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26 de diciembre de 2015

La difícil decisión de hacer algo con nuestras vidas

El calor era agobiante. En plena tarde, el aire caliente convertía la ciudad en un tejido ausente de viviendas y calles. Agustín no veía la hora de llegar a destino. Hacía diez minutos que caminaba casi a la par de su hermano mayor, Fernando.
Marchaban en silencio, aunque él reprimía de tanto en tanto las ganas de preguntar cuánto faltaba para llegar. Pero la advertencia de su hermano antes de salir había sido clara: "No abras la boca hasta que yo te lo diga".
Siempre había admirado a Fernando, en parte quizá porque era mucho más grande, pero también porque siempre había tenido ese aire a persona mayor. No jugaba con él y tampoco le tenía paciencia. No obstante, jamás le había levantado una mano a pesar de saber muy bien que entre sus amigos era bravucón y que los chicos del barrio le tenían miedo.
Pero el amor incondicional por su hermano llegó el día que atrapado entre la pared del baño y los puños de su padre, al borde del desmayo, escuchó su voz firme y determinante, exigiéndole que "dejara en paz al chico".
Su padre no lo hizo y Fernando le partió la cabeza con una silla. Desde entonces ya no vive en la casa pero su padre no ha vuelto a pegarle.
Anda en cosas raras, suele decir su madre, al hablar del hijo mayor. Agustín no es tonto, sabe lo que significa. Y por eso mismo, durante las últimas semanas, las veces que lo vio - porque Fernando siempre se acercaba a verlo a la salida de la escuela - le pidió una y mil veces que le permitiera hacer lo que él hacía.
Él no contestaba nunca por sí o por no. Pero ese sábado infernal, había ido a buscarlo temprano a casa.
- Voy con los muchachos ¿querés venir? - había preguntado desde la vereda, mientras él trataba de arreglar el escape de una moto que sabía, no tenía arreglo.
La palabra "muchachos" era importante. No podía imaginarse quiénes serían, pero como en esa vieja película que había visto alguna vez, los "buenos muchachos" no eran para nada buenos. Fernando lo estaba llevando nada menos que al lugar secreto donde se reunían.
Por eso el silencio, la larga caminata, los caminos inhóspitos por donde lo llevaba. No conocía aquel sector de la ciudad. Ninguna casa parecía estar terminada, sin embargo podía verse ropa tendida afuera, el sonido de lo televisores dentro. Hogares de ladrillo a flor de piel, techos de chapa, calles de tierra. Entonces, Fernando se metió a un pasillo muy angosto. Agustín dudó, pero fueron pocos segundos. Enseguida estaba tras los pasos de su hermano, que a mitad de camino dobló hacia la derecha y se metió en una de esas casas a medio terminar.
- Este es el pibe - dijo como presentación a una sala semi vacía, en la que los únicos muebles eran un sillón viejo de tres plazas, donde había dos jóvenes sentados y una silla delante de un escritorio, en la que estaba encendida una computadora.
Su hermano se sentó en el lugar disponible en el sillón. Otro de los jóvenes le señaló a Agustín con la cabeza un banquito en un rincón, que había escapado de su primera inspección ocular.
- Acercate - fue la orden.
- ¿Hay algo Gonza? - preguntó Fernando al chico que manejaba la computadora. Tenía abierto Facebook.
- Cómo haber hay, pero viste como es, falta algún que otro chequeo - respondió el tal Gonza.
- Tenemos marcados dos perfiles - anunció el que estaba sentado al lado de su hermano - uno viene anunciando hace unos días que sale de vacaciones y otro ya está subiendo fotos de la costa.
- ¿Chequeados?
- Maso - dijo el que aún no había hablado - Es decir, los de la costa si, pero el pendejo que va a cuidar la casa es cualquiera con los horarios men. Medio peligroso.
- ¿Y el que viene anunciando que sale?
- Se va hoy, pero es en un segundo piso y abajo vive un rati.
- Y no de los nuestros.
- No, uno que hace buena letra.
- Qué leche.
- Mirá, trajiste suerte - avisó Gonza - Con este otro perfil tengo unos que siguen la página de chistes, parece que están en Córdoba... desde hoy arrancaron a subir fotos, al mediodía.
- A ver - los tres que estaban en el sillón se pusieron de pie y se acercaron a la pantalla.
Agustín se levantó y trató de mirar por encima de los hombros de los demás.
- Fijate, foto de la mina ésta con los hijos en la sierra, la mina comprando boludeces en un puesto de artesanos, la hija de la mina que es más fulera que la mierda probándose un poncho...
- Pendeja pelotuda, con el calor que hace...
- Otra vez la mina y los hijos, en caballo.
- ¿Qué onda, tiene marido, quedó alguien acá?
