Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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21 de noviembre de 2019

Un sol que brilla en lo alto

Este texto fue escrito para el homenaje del querido y recordado amigo e historietista Felipe Ricardo Ávila, con quién hicimos decenas de historias, muchas de las cuales plasmamos en Olvidados en el espacio, que se hizo el 21 de noviembre en la Biblioteca Nacional Argentina. 


Me resulta difícil escribir sobre Felipe, no porque no hubiese cosas por contar, sino por el dolor que genera la toma de consciencia, letra a letra, que su ausencia es real. Era, a su manera, un gigantesco sol que alumbraba y generaba energía, movilizando todo a su alrededor. Era un motor incansable, alguien que hacía, que era verbo y acción.
Lo conocí a través de mi blog de cuentos. Apareció un buen día como lector y al poco tiempo me estaba convenciendo de escribir guiones de historietas. Fue mi guía en este universo que él tanto amaba y por el que tanto hizo. Y conocí muchísimo gracias a su generosidad, a las horas compartidas, a las charlas en bares porteños, en su oficina de trabajo, en hermosas y esperadas conversaciones telefónicas o sencillamente por correo electrónico.
Desde sus blogs “Rebrote organizando eventos”, “Una pequeña idea así de grande” y “Alegría del hacer” daba cátedra contando anécdotas, recordando a grandes artistas, convocando iniciativas para el rescate de artistas e historietas, mostrando cuentos cortos de su autoría, develando procesos creativos e incluso, analizando la realidad desde su punto de vista, haciendo énfasis principalmente en la falta de veracidad en los medios de comunicación con la nefasta intención de confundir a la sociedad. Aún hoy esos artículos, escritos tras profundas búsquedas e investigaciones, siguen publicados en los blogs, para que cualquier entusiasta se sumerja y navegue libremente a través de palabras cargadas de pasión y amor por el arte de la historieta, palabras que esperan contagiar ese afecto y anhelan la continuidad de otros en este rescate continuo del patrimonio nacional.
Ya lo dice el propio Felipe, en un texto que lleva el mismo nombre que uno de sus blogs, “Una pequeña idea así de grande”:
“La idea germina, avanza siempre hacia arriba, porque va queriendo aparecer en su plenitud. Y no, aún no está del todo, pero ya no es tampoco sólo semilla. La idea crece. Avanza hacia arriba, se proyecta hacia la luz que en vez de ser la del Sol es la del descubrimiento, la de la plenitud, suya, de la idea. Esta, tiene como objeto mostrarse plena. La idea deja de serlo cuando se convierte en algo terminado, tal vez era proyecto, pero finalmente –y felizmente- es simplemente algo concreto, acabado. Entonces, eso que fue semilla, que germinó, que creció a la luz y se hizo realidad visible es festejado por los sentidos de los otros, de los demás, de los lectores de un libro si la idea era literaria, de los visionarios de un cuadro si la idea era plástica, de los que escuchan su música si la idea originalmente - cuando semilla - era auditiva. Y al festejar la plenitud, con esa alegría parecida a la de hacer, a la del que crea, entonces, se cierra el círculo. Con un recorrido que ha ido del cerebro de un ser humano al de otro/s. Pero no banalmente, porque indefectiblemente, habrá dejado una nueva semilla depositada, al llegar”.
Y es lo que Felipe hizo siempre, difundir, fomentar, investigar, para que las semillas se esparzan, encuentren tierras fértiles y germinen. Fue la chispa y el empuje para el sitio Rebrote, para las posteriores publicaciones que comenzaron con una serie de revistas y fueron ampliándose a libros. Tenía decenas de proyectos de libros anotados en un cuaderno, en el que también pasó sus últimos meses creando varias historietas.
Juntos habíamos publicado unos hermosos fanzines, que él se encargó de llevar a algunos eventos. Y un par de libros, en impresión bajo demanda, con dos historias que nos llenaban de orgullo: la recopilación de “Las lecturas de Borges” y la novela gráfica “3186”. Y la base de estas publicaciones, fue el sitio “Olvidados en el espacio”, donde creamos más de una veintena de historietas. Felipe había encontrado en esos guiones y relatos que transformaba en historietas, en el motivo inexcusable para retomar un ritmo de producción cómo hacía mucho no podía darse el gusto.
Dejó en cada persona que lo conoció, una marca indeleble. Atesoro con afecto cada charla, cada anécdota que me contó, su amor por la obra y la persona de Lucho Olivera, su cariño con los historietistas, su pasión por Oesterheld, por Wood, por Martha Barnes, y tantísimos otros. Un ser generoso en todo sentido, no solo con los conocimientos, siempre quería que uno se fuera con algún recuerdo de la visita regalándole algo, ya sea una revista, un dibujo original o incluso, un fibrón. Pero el regalo más hermoso, era su verborragia, el torbellino de ideas y propuestas, ese aluvión de imágenes e ideas que iba hilvanando, sacando recuerdos y proyectos de la galera, con la misma magia que poseía cuando tomaba una hoja y con unos simples garabatos, revelaba una forma, una semilla en forma de trazos.
A veces anhelo que al sonar el teléfono, la voz del otro lado sea la suya. Gracias a él, entré a este mundo de la historieta, conocí a Pablito Dell’Oca, tuve la oportunidad de conocer a otros artistas y aprender a amar este hermoso género narrativo. Le debo mucho. Nos quedaron largas charlas pendientes, varios proyectos en el tintero (como ese hermoso libro de ciencia ficción con otros amigos, que ya está escrito y nunca pudo ver la luz), y sobre todo, un último abrazo.
Fue el disparador de muchos cuentos que escribí, ilustró mi libro para niños y niñas “El hombrecito que miraba las estrellas”, al que también le puso nombre. Hoy, cuando escribo, pienso en él. En qué hubiese dicho, qué comentario tendría de su parte. Sigue siendo un faro, el sol que ilumina. Me puso en el camino, me alentó y desde alguna parte, me ayuda a continuar el recorrido. Qué lindo fue tenerlo en mi casa, en Villa Viñetas, en Villa Constitución, en Empalme, en compartir lugares, risas en el mítico El Cairo de Rosario, de sentirnos parte de una misma comunión.
Lo recuerdo con una sonrisa en el rostro, los ojos traspasando el tiempo y con ideas fluyendo a través del tono de su voz, como una brisa que tarde o temprano se convertirá en un viento fuerte pero amistoso, que nos llevará hacia una nueva aventura, invitándonos a viajar con la imaginación como si fuéramos niños disfrutando bajo el sol de viejas revistas de historietas. Y allí, entre cuadritos y globos de textos, siempre voy a encontrar a Felipe, porque Felipe vivió para la historieta y es -y será para siempre- parte inseparable de ella.


Ilustración realizada por Raúl Avila para el homenaje, artista al que Felipe admiraba muchísimo.



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