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10 de febrero de 2018

El mapa de todos los laberintos

A Johansson le llamó la atención el mensaje de texto de Pitarrosa citándolo al bar de la universidad a tomar un café. No porque no fueran conocidos, sino porque hacía al menos diez meses que no veía al científico argentino. En el pasado juntarse cada tarde a beber un poco de cafeína y compartir avances en sus respecticas investigaciones era algo habtiual, una especie de ritual antes de escapar unas horas a casa o bien, volver a la oficina o al laboratorio para seguir trabajando hasta altas horas de la madrugada.
Al sueco le caía muy bien Pitarrosa, porque a diferencia de otros colegas, el argentino era sincero, no temía hablarle abiertamente de sus investigaciones y además, era dueño de una humildad que pocas veces había visto en aquel recinto europeo donde llevaban a cabo sus actividades desde hacía más de un lustro.
Pero todo había cambiado diez meses atrás. Su colega había faltado casi una semana seguida al trabajo. Él había tomado algunas de sus clases, sin saber con exactitud que le pasaba. Alguien le había mencionado que tenía problemas personales, otro que estaba con un inconveniente de salud. Finalmente volvió, un martes, y solo cruzaron unas breves palabras en el pasillo central. Pitarrosa, con los ojos empañados, se lo resumió en dos palabras: Me dejó.
El sueco sabía a que se refería. A Ornella, la italiana que trabajaba en la administración y que convivía con Pitarrosa desde hacía un par de años. Johansson puso una mano en el hombro de su amigo y con ánimo de darle fuerzas le sugirió, lo que luego creyó fue un error: que se centrara en sus investigaciones, que no pensara en ella, que el amor era una cuestión de suerte y que el tiempo todo lo sanaría.
Pitarrosa le sonrió, lo abrazó y se dirigió a su oficina. Desde entonces no habían vuelto a cruzar una palabra. Ni siquiera lo volvió a encontrar en el bar. Alguna que otra vez, a la distancia, lo vio entrar a la oficina. La primera sensación fue que Pitarrosa se había enojado con él por algún motivo. Pero con el correr de las semanas, la renuncia de Pitarrosa a sus horas cátedra, su exclusiva dedicación a la investigación, lo llevaron a la conclusión que el argentino lo único que estaba haciendo era seguir su consejo al extremo. La investigación pasó a ser el centro de su vida, su obsesión, para poder olvidar en paz, dejando atrás de esa manera a Ornella, pero al mismo tiempo, a los pocos que frecuentaba.
Por esa razón, Johansson miraba una y otra vez la pantalla de su teléfono celular, incluso en medio de la clase, porque sentía una extraña mezcla de nostalgia y ansiedad ante el inminente encuentro con su colega y amigo. Y volvía a revisar esas pocas palabras del mensaje de texto en la puerta del bar, tratando de confirmar que el mensaje era real y que pronto vería a Pitarrosa.
Abrió la puerta, saludó a algunos colegas sentados en las mesas cercanas y de inmediato sus pasos lo llevaron hasta el fondo, al rincón menos concurrido del lugar, donde siempre compartían la misma mesa. Al verlo sentado, haciendo un origimi con una servilleta de papel, pensó que esos diez meses en realidad nunca habían transcurrido y que tan solo ayer habían estado allí mismo, hablando de fórmulas e investigaciones. Pero entonces, cuando Pitarrosa levantó la vista e intentó una mueca en forma de sonrisa, divisó las marcas del tiempo y el encierro: ojeras bien marcadas, cabello largo y desprolijo, ropas arrugadas y una imagen en general desaliñada. Pero Johansson, como buen amigo, no mencionó nada de eso, al contrario, sonrió con sinceridad y abrazó a su amigo.
Cuando el mozo se acercó, pidieron un café. El sueco pidió también medialunas. Más de las que pedía habitualmente, porque cuando estaba con Pitarrosa, este siempre le comía dos o tres.
Hubo un silencio algo incómodo hasta que llegó el café. Como si su presencia significara una señal, Pitarrosa comenzó a hablar.
- Lo hice Alexander, seguí tu consejo y lo logré.
Johansson, que pocas veces oía de boca del argentino su nombre, pensó que se refería a sanar la herida abierta tras la partida de Ornella.
- El amor - dijo el sueco - viene y va, es una experiencia que no deberíamos creer que será por siempre, porque nunca lo es.
- No, amigo, no - Pitarrosa reía - Al contrario, puedo demostrar que el amor existe y no es casualidad. Pero lo que logré, es otra cosa. Descubrí el algoritmo que todos soñamos alguna vez con alcanzar.
Hizo un silencio. Johansson suspendió en el aire el viaje de la taza a su boca. Había un brillo en los ojos de Pitarrosa, que no había percibido hasta entonces. En aquel despojo de persona parecía esconderse algo más. Y estaba convencido que en pocos segundos más lo sabría.
- He descubierto el algoritmo del azar.
