mantenía en una sola pieza. Oxidada como en aquel entonces, tenía aún sangre sobre el guardabarros delantero, producto del choque con la vieja.
Como pudo, se puso de pie. Le dolían ambas manos y estaba aterrado. Volvió a llamar a viva voz a sus compañeros, pero supuso que cada uno estaría purgando sus penas en aquel lugar. Maldijo el día que ideó ese robo, maldijo incluso todo lo que había hecho a lo largo de su vida. Escuchó voces y las reconoció, eran ahora las voces de aquellos que había asaltado, pidiéndole clemencia, que no les llevara los documentos, que les dejara algo de dinero, que tuviera piedad.
Se llevó las manos a los oídos. Sintió como se escurría la sangre sobre ellos. Quería gritar ¡basta! pero no podía, no se atrevía. Siguió corriendo, ya sin orientación. Un pie adelantaba a otro, una y otra vez, hasta que en un momento dado sintió que ya no había suelo. La gravedad hizo el resto. ¡El boquete! pensó ¡Estoy cayendo por el boquete!
Pero el boquete era de apenas cinco metros hacia abajo y el seguía cayendo. No supo durante cuánto tiempo. Incluso en el medio de aquella caída, estaba convencido, se desmayó. Lo despertó el golpe, el rebote contra el pavimento frío y húmedo. Gimió de dolor. Tenía el rostro contra el suelo. Sintió como las cucarachas se acercaban a su cara. No pudo evitar sentir asco cuando treparon por sus mejillas, reptaron la nariz y se perdieron entre los cabellos. Quería llorar, pero ni siquiera eso podía.
Escuchó pasos, pesados, provenientes de algún lugar estrecho, un pasillo o algo por el estilo. Los pasos se agigantaron. En pocos segundos, los tuvo cerca de sus oídos.
Una voz le ordenó que se levantara. A duras penas lo hizo. Abrió los ojos lentamente, mientras las cucarachas seguían caminándole por todo el cuerpo. Distinguía una figura, pero la oscuridad lo escondía tan bien que ni siquiera con imaginación podía darle un rostro.
- Ganzúa Rivero, el boquetero - dijo la voz, con parsimonia.
No contestó, no dijo nada.
La voz rompió otra vez el silencio.
- He aquí una pala, he aquí un suelo. Eres libre de huir, siempre que caves tu propia puerta. Escoge hacia dónde, escoge cuánto. Tienes la eternidad por delante. Nadie se dará cuenta arriba que hacen falta. Ni tú ni tus amigos. La moda ahora es robar ladrones - la voz se alejó riendo como un demonio.
En la soledad, Ganzúa aguzó los oídos y escuchó llantos. Creyó reconocer a sus secuaces.
Con miedo, movió las manos en la oscuridad.
Efectivamente, allí estaba la pala.
La Gardenia.
-
Nunca había tenido en mis manos una flor de Gardenia, ni imagine que esa
simple flor me llevaría por caminos filosóficos en los que nunca había
tr...
Hace 1 día.
7 comentarios:
La moda es robar ladrones.
Cuando sea robar corruptos: Mundo solucionado-y casi vacío.
La conciencia elabora el propio castigo y tarde o temprano actúa.
Hay una técnica maravillosa que usás para que el lector vea, además del personaje en sí, el perfil psicológico; y éso duplica el nivel de interés que van tomando los relatos.
Genial.
PD: el robo de la carnicería, con lo que cuesta un kilo de carne... temo cobrara la misma envergadura que si se concretaba el del Banco.
Un abrazo
SIL
Me encantó... no podía dejar de leer!!!!
La moda ahora es robar ladrones...
que más decir, el castigo solo es efectivo cuando llega desde uno mismo, lo mismo que el perdón...
Beso
Estoy con Sil, el robo a la carnicería podría ser el robo del año!!!!!!
Por aquí se dice. "mal de muchos, consuelo de tontos". Pues si, soy tonta, y si no me creen investiguen un poco la caterva de la que disponemos por aquí...aquí los tenemos de todas clases, pero la peor es la clase dirigente que con la crisis no se "corta un pelo", recortando a la gente normal. Pero de tocarse ellos sus privilegios, sueldos o gastos innecesarios, ja,ja,ja ¡¡¡que chiste!!!
Muy bueno el final. Creí que llegaría a la sala del Banco y destriparía cajas de seguridad. Esperaba la sorpresa. Pero no la que pones como desenlace.
Besos!!!
Un cuento muy actual. Neto: el pobre Ganzua llegó al infierno o yo entendí mal?
Como nos haces sufrir.
mariarosa
"Le ofrecieron vender paco, pero dio un no rotundo como respuesta. Lo suyo era lo ajeno." Esta frase dice muchísimo,
Después es "gracioso" la parte en que se hacen el asado... pobre Don Gomez el carnicero.
Después el silencio, el suspenso...
y el infierno.
Excelente cuento Neto. Muy bueno como fuiste relatando lo de los robos, eso es historia argentina!
Doña Sil, muchas gracias. Lo de robar corruptos no sería mala idea, pero habiendo tantos, ni en el infierno entrarían ja. Saludos!
Doña Novia Burtoniana, me alegro mucho! Si, así es. Y con lo de la carne, están las dos acertadas, flor de robo sería ese! Saludos!
Doña Tinta, no era fácil predecir dónde acabaría, ni siquiera para mi que lo escribí ja. Saludos y gracias!
Doña Mariarosa, si, a un infierno muy personal, cargado de eternidad. Muchas gracias! Saludos!
Carla, historia argentina moderna ja y sin meternos en política, otras que robos ahí!! Gracias! Saludos!!
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