Las nubes ocultaban la luna, convirtiendo la noche en una pesadilla oscura, donde las sombras se volvían inexistentes y la penumbra era el cordial saludo de las formas. Solo el murmullo del agua lograba que la detective González supiera que no estaba encerrada en un mal sueño y que se encontraba en ese lugar.
El frío calaba los huesos y la inmovilidad inyectaba sustancia al miedo. La paciencia, el arma menospreciada por los demás, era sin embargo su carta más importante. El muelle parecía dormir en paz, pero ella sabía que no era así.
Agazapada detrás de varios containers, aguardaba el mínimo movimiento que delatara la pista que venía siguiendo. La soledad no era una angustia, como tampoco lo era la ceguera natural que propiciaba la noche. Estaba sola desde hacía dos meses, cuando la sacaron de la investigación y la suspendieron tras la muerte de Cavani. Y había estado ciega durante varios días, por culpa de la bronca y la furia. Pero había vuelto a ver con claridad, porque solo así se puede encontrar la verdad.
Y ese camino clandestino por el cual había optado, sin seguir los lineamientos que la ley le había educado en su formación policial, la había llevado a tierras remotas en una aventura sin precedentes para ella. El final de ese viaje estaba por llegar, lo presentía en la sangre, en todos sus sentidos. Y algo le decía que lo que encontraría al descorrer el velo de la verdad no sería para nada agradable.
Siguió esperando en la noche, con los brazos muy juntos al pecho, buscando algo de calor y también de esperanza.
Dos semanas después de la suspensión
Existen cosas en la vida que marcaban a la gente, pero sin dejar huellas visibles. Tatuajes en el alma, que quizá nunca cicatrizan. El dolor era uno de los responsables de muchas de esas marcas. Ariadna lo sentía así. Por dentro desgarrada, por fuera destruida.
Separada de la fuerza policial, investigada por el operativo en el que murió Cavani, era poco más que una paria. Pero no era el eje personal de la situación el que motivaba las noches de insomnio ni el alcohol en sus venas. Anhelaba la verdad del caso. La desaparición de las mujeres, la clínica que vendía recién nacidos a adinerados, la muerte de Cavani, implicaban un laberinto cuya salida era más difícil aún por los personajes ocultos que manipulaban la siniestra maquinaria existente detrás del asunto.
Que la hayan separado del caso lo demostraba. Que Cavani estuviera muerto y la investigación del caso girara hacia otros horizontes en lugar de los que ellos dos habían demostrado que estaban relacionados, era otro síntoma. Gente de poder no quería que se resolviera. Y mucho menos, que ella volviera a la vereda de la ley.
Aquella mañana la resaca la dobló en dos en el baño. Despertó con dolor de cabeza, costándole abandonar el sueño en el que se veía cayendo por el balcón de aquel edficio. Divisaba el lavatorio de manos, el inodoro, pero también las barandas alejándose mientras ella caía, como en una película. Con su mano, inconscientemente, había trazado en el suelo una palabra sobre su propio vómito: Ububi.
Había investigado el término y lo más saliente era su significado en zulú: maldad. Pero cuál era la relación con el caso. La maldad desbordaba por cada esquina de la investigación, eso era obvio. Sin embargo creía con firmeza que su significado tenía que ir más allá, única explicación para ser la última palabra escrita por alguien en plena agonía.
Al verse en ese estado, demacrada, bañada en su propio vómito, supo que se estaba fallando. Y también le estaba fallando a Cavani. La verdad no llegaría a su baño, ni sería vertida como por arte de magia por la botella de Chivas que la aguardaba en la mesa de la cocina. Debía salir en pos de ella.
Investigación clandestina: Comienzo
Volver al principio, ese fue su plan. La clínica había revelado el nombre de tres empresarios, uno de los cuales había motivado el fatídico desenlace de su investigación. Los otros habían tenido un final diferente. La organización detrás del contrabando y venta de los recién nacidos era práctica, no dejaban ningún "cabo suelto". Esa idea le trajo a su mente un viejo dicho de su padre, también policía que solía acotar "si es que no lo ascienden a sargento".
