Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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30 de abril de 2016

Las últimas monedas

Eran las últimas monedas. Podía sentir el peso en el fondo del bolsillo del pantalón como así el tintineo de las mismas al chocar entre sí. Miraba las mesas de poker y el deseo de estar sentado en alguna le provocaba un nudo en el estómago. ¿Cómo podía ser? ¿En qué cabeza podía existir esa idea? Sobre todo cuando había pasado las últimas cuatro horas en una, perdiendo uno tras otro los billetes de su sueldo. Salvo las monedas, claro. Las monedas estaban aún en el bolsillo del pantalón.
Debía estar sintiéndose mal, sufriendo al saber que había perdido la paga de todo un mes en un santiamén. Pensando quizá en las palabras que soltaría delante de su mujer, cuando ella comenzara a exigirle una explicación. Sin embargo, estaba bien. Angustiado, eso si, por no poder seguir jugando. Pero estaba bien. Malditamente bien.
Se rió solo, allí acodado en la barra del casino, despertando miradas ajenas y aburridas, de rostros portadores de diversas tristezas combatidas con tragos en vasos largos. No le importaba llamar la atención, al contrario. Que lo miraran riéndose en solitario lo animó al punto de estallar en carcajadas. Un hombre que usaba peluquín se alejó de su lado. Una señora entrada en años, que vestía una larga falda roja, prefirió apartarse un par de metros. Incluso el barman se distrajo de lo que hacía, dejando caer un limón al suelo.
Ponía nervioso a los demás. Podía sentir esa incomodidad. Era agradable, una sensación placentera. A veces lograba lo mismo en la mesa de poker, aunque no esa noche. Lo asaltó la tos en medio de las carcajadas. El turno de apartarse de la barra ahora fue para él. Se dirigió al baño de caballeros y corrió al lavabo de manos. Con la ayuda de la mano se llevó agua a la boca. Aprovechó para enjuagarse la cara. Ya no tosía, pero el rostro estaba colorado. Al moverse volvieron a hacerse escuchar las monedas. Un ruido más cerrado y sonoro llegó desde uno de los retretes. Alguien trató de taparlo con un carraspeo, pero el pedo había sido elocuente.
Algo tan tono como un pedo lo había devuelto a la realidad. Miró el espejo delante suyo y vio a un hombre con pronunciadas arrugas, de hombros caídos, con el rostro húmedo y agitado, el poco cabello algo revuelto, ropa vieja y desgastada... el semblante de un perdedor, de alguien que hay hecho de su vida la nada misma.
La puerta golpeó el marco. Alguien más entró al baño y fue hasta los mingitorios. Volvió a mirarse en ese reflejo de mal gusto pero de inmediato quitó la mirada. Era suficiente. Salió del baño, dejó atrás la barra del bar, las mesas de poker, las ruletas, siguió la alfombra roja hasta la salida y escapó, casi al borde de la histeria, al aire libre, donde la brisa fresca lo recibió sin previo aviso, como un sopapo en la mejilla.
Metió las manos repentinamente frías en los bolsillos del pantalón, topándose con las monedas. Las últimas que le quedaban. Había regalado el sueldo en un juego de cartas y ya nada le quedaba para el resto del mes. Solo esas monedas, migajas de la miseria.
Su casa estaba lejos, quizá servirían para el colectivo. Había llegado en taxi, pero aquel lujo era ahora un imposible. También lo sería hablarle a su mujer, pero esa sería una historia futura, con suerte de la mañana siguiente. Avanzó unos metros y se vio sobre un colchón, bajo la vidriera de una tienda de ropa. No era él, pero al mismo tiempo lo era. Ese rostro hambriento era prácticamente igual al que había visto en el espejo del baño..Con más cabello, sucio y despeinado, ropas andrajosas, menos dientes y una mirada sin brillo, ausente. Podía jugar a las "siete diferencias" si se lo proponía, pero no no más. Así de cerca estaba de su destino, así de cerca aquel hombre sin techo lo aconsejaba en silencio.
Tanteó el bolsillo y apresó con la mano aquellas últimas monedas. Se las dio al hombre sin pensarlo dos veces. Como a veces sucedía en las manos de poker, cuando actuaba por impulso y se quedaba sin nada. Ahora también, es un salto en caída libre hacia un abismo sin fondo, como su vida misma, de desencanto en desencanto, de frustración en frustración. La vida de un perdedor que se caga en todo, en todos, que solo le importa sufrir y sentirse menos.
La brisa se transformó en viento mientras dejaba la parada del colectivo atrás. La premisa ahora era caminar. Un pie detrás del otro, de a poco, lentamente, como no queriendo llegar nunca, como si el deseo fuera otro, uno más cruel pero justo, en el que la noche mostrara los dientes y en sus fauces lo engullera para privarlo de lo poco que aún lo hiciera feliz. Pero nada de eso sucedería. Caminaría, llegaría a su casa, pelearía con su mujer y la vida continuaría. Para mal, para bien. Ya no lo sabía. Quizá el destino era que algún día entendiera algo, una moraleja, una lección, algo. O tal vez, simplemente, que el azar le diera otra oportunidad y pudiera hacer su mejor apuesta.

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