Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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22 de octubre de 2018

El mundo a su espalda

Agustina pasa el tiempo en la ventana. Observa la calle, los autos que circulan, los transeúntes ausentes, incluso otras ventanas de otras casas, de otros edificios, que esconden figuras que también observan. Es sorda y no sabe lo que es el ruido.
Su vida son imágenes, escenas en movimiento, ideas que no escucha, pero interpreta. Siente que le falta algo y no solo es el sonido. Porque a través de su ventana descubre emociones en rostros pétreos y distantes, que transitan fugaz y eventualmente su vida.
Sabe que el hombre de anteojos de marco dorado que acaba de tomar un taxi hace duelo por su novio; que la señora que camina apurada con un chihuahua pisándole los talones sufre porque la tarjeta ya no tiene saldo y si sus amigas se enteran quedará mal ante ellas; que el niño que llora casi arrastrado por su madre hace al menos un mes que no le permiten ver a su papá.
Agustina sabe muchas cosas, porque se concentra en mirar. Y porque mirando por la ventana, se esconde detrás de un vidrio y se aparta del mundo a su espalda que tanto le aterra. Abriéndole los ojos a un mundo que le es ajeno, siente que tiene menos tristeza, menos dolor. No escuchar, en su caso, es un don.
No escuchar a mamá llorando. Los sonidos de los golpes de manos grandes y recias. Los bramidos de borracho del hombre que la molesta cuando todos duermen. La ventana es su mundo, el verdadero, el que le permite camuflarse en aquel hogar silencioso, de gritos ahogados y sin voz, de oscura melancolía, de corazones vacíos y futuros truncos.
La ventana es refugio, es escondite, es un ojo que observa. Es su propio dolor que la atraviesa y le ayuda a encontrar el que esconden los demás. Es su sentido agudo. La ventana es un todo. Incluso, una puerta por la cual, algún día escapar.

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