Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

www.OLVIDADOS.com.ar - Avila + Netomancia

30 de julio de 2016

Barranca abajo

Hay un río barranca abajo. Es bello y desde lejos parece sereno. Sin embargo, es traicionero.
Lo conozco bien de pequeño. De cuando íbamos con mi padre a pescar antes del amanecer para poder vender luego lo obtenido a la veda de la ruta.
Eran otros tiempos. El río me pertenecía, era parte de mis días. Hoy en día no suelo venir muy seguido hasta aquí, hasta la barranca. Solo en los días en los que pretendo buscar respuestas.
Me gusta dibujar en el horizontes los trazos del pasado, los que se han perdido. Es casi un capricho, un inútil intento de aferrarme a algo que ya no existe.
Por la barranca no solo se ve el río, sino toda la zona baja, esa donde alguna vez había casas una al lado de la otra.
El paisaje es desolador. Pero también lo es a mis espaldas. La ciudad dormida, la ciudad fantasma. Las calles desiertas, las pocas viviendas en pie venidas abajo: puertas que chirrían con el viento, viejas ventanas golpeándose sobre sus marcos y las paredes llorando su pintura seca y descolorida.
No ha quedado nada. Tan solo mi solitaria presencia que no se ha marchado, no por nostalgia, no se confunda. Mis piernas no me lo permiten. No están desde las revueltas, desde el ocaso de la ciudad.
Me las quitó un camión hidrante, en plena contienda. Creo que mis hermanos huyeron creyéndome muerto. Mis padres... de ellos ya no sabía desde mucho antes.
Ya casi ni recuerdo cómo empezó. El hambre y la falta de trabajo me imagino. Años difíciles. Nos decían que había que esperar, que pronto todo mejoraría. Y nosotros, esperábamos.
Cerraron las fábricas, luego los comercios, poco después todos estábamos en las calles. La gente se peleaba hasta para un lugar para pescar a la orilla del río. Nos robábamos la comida entre vecinos. La lucha fue descarnada. ¿Por qué no nos íbamos? Porque cerraron las salidas, la ciudad quedó sitiada. Solo cuando el lugar se convirtió en un cementerio, dejaron que los sobrevivientes se fueran.
Por eso vuelvo a esta barranca. ya sin posibilidad de poder bajar hasta el río y sentir de cerca su olor repugnante, que sabe a dolor. En sus aguas se dejaron caer los cuerpos desde lo alto de las palas mecánicas. Durante días se limpió la ciudad de esa manera. Pero ya nadie nunca volvió. Observé el último suspiro de existencia retorciéndome del dolor, entre arbustos y hojas secas. Me alimenté de alimañas aguardando la muerte. Pero incluso la muerte me abandonó.
Ya pasan vehículos por las rutas, no hay electricidad, no hay servicio de agua ni de gas. Sospecho que hasta el río ha sido desviado más al norte para evitar este paso. Ni siquiera un avión cruza el cielo.
La ciudad fue borrada del mapa. Eso, o cada lugar del mundo luchó por sobrevivir y murió en el intento.
No lo sé. No lo sabré. Permanezco aquí, arrastrándome por las calles, luchando con los animales por la poca comida, viviendo como uno de ellos.
Éramos animales en la barbarie, pero incluso también antes, lamiendo las botas de nuestros dueños por las migajas para comer. El destino estaba escrito desde mucho antes. El final era inevitable. Lo sigue siendo.
El atardecer comienza a pintar los cielos y la temperatura a enfriar la piel. Es hora de volver para buscar un refugio. Es invierno. Lo es todo el año. Porque ni siquiera el sol quita el hielo en mi sangre. No creo que vuelva hasta la barranca por un tiempo.
En un tiempo, el río me pertenecía, porque era mi vida. Hoy es un trazo oscuro a la distancia. Pero algún día, en uno de estos viajes, lo haré. Volveré a conquistarlo. Es tan solo caer barranca abajo y sobrevivir. Luego, arrastrarme con todas las fuerzas, llegar al agua, beber de su cauce y dejarme caer. Hundirme, sentir cómo la corriente me lleva, cómo también mi cuerpo, lo que queda de él, le dice por fin adiós a esta ciudad de nadie.

No hay comentarios.: