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6 de agosto de 2010

El viejo Salvio

Qué es la muerte sino la última puerta que cruzamos. Así veía el viejo Salvio ese destino ineludible, al que ninguna gambeta como las que hacía en sus años mozos en la cancha del club, le iba a permitir evitar.
Se sentaba en la puerta de su casa a tomar mates y de vez en cuando algún vecino se quedaba dialogando de otros tiempos, de épocas felices. Porque si algo tenía en claro el viejo Salvio era justamente que el presente no lo era. Cómo podía serlo con una veintena de pastillas por día, casi sin fuerzas para caminar y la soledad que los años se encargan de cimentar.
Vaya si sabía de la vida y la muerte. ¿Acaso le quedaba algún amigo de la juventud? ¿Algún hijo que abrazar? Ahh que tirana, la vida. Que odiosa la muerte.
Y sin embargo, son.
Había dejado de usar reloj hacía tiempo. No sentía la necesidad de saber la hora ni medir el paso de los días. El solo hecho de estar lo conformaba. Mientras podía, la vereda estaba para él. No escuchaba radio porque los tangos lo hacían lagrimear y las noticias parecían de otra realidad.
Si el mate se ponía frío, entraba a calentar el agua y volvía a salir. No aguantaba estar encerrado entre aquellas paredes. Se le hacía insoportable, casi una tortura. Los días de lluvia y tormenta, o de mucho frío, eran un calvario. Porque debía permanecer adentro. En otros tiempos, esos días se iba hasta el bar que estaba a dos cuadras, pero ya no podía caminar tanto, no por miedo a cansarse, sino porque podía tropezar y lastimarse. No veía bien y la estabilidad no era la misma que antes.
Cuando caía la noche, no le quedaba otra y se metía adentro. Cruzaba la puerta y la cerraba a su espalda, viéndose obligado a lo que tanto odiaba. Podía resignarse a la muerte, al destino, pero no al interior de su casa.
Dejó el termo y el mate sobre la mesa y obviando las voces, pasó de largo hasta su habitación. De todas formas, allí también estarían. Todos ellos, esperando por él, aguardando el momento. Hablándole al mismo tiempo, como si no se percataran de la existencia de unos y otros. Todos los fantasmas del pasado, aquellos que había dejado atrás, instalados en su casa conviviendo bajo el mismo techo, pidiéndoles lo mismo: "Vení Salvio, dale, vení con nosotros" y él harto, cansado, convencido de querer evitar esa última puerta, temeroso de quedar encerrado para siempre entre esas paredes del tiempo.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Tremendo Neto! El coraje de don Salvio lo gtransforma en un héroe con la furia de la juventud misma no soportando las paredes de su casa y bsucando siempre la libertad extraña del afuera. Su rebeldia ante los relojes y las costumbres hace que uno se sienta más cercano a este personaje que antaño gambeteaba en la canchita y ahora sigue haciendo jueguitos en la vida.
Grande Salvio! Dejá que los fantasmas hablen solos que ya están acostumbrados! Vos calentá el mate y salí a la calle que la vida todavía tiene cuerda para rato!
Salute!

SIL dijo...

// Podía resignarse a la muerte, al destino, pero no al interior de su casa.//

La última puerta de este camino, común a todos, es la que más miedo nos da, y sin embargo, al personaje lo aterra aún más la negra eternidad de estar del otro lado de esa puerta.

juro que no me extenderé ...(mentira)

Es maravillosa esta metáfora.
Le tenemos miedo a la muerte. Bueno, yo sí.
Y sin embargo, más debiéramos temer
lo que nos espera detrás de ese final... Lo incierto, el reencuentro? , o quizás, comprobar que no habrá reencuentro con los que amamos...
Comprobar que no hay cielo.
Que el infierno era ésto.
Enfrentarnos a la nada.

Más que genial, Neto.
Te remueve las tripas el texto.
(no hagas chistes de diarrea...)

Abrazo GIGANTE

SIL

Con tinta violeta dijo...

Pues yo siento ternura por este personaje tan real, tan real que todos tenemos alguno así en nuestra vida. Tener miedo a estar dentro de la habitación donde acuden los fantasmas...tener miedo es humano, querer salir a resistir hasta el último momento en la calle (en la vida) es igual o más humano si cabe. Pero al final todos tendremos que enfrentarnos a esa puerta. Y siempre pienso que es mejor tomarlo con calma, con esperanza y dejando a los fantasmas atrás.
El relato es genial, Neto. Conmovedor.
Besos!!!

Netomancia dijo...

Dieguito, en todo caso un héroe con miedo, rebelde por temor más que otra cosa. Una cosa es que te persigan los recuerdos, otra que lo hagan los fantasmas del pasado. Un abrazo muchacho!!!

Doña Sil, es ese temor e incertidumbre lo que nos mueve a la hora de pensar en esa puerta. Quizá don Salvio sospechaba que el destino era el mismo para él, confinado a ese lugar. Sospechaba quizá que la eternidad no existía como tal, era simplemente una pesadilla. Saludos y gracias!

Doña Tinta, es humano lo que siente Salvio, claro que si. Vaya que lo es. Por eso huye, por naturaleza podríamos decir. Me alegra que le de ternura, en mi caso me lo imaginaba hosco, pero claro, tenía una excusa. Saludos y gracias!

Bocha dijo...

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mariarosa dijo...

Pobre Viejo Salvio.
La soledad es mala compañera, más aún cuando se tienen demasidos años y una mochila de recuerdos.

bello cuento, me recordaste a mi viejo que le gustaba quedarse en la puerta mirando pasar la vida, así decía.

Un cariño.

mariaorsa

Netomancia dijo...

Hola Bocha, me alegra que te guste. Ya estaré dándome una vuelta por tu blog! Saludos!

Doña Mariarosa, si, es mala compañera y consejera, sobre todo a esa edad. Costumbre de la gente grande esa, de estar en la calle. Ahora "nos gusta" vivir encerrados delante de la tele. Saludos!

el oso dijo...

Me gustaría ser Salvio y poder dialogar con esos fantasmas, justo en ese momento, al borde de la frontera. Y sueño con que la casa y la calle no sean sino dos lugares donde uno al fin se reconoce en la vida.
Y dar ese paso a algún lado -o a ninguno- con los ojos abiertos.

Gracias Neto, maravilloso.

Netomancia dijo...

Don Oso, ese diálogo es por ahí el que tememos si pensamos que quizá hay algo más allá. Puede que nos digan lo contrario. Pero al menos, como desearías, el paso sería con los ojos abiertos. Un abrazo!