Por primera vez en varias semanas, pudo sonreír. No por el chiste, sino porque sabía que hacer. Un sargento no solo es un grado en la escala policial o militar, es también una herramienta que sirve para sujetar firmemente dos o más piezas que van a ser mecanizadas o pegadas entre sí. Si la misma no está, las piezas no son útiles.
Por lo tanto, si en la clínica no figurarían los nombres de todos los internados en los últimos meses, no podrían proceder con el cobro de las prestaciones realizadas. Así de sencillo. De nada servía ir tras los nombres de los empresarios que ponían el dinero, porque acceder a los datos de la policía permitiría a los infiltrados dentro del sistema saber quiénes estaban siendo investigados y de esa forma, ser silenciados impunemente.
Sin embargo, si buscaba a las personas que serían los potenciales compradores de los recién nacidos, podría tener certeza de cómo fueron contactados y con suerte, conseguir nombres y pistas que seguir. Sería difícil, peligroso y estaría sola. Pero era mujer y sabía por experiencia que podía soportarlo.
También era consciente que debía ser muy cuidadosa, incluso de la propia ley.
Investigación clandestina: Primeros días
Estaba en las calles y no representaba a la policía. Jugaba sin armas ante gente peligrosa. Por eso sus movidas debían ser criteriosas, casi como en una partida de ajedrez. No consiguió los archivos de la clínica con una orden ni solicitando a sus compañeros que los pidieran por ella. Sino que ingresó una noche por una puerta de emergencia, eludió las alarmas y robó los datos del servidor principal, haciendo una copia de la base de datos en un disco portátil.
Tenía los nombres y las direcciones. Más de ciento cincuenta nacimientos en los últimos doce meses. Dudaba que la totalidad fuesen reales. Incluso hasta dudaba que alguno de ellos hubiese sido natural.
Un buen traje celeste, camisa blanca, zapatos cómodos, peinado clásico, sonrisa forzada y una identificación falsa de asistente social perteneciente al gobierno se convirtieron en la fachada ideal para recorrer la ciudad. La paciencia había puesto en marcha su reloj. Lo bueno era que tenía todo el tiempo del mundo en sus manos.
O no tanto, la noticia en primera plana de un diario local, informando la desaparición de una joven embarazada enlutó su rostro, obligándola a prometerse ser eficiente en todo sentido y no fallar.
Investigación clandestina: Nombres
Las familias que tenía en su listado eran de la clase alta, residentes en countries o barrios importantes, donde el metro cuadrado equivalía al sueldo de cinco años. No fue fácil lograr las entrevistas sin llamar la atención, pero lo consiguió.
La idea era llegar al punto clave, la clínica. Cómo es que habían arribado a la misma. Sus preguntas tenían el tenor inofensivo de cualquier encuesta a la que uno con tedio y desgano se suele enfrentar de vez en cuando. Sin embargo había cuatro o cinco preguntas que debían extraer la información en forma sutil.
Luego de dos semanas podía apenas darse por satisfecha. Solo dos nombres se habían repetido de los cuales uno pertenecía a una de las personas que ellos investigaban y que fueran asesinadas de inmediato. Sabía que solo estaba centrando sus esfuerzos en la ciudad, pero no veía la forma de hacer un relevamiento en otras partes del territorio nacional.
Enfocó su atención a esa persona. Un diputado bastante conocido, que solía encabezar peticiones a favor de leyes ambientales e incluso, aclamaba la legalización del aborto. Montó su propio operativo, siguiendo los pasos de esta persona.
Durante una semana supervisó sus recorridos, horarios y funciones. No podía saber con qué personas hablaba al teléfono o con cuáles se reunía en su oficina, pero tomó nota de todos los que ingresaban al edificio y fue armando su rompecabezas.
El hombre estaba involucrado, no le cabía la menor duda. El problema mayor era cómo confrontarlo. Desamparada por la justicia, le quedaba un último recurso. La marginalidad total.
Investigación clandestina: Días nefastos
Los jueves el diputado visitaba a una mujer en un cuarto de motel en las afueras de la ciudad. Por supuesto, no la misma con la que estaba casado. Era la única salida que hacía sin sus dos guardaespaldas.