El argentino bebió su café y se sirivó una de las medialunas que había pedido su colega. Johansson devolvió la taza a su plato.
- ¿Estás hablando en serio? ¿Realmente...?
Pitarrosa sacó una libreta del bolsillo trasero de su pantalón. Buscó una página en la que estaba la fecha del día anterior y debajo, varios números.
- Busca en internet los sorteos de hoy de las loterías. Y compara los números que salieron en primer lugar con los que anoté anoche. Al lado de cada número te indica a qué lotería pertenece y el país. Mientras, voy a sacarte una medialuna más.
Johasson desbloqueó su celular y abrió el navegador. Buscó una página con resultados de loterías mundiales y comenzó a comparar. Necesitó dos coincidencias para entender que todos los demás números también corresponderían.
- Esto es...
- ¿Increíble?
-¡Imposible!
Ambos se miraron. El sueco lanzó una carcajada al aire, de inmediato el argentino comenzó a reír. A los pocos segundos, ambos se doblaban de la risa.
- No lo puedo creer, realmente, es maravilloso. ¿Te das cuenta que descubrir el funcionamiento del azar implica justamente que el mismo deje de existir? Es decir, existirá, pero se llamará "la ley de Pitarrosa".
Volvieron a reír. Para entonces, el argentino se había devorado todas las medialunas.
- Lo he aplicado a otros ámbitos. Nada es fortuito, nada es casual. Al contrario, la fórmula puede predecir una infinidad de sucesos y permite que ya ninguna búsqueda sea azarosa. ¡Te imaginas!
- No veo la hora de poder estudiarla para encontrarle aplicaciones... - Johansson se detuvo, dudando - por supuesto, si es que me lo permites, no quiero entrometerme...
Pitarrosa hizo un gesto con la mano, para que no se preocupara.
- La daré a conocer este viernes y si te he llamado, es porque quiero que seas quien me acompañe y seas quien lleve adelante todas las investigaciones en el futuro. Yo... abandonaré la universidad luego de este fin de semana.
-¿Qué estás diciendo, Ricardo? ¿Tienes un ofrecimiento de alguna otra universidad?
- No, para nada. Supongo que luego del viernes, las tendré, pero no perderé el tiempo escuchando ninguna. El mundo académico se acabará para mí una vez hecha la presentación. No es algo que haya decidido así al... azar.
Sonrió. Johansson supo que lo que había escondido detrás de esa figura mal vestida era solo pura genialidad y conocimiento. Pero un conocimiento reciente, producto de lo que había descubierto. El azar ya no existía en la mente de Pitarrosa, todo era acción y reacción, hechos y consecuencias.
- Pero... no entiendo. ¿Por qué no seguir comandado la investigación sobre una revelación científica que lo cambiará todo?
- Porque ya tengo la respuesta que buscaba. No indagué los misterios del azar para colocar mi nombre en los anales de la ciencia, mucho menos para hacerme rico jugando a la loteria, aunque mal no vendría. Lo hice para determinar que nada existe por azar. Qué había algo que conducía cada acción del universo. Qué seguramente hay millones de probabilidades en cada encrucijada, pero que no es el azar el que nos determina. Los números no salen sorteados por azar, sino porque antes salieron sorteados millones y millones de otros números. Alexander, no podía enamorarme mil veces más para sufrir la misma cantidad de veces hasta que el azar me llevara al amor de mi vida, al que realmente me correspondiera. No existe el tiempo, el tiempo para un ser humano, para que eso suceda. Y lo que yo quería, lo que yo quiero, es el amor verdadero. Y ahora, con esta fórmula, puedo determinarlo, se dónde y cómo buscarlo. Esta fórmula, querido amigo, es la fórmula que me hará feliz sin temor a equivocaciones, sin temor a sufrir.
Johansson se había quedado sin palabras. ¿Era eso posible? ¿Si quitábamos el factor azar a nuestras vidas, podíamos alcanzar la felicidad total? Se quedó observando el rostro contento de Pitarrosa. Pequeñas migas de medialunas adornaban el contorno de su boca.
- Todo esto por amor... ¡quién lo diría! - exclamó el sueco.
- No amigo, todo esto por dolor. El amor nos conduce a laberintos imposibles. El dolor nos apura a encontrar la salida. Nunca más sufriré por amor, Alexander, porque descubrí la clave, el mapa de todos los laberintos.
Pitarrosa se marchó, con la frente erguida. Johansson permaneció sentado un buen rato. Volvió a mirar el mensaje de texto que había recibido más temprano, tratando de discernir si la charla que había acontecido en aquella mesa había sido real. El plato de medialunas estaba vacío y él no había probado ninguna. Por lo tanto, aquello había sido real. Las había comprado previendo que su amigo comería algunas, pero se las había comido todas. No había sido azar. Y su amigo lo sabía, lo había previsto. Porque el azar ya no existía. Pitarrosa lo habìa quitado de toda ecuación.






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