Hasta aquella tarde, cuando sus piernas de niños grandecitos enviaron la pelota hacia el otro lado por encima del tapial. Había que cruzar. No lo dudaron.
Treparon con esfuerzo y contemplaron el sitio prohibido. Esperaban ver un lugar tenebroso, con árboles raquíticos señalando hacia el cielo, y un vecino irascible apuntándoles con un rifle.
Pero no, lo que vieron fue un terreno liso, removido en algunas partes en montículos rectangulares, y a su padre cavando una fosa, con una bolsa de plástico negra y forma humana, a sus pies.
1 comentario:
Que papito, pobres chicos, como para no dormir más...
Saludos
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