Lo abordó cuando abandonaba el lugar, media hora después que ella. Lo sorprendió cuando abría la puerta del coche, cruzándole un brazo por delante del cuello y torciéndole sobre la espalda la mano que sostenía las llaves. Le ordenó silencio de inmediato y lo metió en el auto. Ella se puso al volante.
Condujo hasta una zona boscosa y detuvo el motor. Tenía el rostro oculto bajo la capucha de un rompevientos, aunque la posibilidad de ser vista no la inquietaba. Violentamente se dirigió hacia el diputado, hasta entonces rígido en el asiento del acompañante, intimidado por el revólver que le apuntaba en todo momento, que ella sujetaba con la mano que no tenía al volante.
Le puso el cañón bajo la barbilla y su voz fue terminante:
- Quiero saber todo sobre Ububi ahora mismo o lo poco que deje de su cabeza la bala que le tengo reservada, la colgaré delante de todos en la cámara de diputados.
El hombre tragó saliva. Le costaba respirar por el miedo. Se negó, moviendo lateralmente la cabeza. Se escuchó el click del gatillo. Sus ojos dieron un respingo, las venas del cuello se tensaron. Ella sonrío bajo la capucha, aunque él no pudo verla.
- El próximo no será un "click", sino un "bang" - advirtió.
El diputado balbuceó algo, pero volvió al silencio. Ella empujó la punta del revólver contra la piel.
- No... no puedo. Me matan...
- Yo te voy a matar primero hijo de puta, eso te lo puedo asegurar.
Cerró los ojos y su respiración se volvió entrecortada. Ella percibió en el aire el agrio aroma del orín.
- Ultima oportunidad - dijo, como si estuviese alertando sobre la última parada del tren. Claro que en ese caso, era un tren bala.
Entonces, el hombre habló, casi llorando, como escupiendo las palabras, pero fue largando una a una, para que finalmente el rompecabezas mostrara su forma, no en su totalidad, pero si en gran parte.
- Ububi es... es una isla. La gente detrás es muy importante. Si tan solo saben que... si tan solo... - respiró hondo, le faltaba el aire - Hay mucha gente pode... poderosa. Oh Dios, soy hombre muerto. Si tan solo...
- ¿Dónde está la isla?
- No se, nunca nos han dicho.
- ¿Quién es esa gente? - le preguntó haciendo presión con el arma.
- No... no sabría decirle... se lo juro. Es gente de mucho dinero, nadie conoce la identidad, nos envían el dinero de las ganancias a nuestras cuentas, saben cada movimiento que hacemos, nos vigilan. Es plata segura, con una inversión inicial.
- No sabe dónde está la isla, no sabe quiénes están detrás. Deme un puto argumento para dejarlo vivo. Démelo, porque le juro que lo mato.
- ¡No, por favor! ¡No me mate! Le juro que no se nada, solo recibo el dinero y envío gente con dinero, que pueden costear el trámite...
- ¿Trámite? ¿Llama trámite a todo esto? - Ariadna se quitó la capucha, dejando el rostro visible para el hombre, a pesar de la penumbra dentro del coche. - Míreme bien, porque será lo último que vea con vida. Y escúcheme. Este trámite ha hecho desaparecer a cientos y cientos de mujeres, solo en el país. Miles en todo el mundo, según la Interpol. Este trámite le está costando la vida a todo aquel que esté relacionado y pueda ser investigado. Este puto támite, como usted lo llama, acabó con la vida de un excelente policía que estaba investigando el caso. ¡Me escucha! Mujeres que desaparecen y quizá las matan para el mercado de órganos, niños que nunca conocerán a sus padres y que son vendidos impunemente... ¿y para usted es un trámite? Sabe algo, me importa una mierda lo que vaya a decirme, usted no vale la pena, de mi parte ya es un cadáver...
Separó el arma del rostro y la empuñó para dispararle de pleno en el rostro. El diputado intentó oponerse, pero ella aferró con la mano libre los brazos del hombre. En un último grito, entre llanto y desesperación, dijo: ¡En el Indico! ¡La isla está en el Indico!.
- Sabía que al final hablaría, no al pedo es político, tarde o temprano la conveniencia es lo que cuenta. Lástima que no comparto la idea.