- El tipo debe ser el que saca la foto. En la descripción de las fotos pone "la familia completa visitando esto, la familia completa visitando lo otro"...
- Bien - dijo con entusiasmo Fernando - ¿Sabemos donde viven? Con el pibe puedo ir a dar una vuelta.
- Me parece bien, pero que vaya con cuidado. El golpe no te preocupes, que la cana nos presta al Parolo el sábado, una salida transitoria. Por ahí puede ir el pibe, así aprende a sostener el caño.
Fernando asintió con la cabeza. Tomó el papel que le pasó Gonza con la dirección y condujo a Agustín hasta afuera. Nuevamente el calor, con el sol pegando a pleno.
- Esta es la mejor hora para andar, aprendelo. Con este calor todos están encerrados con el aire puesto o en un club mirándose los culos.
El hermano menor movió la cabeza afirmativamente.
- ¿Te comieron la lengua los ratones que no hablás?
La pregunta lo sacó del estado de tensión en el que estaba.
- Nnn... no... vos me dijiste que no abriera la boca hasta...
Fernando lanzó una carcajada.
- ¡Boludo! ¿Y si no te decía nada no ibas a hablar? Qué pelotudo... - dijo entre risas - Está bien, veo que hacés caso, eso es bueno. Los que no hacen caso, terminan mal. Si uno quiere andar de este lado de la vida, tiene que hacerlo con cuidado. Ahora mismo vamos a ir a la casa de esa gente que se saca fotos en Córdoba y vigilar que esté liberada. Si lo está, un flaco de la banda que está entre barrotes la desvalija el sábado a la noche.
- ¿Y cómo nos damos cuenta?
- Estando atentos a los detalles y parando la oreja. Vamos a estar un par de horas en la zona, escuchar a los vecinos, tomando nota de los movimientos. Después van a venir los otros. Nos vamos rotando. La idea es que no despertemos sospechas. Y al mismo tiempo, estudiar la casa.
- Ok
- ¿Te das cuenta lo que hago? ¿Lo que vamos a hacer? ¿Te das cuenta, no?
- Si
- Y comprenderás entonces que de esto, ni una palabra a la vieja y menos al viejo.
-  Seguro
Fernando lo miró de reojo. Confiaba en su hermano, pero nunca estaba de más un recordatorio.
Fueron hasta la dirección anotada en el papel y recorrieron la zona hasta la hora de apertura de los comercios. La vivienda tenía las persianas bajas, la alarma conectada y rejas en la parte delantera. Recién por la noche podría averiguar si también en el patio las condiciones eran similares. La sensación era de estar cerrada, sin nadie que la estuviera cuidado.
Antes de un robo, le confió Fernando a Agustín, mercaban las casas desde las redes sociales aprovechando el estúpido comportamiento de mucha gente de informar paso a paso su vida. Lo que debían confirmar era si a pesar de no estar sus moradores habituales, otra gente cuidada la propiedad. Eso llevaba un par de días.
- ¿Y cuántas casas desvalijan por semana? - preguntó ya de regreso Agustín.
-  Depende, la semana pasada fueron tres. Este fin de semana solo haremos una. Si desvalijamos muchas, llega a los diarios o a las radios y entonces la gente se cuida más, pone alarmas, rejas. Y si bien no son impedimento, te hace laburar más.
Agustín siguió yendo al búnker toda la semana, siempre acompañado de su hermano. De a poco fue conocimiento más a la banda, y también los sobrenombres de los otros dos, Jota y Kilo.
El día previo al robo Kilo llegó con otro dato más. A la familia ya le habían robado dos veces en el año.
- No debe ser muy segura por detrás - acotó Gonza, que seguía marcando perfiles potenciales - La familia sigue de viaje, ahora cambiaron de localidad, pero están aún en Córdoba. La mina esa me tiene los huevos al plato, siempre ella en las fotos. El marido es un pelotudo, no sale en ninguna foto pero debe estar cargando la cámara todo el día.
- Parolo sale el sábado a última hora. Tiene que estar en la puerta de la comisaría antes de las siete, que llega el comisario. Así que después de medianoche atacamos. ¿El pibe se la banca?
La pregunta era para Fernando, pero Agustín no perdió su chance de hablar.
- Claro que me la banco, yo quiero estar.
- Entonces venís, me gusta la actitud - remarcó Jota,
Cada tarde Fernando acompañaba unas cuadras a su hermano de regreso a casa.
- ¿Estás seguro Agustín que querés esto? Yo muchas chances no tengo, desde que me fui de casa me las rebusqué, pero vos...
- Me gusta, además, si lo hacés vos...
- Porque lo haga yo no significa que no sea lo mejor. No te niego que pueda vivir bien, pero estás siempre al filo. Es una vida marginal.