- ¡Hay algo más, no dispare! Las mujeres que compraban a los hijos... ellas si estaban embarazadas, pero los niños no eran sanos, por eso querían cambiarlos.
- ¿Y dónde están esos niños?
- No se, es la verdad, no se...
- Usted vale menos de lo que pensaba.
Y dicha la última palabra, disparó.
Se alejó caminando, lejos de la ruta. En el camino enterró el rompevientos bañado en sangre y limpió su rostro en el agua sucia de una cuneta. Por más desagradable que resultase, lejos estaba del horror que vivieron esas mujeres y el destino que les tocó enfrentar, cualquiera que fuese. Con el hedor del agua estancada en las fosas nasales, pensaba en esos niños repudiados, tirados vaya a saber dónde o peor, abiertos de par en par para que les quitasen los órganos. Esa última confesión aún golpeaba con dolor su mente.
No se arrepentía de lo que había hecho, ni de todo lo que le faltase aún hacer, porque sabía que aún había mucho trecho por recorrer. Era cierto, como dijo su jefe la caja de Pandora había sido abierta. Lo que nadie sabía que era ella la que había salido de adentro. Y ahora la furia estaba suelta.
Continuará...
La Gardenia.
-
Nunca había tenido en mis manos una flor de Gardenia, ni imagine que esa
simple flor me llevaría por caminos filosóficos en los que nunca había
tr...
Hace 2 horas.
8 comentarios:
Preludio:
no dejaban ningún "cabo suelto". Esa idea le trajo a su mente un viejo dicho de su padre, también policía que solía acotar "si es que no lo ascienden a sargento".
:DDDDDDDDD
Ahora sí.
Neto, ésto es magnífico.
Todo lo es.
El argumento.
La forma de plantearlo.
Los detalles, las imágenes.
Uno lo ve.
Es un texto que se VE, que trasciende el vallado de la simple lectura.
Tus palabras tienen forma, tienen color, tienen sonido, y hasta olor ...
GREAT !!!!!!!!!!
Abrazo grande-
SIL
Uf, de verdad, esto necesita cerrarse en la próxima entrega o nos va a dar algo...Neto,
Por cierto quedó simpático el guiño a la broma del Sr Oso. Un buen escritor nunca desaprovecha una idea que le brindan...el cabo suelto...ja,ja.
Fantástico. Tienes que acabarlo. Ya quisieran algunas series policiacas enganchar esto...
Besos, genio!!!
Doña Sil, lo bueno de estar atrasado escribiendo es que toda idea viene bien y la del Oso estuvo genial, hasta me hizo investigar el significado de sargento para darle un sentido literario jaja. Chas gracias por toooodo lo que dice! Saludos!!!
Doña Tinta, no me diga que está impaciente! Bueno, en el tercer capítulo se... en realidad no se, suspenso... jajaja. Espero que el Oso no me cobre derechos de autor jaja. Saludos!
Excelente relato,muy bien narrado y una historia que aparte del misterio atrae por lo diferente. Felicitaciones Neto, te sigo.
mariarosa
esto puede tomar dimensiones inesperadas, pero lo mejor es que uno ya está dentro de la historia, hasta uno cree poder tomar resoluciones en ella y todo... no sé, Cavani tiene algo.. el personaje aunque muerto está creo que aún tiene mucho por decir... vuelvo a la idea del film Neto, este relato necesita imágenes! jejeje
un abrazo!
Ya leí la primera y aunque me coma los codos, tranquila el finde sigo con esta segunda parte, necesito silencio para disfrutarlo, sos genial Neto, solo quería decírtelo una vez mas :)
Saludos!
=) HUMO
Doña Mariarosa, muchas gracias. Me alegro que siga con ganas esta serie de relatos. Saludos!
Dieguito, que en unos días te ponés más viejo, insista nomás que por ahí me convence. Cavani tiene de delantero uruguayo. Un abrazo!!!!
Doña Humo, no me diga que tiene gente gritándole cerca. Ja. Bueno, guárdese para el finde algo. Atenti que se viene la tercera y... penúltima entrega. Saludos!
muy bueno, muy policial y muy dinamico, me lo trague en segundos
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