- Me parece bien. Ni bien tenga algo de plata, me largo de la casa.
- ¿Y vas a dejar a la vieja sola?
- Si no se va, por algo es. Desde siempre la caga a palos. Es verdad que desde que te fuiste, paró un poco. Pero borracho vuelve siempre. Y ella está siempre ahí.
- ¿Y dónde querés que vaya?
Agustín no respondió. Si su hermano se había ido, él también quería hacerlo. La idea de dejar la casa, la escuela, y volver parte de los "muchachos" lo tenía entusiasmado. Hacer algo de su vida, eso es lo que soñaba cada noche.
El sábado fue la primera vez que fue a la casa del pasillo solo. Llegó incluso antes que su hermano. Tuvo tiempo de estar un rato con Gonza y que éste le explicara mejor cómo funcionaba el tema de espiar a la gente por las redes sociales.
Cuando lo llegaron los demás, abrieron unas cervezas que guardaban en una heladera portátil. Al caer la noche, llegó el tan nombrado Parolo. De baja estatura, mirada huidiza y una extraña vibración en cada movimiento.
Partieron en dos autos en medio de la noche. En la zona no había alumbrado público, por lo que la oscuridad era más cerrada. Los faros delanteros era toda la iluminación con la que contaron hasta salir del barrio.
La casa estaba en total silencio. Pasaron por delante y siguieron de largo, al menos tres calles. Habían estudiado como llegar al patio desde los techos lindantes. En el momento indicado, Kilo acercaría uno de los autos para poder cargar lo robado. A la casa entrarían Parolo, Fernando y Agustín. Los tres portaban armas. Gonza no iba nunca a los asaltos y Jota manejaba el otro coche.
Parolo conocía a la perfección su oficio, no por nada era el preferido de los policías a la hora de dejarlo salir. Iban a porcentaje. Además, en caso de sonar una alarma, le garantizaban un tiempo extra para poder escapar. De todas maneras, puso desactivar la alarma y en pocos minutos quitó las rejas de una de las ventanas.
- Por eso robaron dos veces en esta casa - sentenció - Es muy fácil entrar.
La ventana daba a una habitación, por los juguetes en el suelo, la de los niños. La puerta al pasillo estaba abierta. La luz de la luna les permitía divisar las formas de los objetos. Fernando le advirtió en voz baja a su hermano que por nada del mundo encendiera una luz. Podía delatarlos.
El pasillo daba a varias puertas. Parolo señaló en cambio hacia la abertura principal, que llevaba con seguridad al living de la vivienda.
- Comencemos por adelante y vayamos hacia atrás - fue su orden.
Se movieron en bloque hasta llegar al living. Se podía reconocer un diván de cuero a menos de un metro y una gran mesa en el centro. Parolo sacó de su bolsillo una linterna y dijo casi en un susurró que sería la única luz que usarían.
El haz de la linterna recorrió las paredes. Algunos platos de adorno y un par de cuadros grandes. Nada de valor. A un costado, un viejo aparador con puertas de vidrio contenía copas, vasos y todo tipo de vajillas. Podían obtener un buen dinero por todo, pero no valía la pena el esfuerzo.
Avanzaron hasta el otro extremo de la mesa y el presidiario barrió con la linterna la pared más lejana. Su movimiento fue veloz, no obstante algo le llamó la atención. Regresó la luz hacia el centro y con estupor la detuvo.
El rostro de un hombre con los dientes apretados los miraba repleto de rabia. El caño de una recortada asomaba apenas en el círculo de luz que proporcionaba la pequeña linterna. Recién entonces escucharon la respiración entrecortada del hombre. Fernando alcanzó a ver entre las sombras varios tupper con comida, botellas de agua... el hombre se había instalado a esperar, el hombre no había viajado a Córdoba...
Se escucharon tres disparos, tres fuertes estruendos. Y media hora más tarde, arribó la policía. Para entonces los dos coches estacionados a tres calles, habían desaparecido. Dentro de la casa, el hombre aún permanecía sentado en el suelo, espaldas a la pared, con la escopeta en la mano. Los cuerpos tendidos a sus pies en un charco de sangre eran prueba irrefutable del destino.
La noche se había encandilado de luces azules refulgentes, acompañada por el ulular de las sirenas que solo entonan gritos de desgracia, locura y muerte, mientras las ventanas de las casas contiguas cambiaban del oscuro sopor al iluminado desvelo, la fatídica duda y la morbosa curiosidad de la que estamos hechos.
Al mismo tiempo, en Facebook, alguien subía una nueva foto celebrando sus vacaciones. Y alguien, en alguna parte, tomaba nota en silencio.

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Es como si les hubiesen tendido una trampa.
Saludos.